Читаем El cálculo de Dios полностью

Finalmente me las arreglé para llegar al RMO al mediodía. Por suerte, como era lunes, el museo estaba cerrado al público, lo que daba al departamento de mantenimiento la oportunidad de limpiarlo todo; cuando l egué allí seguían limpiando el suelo de mármol de la Rotonda. Mientras tanto, Jonesy y todos sus preparadores se encontraban en la sala Garfield Weston, recuperando todo lo que podían de los esquistos destrozados. Varios paleontólogos venían volando desde el Smithsonian, para ayudar; se esperaba que llegasen antes del final del día.

Llegué hasta mi despacho y me desmoroné sobre la sil a, masajeándome las sienes, intentando liberarme del dolor de cabeza con el que me había despertado. Poco después de sentarme, el proyector de holoforma silbó, y el simulacro de Hollus se manifestó agitándose. Me levanté de la sil a, con la cabeza martilleándome al hacerlo.

—¿Cómo estás? —pregunté, preocupado.

El torso de la forhilnor se agitó.

—Consternada. No dormí bien, a pesar de la medicación que me dio el médico de la nave.

Asentí comprensivo.

—Yo tampoco dormí bien; oía continuamente el eco de los disparos en el interior de la cabeza —fruncí el ceño y me senté de nuevo—. Dicen que posiblemente habrá una investigación. Probablemente la policía no tenía por qué matar a Cooter.

Los pedúnculos de Hollus se movieron de una forma que no había visto nunca antes.

—No siento demasiada simpatía por él —dijo—. Hirió a Barbulkan e intentó matarme. — Hizo una pausa— ¿Cuál fue la extensión de los daños a los fósiles de Burgess Shale?

Moví la cabeza lentamente.

—Todo lo que había en los primeros cinco expositores quedó destruido —dije—, incluyendo el que estabais escaneando. —Sentí náuseas al considerar la pérdida; no sólo porque eran parte de los fósiles más importantes del mundo, sino porque eran de las criaturas más hermosas, mejor conservadas y extrañas, casi de apariencia extraterrestre. Destruirlas era un acto de barbarie, un sacrilegio—. Lógicamente, los fósiles estaban asegurados —dije—, así que tanto el RMO como el Smithsonian recibirán mucho dinero, pero los especimenes son irreemplazables.

—En cierta forma fue una suerte —dijo Hollus—. Presumiblemente empezaron disparando al expositor que estábamos escaneando precisamente porque estaba abierto. Los escán estaban casi completos, así que al menos algunos de los especimenes se pueden recuperar. Haré que preparen reconstrucciones para vosotros.

Asentí, sabiendo que no importaba cuan realistas o precisas fuesen las reconstrucciones, nunca serían lo mismo que el original.

—Gracias.

—Es una pérdida terrible —dijo Hollus—. En ningún otro mundo he visto fósiles de esa calidad. Eran realmente muy…

Dejó de hablar en mitad de la frase, y el simulacro se quedó congelado, como si la Hollus real, la que se encontraba en órbita sincrónica a bordo de la nave nodriza, se hubiese distraído por algo que pasase al á.

—¿Hollus? —dije, sin preocuparme de verdad; probablemente uno de sus compañeros le estuviese haciendo una pregunta.

—Un momento —respondió, habiéndose activado de nuevo el simulacro. Oí unas canciones en la lengua forhilnor al comunicarse con alguien, y luego el simulacro volvió a congelarse.

Suspiré impaciente. Era peor que la llamada en espera: todavía tenía el maldito simulacro ocupando la mayor parte de la oficina. Cogí una revista de la mesa —el último New Scientist; el ejemplar del departamento iniciaba su circuito conmigo y luego iba descendiendo en el escalafón—. Apenas había abierto la portada cuando el avatar de Hollus empezó a moverse de nuevo.

—Noticias terribles —dijo, una palabra por cada boca, la voz extrañamente atenuada—. Yo… Dios mío, son noticias terribles.

Dejé caer la revista.

—¿Qué?

Los pedúnculos de Hollus se agitaban de un lado a otro.

—Nuestra nave nodriza no tiene que lidiar con la dispersión de luz por la atmósfera de tu planeta; incluso durante el día, los sensores de la Merelcas pueden ver las estrellas con claridad. Y una de esas estrellas…

Me incliné hacia delante.

—¿Sí? ¿Sí?

—Una de esas estrel as ha iniciado su conversión a… ¿cuál es la palabra? ¿Cuando una estrella masiva estal a?

—¿Una supernova? —dije.

—Sí.

—Guau —recordé el entusiasmo en el planetario en 1987 cuando Ian Shelton de la Universidad de Toronto descubrió la supernova en la Gran Nube de Magal anes—. Es genial.

—No es genial —dijo Hollus—. La estrel a que ha iniciado su explosión es Alpha Orionis.

—¿Betelgeuse? —dije—. ¿Betelgeuse ha comenzado a convertirse en supernova?

—Exacto.

—¿Estás segura?

—No hay la más mínima duda —dijo la forhilnor, las dos voces sonando bastante temblorosas—. Ya brilla con un millón de veces su brillo normal, y la luminosidad se incrementa.

—Dios mío —dije—. Debería… debería telefonear a Donald Chen. Él sabrá a quién notificarlo. Hay una oficina central para telegramas astronómicos, o algo así… —Cogí el teléfono y marqué la extensión de Chen. Contestó a la tercera llamada; una más y me hubiese saltado su buzón de voz.

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