Читаем El cálculo de Dios полностью

—No te preocupes por eso —dije—. Todos nos volvemos un poco locos cuando nos damos cuenta de que vamos a morir —no hice una pausa, no le permití recuperar el control de la conversación—. Olvídate de eso. Pero mira, esta mañana se me ocurrió algo, mientras venía en metro, encerrado allí con toda esa gente. ¿Qué hay del arca? ¿Qué hay de esa nave enviada desde Groombridge 1618 a Betelgeuse?

—Con toda seguridad quedó incinerada —dijo Hollus. Sonaba triste—. El primer espasmo de la estrella moribunda sería suficiente.

—No —dije—. No fue eso lo que sucedió —agité la cabeza todavía aturdido por la enormidad—. Maldición, debí haberlo comprendido antes… y él también.

—¿Quién? —preguntó Hollus.

No le respondí, todavía no.

—Los nativos de Groombridge no abandonaron su planeta —dije—. Se fueron a un mundo virtual, como los otros.

—No encontramos ningún paisaje de advertencia en la superficie de su mundo —dijo Hollus—. ¿Y por qué, entonces, iban a enviar una nave a Betelgeuse? ¿Propones que contenía a un grupo que no deseaba trascender?

—Nadie iría a vivir a Betelgeuse; como dijiste, simplemente no es adecuada. Y cuatrocientos años luz es un camino terriblemente largo sólo para obtener un empuje gravitatorio. No, estoy seguro de que la nave que detectasteis no tenía ni pasajeros ni tripulación; todos los nativos de Groombridge siguen en su planeta natal, viviendo en un mundo de realidad virtual. Lo que los nativos de Groombridge enviaron a Betelgeuse fue una nave no tripulada que contenía un catalizador de algún tipo… algo para provocar la explosión de supernova.

Los pedúnculos de Hollus dejaron de moverse.

—¿ Provocar ? ¿ Por qué ?

Me dolía la cabeza; la idea era excesiva. Miré a la forhilnor.

—Para esterilizar todos los mundos en esta parte de la galaxia —dije—. Para eliminar toda la vida. Si vas a enterrar algunos ordenadores y luego transferir tu consciencia a esos ordenadores, ¿cuál sería tu mayor temor? Que alguien pasase por al í y desenterrase los ordenadores, dañándolos o destruyéndolos. En muchos de los mundos visitados por tu nave espacial, se crearon paisajes de aviso para evitar que se desenterrase lo que había debajo. Pero en Groombridge, decidieron hacerlo aún mejor. Intentaron asegurarse de que nadie, ni siquiera alguien de una estrella cercana, pudiese pasar por allí e interferir con ellos. Sabían que Betelgeuse, la mayor estrella del espacio local, acabaría convirtiéndose en supernova. Y por tanto aceleraron las cosas algunos milenios, enviando un catalizador, una bomba, un dispositivo que provocó la explosión de supernova tan pronto como l egó. —Hice una pausa—. De hecho… de hecho, es por eso por lo que todavía podíais ver la l ama de fusión de la nave, aunque ya casi había llegado a Betelgeuse. Evidentemente, nunca se viró para frenar. En lugar de eso, se lanzó directamente al corazón de la estrel a, desencadenando la explosión de supernova.

—Eso es… es monstruoso —dijo Hollus—. Es completamente egoísta.

—Vaya si lo es —dije—. Evidentemente, los nativos de Groombridge no podían saber con seguridad que hubiese otras formas de vida en otros planetas. Después de todo, alcanzaron la inteligencia aislados… dijiste que el arca llevaba viajando cinco mil años. Podría haberles parecido, simplemente, una precaución prudente; no estaban seguros de que en realidad estuviesen eliminando otras civilizaciones. —Hice una pausa—. O quizá no les importase nada. Quizá pensaron que eran el pueblo elegido de Dios y que él había puesto Betelgeuse allí mismo para que lo usasen de tal forma.

—Ciertamente podrían haber creído tal cosa —dijo Hollus—, pero sabes que no es cierto.

Tenía razón. Lo sabía. Había visto la pistola humeante. Había visto una prueba suficiente incluso para mí. Respiré hondo, intentando calmarme, intentando controlar todas las ideas que corrían por mi mente. Evidentemente, podría ser algo fabricado por una especie avanzada; podría ser un deflector artificial de supernovas; podría haber sido…

Pero en algún momento, la teoría más simple —la teoría que proponía el menor número de elementos— debía ser aceptada. En algún momento, debía dejar de exigirle a esa pregunta —esa pregunta entre todas— más pruebas que a cualquier otra teoría. En algún momento —quizás al final de tu vida— debes encararte con ella. En algún punto, las paredes deben desmoronarse.

—¿Quieres que lo diga? —dije. Me encogí ligeramente de hombros, como si la idea fuese un suéter que fuese preciso mover para que se ajustase correctamente—. Sí, fue Dios; era el creador.

Hice una pausa, dejando que las palabras flotasen libremente durante un tiempo, pensando si debía retirarlas. Pero no lo hice.

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