Читаем El cálculo de Dios полностью

—No quiero que mueras.

—Yo tampoco quiero morir, pero… pero en ocasiones no tenemos elección.

—Puedo… quiero ir contigo.

Sonreí con tristeza.

—No puedes, Ricky. Tienes que quedarte aquí e ir a la escuela. Tienes que quedarte aquí y ayudar a mamá.

—Pero…

Esperé a que terminase, a que completase su objeción. Pero no lo hizo. Simplemente dijo:

—No te vayas, papá.

Pero iba a abandonarle. Ya fuese este mes, en la nave espacial de Hollus, o en unos meses más, tendido en una cama de hospital, con tubos en los brazos, la nariz y el dorso de la mano, con los monitores de ECG susurrando de fondo, con las enfermeras y doctores moviéndose de un lado a otro. De una forma u otra, iba a abandonarle. No podía evitar dejarle, pero sí podía elegir cuándo y cómo.

—Nada —dije— me es más difícil que irme. —No tenía sentido decirle que quería que me recordase así, cuando realmente quería que me recordase como era un año antes, con veinticinco kilos más, con una cabeza razonablemente cubierta de pelo. Pero, aun así, ahora estaba mejor de lo que estaría dentro de poco.

—Entonces no te vayas, papá.

—Lo lamento, colega. Lo lamento, de verdad.

Ricky era tan bueno como cualquier chico de su edad para rogar y engatusar, para quedarse tarde o conseguir el juguete que quería, para conseguir comer más caramelos. Pero, aparentemente, comprendía que ninguna de esas tretas iban a valerle esta vez, y le amé aún más por su sabiduría de seis años.

—Te quiero, papá —dijo, con lágrimas en la cara.

Me incliné, levantándole de la silla, llevándole hasta mi pecho, abrazándole.

—Yo también te quiero, hijo.

La nave de Hollus, la Merelcas, no se parecía a nada de lo que yo hubiese podido esperar. Me había acostumbrado a las naves espaciales de las películas, l enas de detal es en los cascos. Pero esta nave tenía una superficie perfectamente lisa. Consistía en un bloque rectangular a un extremo y un disco perpendicular al otro, unidos por dos largos puntales tubulares. El conjunto era de un verde suave. No podía distinguir la proa. Es más, era imposible obtener una idea de la escala; no había nada que pudiese reconocer —ni siquiera ventanas—. La nave podría haber tenido unos pocos metros de largo, o varios kilómetros.

—¿Qué tamaño tiene? —le pregunté a Hollus, que flotaba ingrávida junto a mí.

—Como un kilómetro —dijo—. La parte en forma de bloque es el módulo de propulsión; los puntales son habitats para la tripulación… uno para forhilnores y otro para wreeds. Y el disco en el extremo es una zona común.

—Gracias de nuevo por l evarme con vosotros —dije. Me temblaban las manos por la emoción. En los años ochenta, se había hablado de enviar algún día a un paleontólogo a Marte, y había fantaseado con que fuese yo. Pero claro, querrían un especialista en invertebrados; nadie creía en serio que hubiese habido vertebrados en el planeta rojo. Si Marte tuvo un ecosistema, como afirmaba Hollus, probablemente sólo duró algunos cientos de mil ones de años, desapareciendo cuando se perdió demasiada atmósfera en el espacio.

Aun así, hay un grupo llamado la Fundación Pide Un Deseo que intenta cumplir los últimos deseos de niños enfermos terminales; no sé si hay un grupo equivalente para adultos enfermos terminales, y, para ser sinceros, no estoy seguro de qué hubiese deseado si me hubiesen dado la oportunidad. Pero esto valdría. ¡Vaya si valdría!

La nave siguió creciendo en la pantalla. Hollus había dicho que había sido encubierta, de alguna forma, durante más de un año, haciéndola invisible para observadores terrestres, pero ya no había necesidad de eso.

Una parte de mí deseaba que hubiese ventanas —tanto aquí en el transbordador como en la Merelcas—. Pero aparentemente no las había en ninguno de los dos; los dos cascos eran continuos. En lugar de eso, las imágenes del exterior se transmitían a pantallas del tamaño de una pared. En un momento dado me había acercado y no pude discernir ni píxeles, líneas de barrido o parpadeo. Las pantallas eran tan buenas como verdaderas ventanas de vidrio —es más, en muchos aspectos eran mejores—. La superficie no emitía ningún tipo de reflejo y, evidentemente, podían acercar y alejar la imagen, mostrar la vista de otra cámara, o mostrar cualquier información que se desease. Quizás en ocasiones la simulación sea mejor que la realidad.

Nos acercamos más y más. Finalmente, pude ver algo sobre el casco verde de la nave: algo escrito, en amaril o. Había dos líneas: una en un sistema de formas geométricas —triángulos, cuadrados y círculos, algunos con puntos orbitando— y la otra de líneas onduladas que parecían vagamente arábicas. Había visto marcas como las primeras en el proyector de holoforma de Hollus, así que asumí que correspondían al lenguaje forhilnor; el otro debía de ser la escritura de los wreeds.

—¿ Qué dicen ? —pregunté.

—«Este lado hacia arriba»—respondió Hollus.

La miré boquiabierto.

—Lo lamento —dijo—. Un chiste. Es el nombre de la nave.

—Ah —dije—. Merelcas, ¿no? ¿Qué significa?

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