Le resultó tan extraño volver a su casa. Cruzar el jardín delantero. Enfrentarse a la fachada, observar el balcón de la abuela Isabel, allá arriba. El balcón desde el cual era ella quien solía verlo llegar, ausente, tropezándose, cuándo te enterarás tú de algo, bobalicón adorado. Tocar el timbre fue rarísimo. Y entrar así, entre esas voces de duelo, que, por supuesto, eran por la muerte de la abuela Isabel, pero que perfectamente podían ser también por él. Víctor y Miguel, los mayordomos, contuvieron al máximo su saludo, pero aun así, en aquellos abrazos y apretones de mano, forcejeaban todo un inmenso cariño y una alegría que ahora estaba prohibido manifestar. Cristi y Marisol aparecieron, de repente, demasiado rápido como para que él pudiera esbozar siquiera una sonrisa, y le dijeron que lo querían muchísimo, que lo extrañaban muchísimo, que no estaban molestas, para nada, que lo comprendían al máximo, que nosotras no te juzgamos, Carlitos, sólo te queremos, y que la abuela, no te preocupes, siempre te quiso también y se murió dormidita, sin sufrir ni nada, como ella siempre quiso, de golpe y sin molestar a nadie.
– Está arriba. La están velando en su cuarto. Ven, que ahí están mamá y papá. Nosotras te acompañamos, Carlitos, ven.
Carlitos, la verdad, jamás les había oído decir tal cantidad de cosas bonitas a sus hermanas. No así, en todo caso, todas juntas y tan seguiditas y cariñosas e importantes. Lo cierto es que se puso feliz y que, al entrar al dormitorio en que velaban a la abuela, lucía una sonrisa de oreja a oreja, que, además, al pacífico y católico cadáver, cuya alma seguro que andaba ya en el reino de los cielos, como que le encantó. Porque aunque muertos y cerrados, los párpados de la abuela yacente algo le dijeron y también su boca, con esa sonrisita fallecida, claro, él no lo iba a negar, pero tan contenta de verlo, como contagiada por esa encarnación del amor fraternal que eran Marisol y Cristi acompañándolo a ir a visitarla, llegas un poquito tarde, gran picaro, porque ya me morí, pero bueno, llegas a tiempo todavía para darme un beso, ven, acércate aquí, pedazo de distraído, hasta cuándo se te escaparán a ti las cosas más elementales de la vida, te van a matar tu mami y tu papi por la cara de felicidad que pones al verme muerta, pero qué otra cosa se podía esperar de ti, mi nieto adorado, y ni creas que yo, desde aquí, desde esta inmejorable posición, te voy a juzgar ni nada, al menos debo reconocer que por una vez en la vida te fijaste bien en algo, o en alguien, mejor dicho, porque yo a esa niña, a esa señora, ahora, la encontré preciosa siempre, pero, ¿cómo se llama?, Natalia, abuelita, ¿no la habrás traído a verme, justo hoy, no, muchacho?, ¿no se te habrá ocurrido tan peregrina idea…?
Era impresionante la cara de felicidad de Carlitos, parado ahí y besa que te besa a la abuela, pero además a pedido de ella, mientras que sus padres realmente no sabían qué actitud tomar, y mucho menos algunos de los familiares o grandes amigos que pasaban un ratito a despedirse de la piadosa señora y lo primero que veían era a Carlitos con una sonrisa de oreja a oreja y se diría que en profundo diálogo con ella, alguna gente podría interpretar esto muy mal, Dios no lo quiera, pero Dios sí lo quiso porque por ahí pasaron nada menos que don Fortunato Quiroga y los doctores Alejandro Palacios y Jacinto Antúnez y encontraron inconcebible, por supuesto que con la mirada, solamente, hipócritas de mierda, cobardes, resentidos, que el mequetrefe ese estuviera como siempre dando el espectáculo y que, cuanto más rato permanecía al lado del lecho mortal, más, carajo, más feliz parece estar el tipo, porque mírenlo, obsérvenlo, carajo, el muy… Y además contagiando a sus hermanas y ni siquiera de luto ninguno de los tres, pero ¿qué les pasa a sus padres?, ¿a Antonella y a Roberto se les pasea el alma, acaso?, ¿de cuándo aquí estos tres mocosos?, él, sobre todo, el mal ejemplo lo tiene que dar él, por supuesto, que para algo es el mayor, oiga usted, pero mírenlo, esto es el colmo, carajo, este huevonazo parece que volviera de la playa, zapatillas blancas y todo, ¿habráse visto cosa igual?, y ¿de dónde vendrá, el muy reverendo cretino…?