Porque todo acababa de empezar, más bien. Y por supuesto que eran ellos y que Carlitos Alegre casi los muerde, pero ahora lo urgente era que se los sacara a su padre del cogote, que suficiente tenía el pobre ya con la progenitora muerta y el terno negro y hasta la corbata almidonada. Los mellizos Céspedes, definitivamente, daban el pésame igualito a como hablaban por teléfono con Estrella del Firmamento Vélez Sarsfield, por ejemplo. Se colgaban con desesperación social del teléfono negro de pared, que ya más de una vez se había venido abajo, dejando un hueco de yeso y quincha en el corredor de cuarenta vatios, y ahora, claro, nadie los iba a descolgar de su papá mientras él no los presentara, pues para eso habían venido, el tal Arturo y el tal Raúl, lo tenían escrito en su agenda-cálculo-programa de vida, los entierros son un lugar ideal para hacer relaciones públicas, para darse a conocer, y ellos todas las mañanas, ahora que por fin habían ingresado a la universidad y tenían tiempo, no bien se despertaban, se tragaban íntegra la sección «Necrológicas» del diario
– Todo es verdad, papá -intervino Carlitos, presentándolos con nombres y apellidos completos, antes de que se trajeran abajo a su papá, también, telefónicamente.
– Ah, los muchachos de la calle de la Amargura…
– Bueno, sí, señor, por esa zona, sí, la Lima histórica y el damero de Pizarro…
Los mellizos, pobres mellizos, tal vez no la cagaran tanto, habida cuenta de los cálculos que habían hecho antes de debutar en su vida de entierros, asistiendo nada menos que al funeral de la abuela del amante de Natalia de Larrea, todo un riesgo, por supuesto, pero bien calculado, muy bien estudiado y conversado entre ellos, el de debutar en este asunto tan efectivo y social de los entierros, creo yo, Arturo, totalmente de acuerdo, Raúl, porque mira tú, sí, te escucho, el dolor de todos ahí será tan grande, porque además son bien católicos y cultivan a los muertos, ¿se dice así?, Arturo, ¿crees?, y a mí qué me preguntas, so cojudo, y doña Isabel fue una dama muy Pío XII, ¿o se dirá muy pía…? Pero, bueno, si a ti te duele el alma, o la muela, que para estos efectos es lo mismo, nadie te va a tomar por un impostor, y ya verás cómo don Roberto Alegre se deja abrazar pésamemente por más amigos que seamos del amante de Natalia de Larrea y por menos vela que tengamos en este entierro, que, no lo olvides, seguro después será un encierro en la casa dolida con gente como don Luciano Quiroga, ¿te imaginas?, claro que me lo imagino, Raúl, pero ¿y Carlitos y nosotros?, pues precisamente de eso se trata, Arturo, de marcar también en el domicilio nuestras distancias con respecto a él, aunque hilando muy fino, claro que sí, porque del inmoral ese qué culpa tenemos nosotros, al fin y al cabo, y además es sólo nuestro
– Circulen, circulen -dijo alguien en la cola negra-, que también nosotros queremos expresar nuestro dolor.
Y es que los mellizos realmente se estaban adueñando de la situación y ya estaban a punto incluso de sacar una tarjeta de visita.
– El dolor no es igual para todos, ni el calor tampoco -dijo el borrachito Elias, que arruinó un gran porvenir de médico, de copa en copa, pobre hombre, porque bueno era, y mucho-. No, señores, no son iguales para todos, el dolor y el calor, o sea que avancen porque también hace sed…
A Carlitos le estaba entrando un ataque de risa, cuando los mellizos, que llevaban anteojos de sol para ocultar las lágrimas, sí, hermanito, decidieron emprenderla con su dolor y su pena y acompañarlo hasta la muerte, bueno, hasta la muerte, hoy, no, claro, pero, digamos que… Porque lo de la señora Isabel Santolaya, viuda de Alegre, tu abuelita paterna, Carlitos, tiene que… tiene que… Lo que tiene que haber sufrido esa gran dama de la caridad y la religión…