Todo era un dechado de
Y nada menos que ahí fueron a caer los mellizos Arturo y Raúl, con su neologismo y todo, aunque lo menos genuinamente que darse pueda, para que nos vayamos entendiendo de entrada. Por supuesto que fue Carlitos el que llamó a Silvina y a Talía, con los mellizos colgadísimos de su teléfono y hasta atreviéndose a meter su cuchara, de vez en cuando, y nada menos que bajo el nombre de Carlitos Alegre, con lo cual las pobres chicas se confundían una y otra vez, pero es que los tipos no lograban retenerse y simple y llanamente tenían que soltar lo de su admiración total por el Caballero de los Mares e incluso soltaban disparates tales como que ellos dos últimamente habían dialogado mucho con el héroe, creando un desconcierto mayor aún, y hasta alguna confusión, aunque sin faltar a la verdad, es verdad, pero lo que pasa es que a los pobres Raúl y Arturo como que se les había secado un poquito el cerebro con tanta conversación heroica y parece ser además que tantas horas pasadas ahí a solas con la estatua, madrugando noche tras noche, en la plaza Grau, los había trastornado un poquito, y ahora, a todo trapo, lo que querían era que Silvina y Talía se enteraran de que ellos eran dos caballeros a carta cabal, dos auténticos patriotas, dos… dos…
– Soy dos algo más, Talía -dijo Carlitos, bastante harto y confundido, también, y agregándoles ahí a los mellizos colgantes-: Sigan soplando, pues, idiotas, porque yo he perdido completamente el hilo… Son… Son… Son dos dechados de virtudes con creces, Talía, me informan, aquí.
– Y yo ya lo adiviné todo -le dijo ella.
– ¿Cómo?
– Ya Silvina lo había sospechado. Y, claro, tenía razón, ella.
– ¿Cómo?
– Y yo acabo de adivinarlo.
– ¿Cómo?
– Mira, Carlitos Alegre. Nosotras somos bien amigas de Susy y Mary Vélez Sarsfield…
– ¿Y de Melanie?
– No, ella es muy chiquilla, todavía. Pero, bueno, Susy y Mary nos invitan todos los años a Europa y…
– ¡Dios mío! ¡En qué trampa he caído! Y, perdóname un instante, por favor, Talía, pero es que, de paso, los mellizos también se han caído, aunque de espaldas, en su caso…
– Bien hecho. Eso les pasa por tramposos, a los tres.
– Entonces, chau. Y te juro que yo sólo estaba tratando de ayudar a unos amigos.
– Pues ahora ayúdalos a que se pongan de pie.
– Chau, Talía… Y, por favor, perdóname. No, no intentes comprenderme. Tanto no te pido. Sólo que me perdones cristianamente, y que lo olvides todo, si puedes.
– Carlitos, escúchame un instante.
– Debo parecerte un pobre diablo… Una alca… Perdón…
– Te he pedido que me escuches, Carlitos, por favor. Y créeme que no me pareces ningún alcahuete, y que tanto Silvina como yo queremos conocerlos a los tres. Y mi mami y papi, que acaban de regresar de Italia, me ruegan que los invite a los cuatro a tomar té mañana.