—Creemos que tienes razón: los seres de Groombridge 1618 III intentaron esterilizar el espacio local. No es una idea que se nos hubiese ocurrido a los forhilnores o a los wreeds; perdónamelo por decirlo, pero es algo tan bárbaro que sólo un humano, o, aparentemente, un nativo de Groombridge, podría concebirlo. Estamos debatiendo si debemos enviar un mensaje a nuestro mundo natal, contándoles lo que los seres de Groombridge intentaron hacer.
—Parece algo razonable —dije—. ¿Por qué no ibais a decírselo?
—Los wreeds son por lo general una especie no violenta, pero, como te he dicho, mi especie es… bien, pasional sería la palabra. Muchos forhilnores sin duda desearían buscar venganza por lo que se intentó. Groombridge 1618 está a treinta y nueve años luz de Beta Hydri; podríamos enviar naves con facilidad. Por desgracia, los nativos no dejaron señales de aviso para marcar su posición actual… así que, si queremos asegurarnos de exterminarlos, tendríamos que destruir todo el mundo, no sólo un segmento. La gente de Groombridge nunca desarrolló la tecnología de fusión de ultra alta energía que posee mi especie; de haberla tenido, seguro que la habrían empleado para enviar la bomba a Betelgeuse con mayor rapidez. Esa tecnología nos ofrece potencia suficiente para destruir un planeta.
—Guau —dije—. Vaya si es un dilema moral. ¿Vais a comunicarlo a vuestro mundo?
—No lo hemos decidido.
—Los wreeds son los éticos. ¿Qué creen que deberíais hacer?
Hollus guardó silencio durante un momento.
—Proponen que empleemos la l ama de fusión de la
—¿El mundo forhilnor?
—Sí.
—Buen Dios. ¿Por qué?
—No lo han dejado claro, pero sospecho que están siendo… ¿cuál es la palabra? Irónicos. Si estamos dispuestos a destruir a los que fueron, o podrían ser, una amenaza para nosotros, entonces no somos mejores que los nativos de Groombridge. —Hollus hizo una pausa—. Pero no pretendía cargarte con ese problema. ¿Querías algo de mí?
—Bien, comparado con lo que acabas de decirme, parece una total nadería.
—¿Nadería?
—Algo inconsecuente. Pero, bien, me gustaría hablar con un wreed. Se me ha planteado un dilema moral, y no sé cómo resolverlo.
Los ojos cubiertos de cristal de Hollus me miraron.
—¿Sobre lo de venir con nosotros a Betelgeuse?
Asentí.
—Nuestro amigo T'kna está ahora mismo enfrascado en su intento diario de contactar con Dios, pero estará disponible como en una hora. Si puedes llevar el proyector de holoforma a una sala más grande, le pediré que se una a nosotros.
Otros, naturalmente, habían l egado a la misma conclusión que yo: lo que Donald Chen había denominado con neutralidad «anomalía», y Peter Mansbridge había desestimado discretamente como simple «suerte», estaba siendo considerado a lo largo y ancho del mundo como prueba de intervención divina. Y cada uno le daba su propia interpretación: lo que yo había llamado una pistola humeante se consideraba un milagro.
Aun así, no dejaba de ser una opinión minoritaria: la mayor parte de la gente no sabía nada de supernovas, y muchos, incluyendo a buena parte del mundo musulmán, no confiaban en las imágenes supuestamente producidas por los telescopios de la
Mientras tanto, los fundamentalistas cristianos recorrían la Biblia, buscando algún fragmento de las escrituras que pudiesen forzar a ajustarse a la situación. Otros invocaban las predicciones de Nostradamus. Un matemático judío de la Universidad Hebrea de Jerusalén señaló que la entidad de seis miembros era topológicamente equivalente a una Estrella de David de seis puntas y sugirió que lo que habíamos visto era la anunciación de la llegada del Mesías. Una organización llamada la Iglesia de Betelgeuse había montado un sitio web muy elaborado. Y cada mierda seudo científica sobre egipcios y Orión —la constelación donde resulta que se había producido la supernova— tenía su momento de gloria en los medios de comunicación.
Pero lo único que podía hacer esa gente era especular.
Yo tenía una oportunidad de ir a dar un vistazo, para descubrir la verdad.
Nos encontrábamos de nuevo en la sala de conferencias de la quinta planta del Centro de Conservadores, pero en esta ocasión no había cámaras de vídeo. Sólo yo y un pequeño dodecaedro alienígena, y las proyecciones de dos seres extraterrestres.
Hollus permanecía en silencio a un lado de la sala. T'kna estaba de pie al otro lado, con la mesa de conferencias entre ellos. El cinturón auxiliar de T'kna de hoy era verde, pero todavía mostraba el mismo icono de galaxia sangrienta.
—Saludos —dije, una vez que se estabilizó la proyección del wreed.
El sonido de rocas entrechocando, luego la voz mecánica:
—Saludos correspondidos. ¿De éste deseas algo?
Asentí.
—Consejo —dije, inclinando ligeramente la cabeza—. Tu consejo.