Ésta era una larga etapa en que los mellizos ni le tocaban el tema de las descendientas a Carlitos, salvo alguna pequeñísima consulta sobre los padres de alguna de ellas, cuando no lograban encontrar los datos necesarios acerca de una mayor o menor solvencia económica, por ejemplo, o cuando alguna información obtenida de segunda mano no parecía cuadrar en aquel verdadero padrón heroico al que Arturo y Raúl se habían entregado con científico rigor y altísima desesperación social. Carlitos, que jamás se había enterado de quién es quién en la ciudad en que vivía, recurría generalmente a Natalia, que sí que estaba perfectamente bien enterada de todo aquello, pero que en cambio habría dado íntegra su fortuna por haberlo ignorado siempre.
– Esos amigos tuyos nunca dejarán de sorprenderme, mi amor.
– A mí tampoco, la verdad. Y es que son realmente increíbles. Ahora, por ejemplo, asisten a clases puntualmente, toman sus notas y estudian, eso sí, pero yo creo que ni duermen pensando en el asunto de las descendientas del almirante. Por ahora, lo sé, me lo están ocultando, y es que no me necesitan para nada, o apenas, pero ya verás tú cuando hayan elegido a sus candidatas…
– Y ya verás tú también cuando hayan elegido a sus candidatas, si te eligen una para ti también… Te mato, Carlitos.
– Pero si alguna vez hablamos de que podía resultar positivo para nosotros que yo fuera visto con otras chicas. Podía calmar un poco tanta tensión con mi familia, y eso…
– Nada va a calmar ya esa tensión, desgraciadamente, Carlitos. Yo conté con que ahora que ya has cumplido los diecicho años y, digamos, has dejado de pertenecer a la categoría bebe raptado por vieja corrompida, algo podía cambiar. Pero no. Sigues siendo un bebe, ahora de dieciocho años, raptado por una vieja corrompidísima, que además mató a sus padres a disgustos, y que continúa feliz en su loca carrera delictiva, esta vez con un menor de edad.
– ¿Y si Cristi y Marisol vinieran a vernos? Ellas estaban bastante dispuestas a venir, te lo conté, y yo creo que sería sólo cuestión de animarlas un poquito más.
– Ni se te ocurra, Carlitos. Ni se te ocurra, por favor. Luigi asegura que hay policías de civil y detectives vigilándonos día y noche.
– ¿Y si nos fugáramos a tu casa de Chorrillos?
– Tú vas y vienes todos los días de la escuela, mi amor… Eso no duraría ni una semana.
– ¿Entonces?
– Yo podría…
– ¿Tú podrías, qué?
– Tengo amigos poderosos dentro y fuera de este país y podríamos largarnos a vivir en París o en Londres. Estudiarías toda tu carrera allá.
– Pero si apenas poseo un carné universitario…
– Ésa es la parte que yo
– ¿Entonces, cuál es la que no puedes arreglar, Natalia?
– No sé si te va a doler o no, mi amor, lo que te voy a decir…
– Pues dilo, y veremos.
– Si supieras el trabajo que me cuesta, Carlitos. Pero la verdad es que yo, yo, a veces, me pongo en el pellejo de tus padres. Y te miro y eres un niño…
– ¿Y tú eres una vieja corrompidísima…?
– No, mi amor. Yo te juro que eso no lo he sido jamás en mi vida.
– Y yo soy un niño que te cree.
– Entonces créeme también que el mejor amante del mundo, o sea, Carlitos Alegre di Lucca, el más fogoso, original, noble y entretenido, es un niño.
Natalia se había puesto de pie y se disponía a correr y encerrarse en su escritorio, para tumbarse a llorar ahí horas y horas. ¿En qué momento se le escapó el control de esa conversación? ¿En qué momento se les desvió la conversación sobre los mellizos y su inefable padrón de descendientas históricas? ¿Por qué, en contra de lo que se había jurado hacer siempre, acababa de soltarle a Carlitos unas verdades y una información que sólo podían desconcertarlo y herirlo, y que sólo podían dejarlo más desarmado que nunca, psicológicamente. Natalia ya se estaba alejando precipitadamente de la sala, ya había dejado escapar sus primeros lagrimones, cuando de golpe el amante niño como que creció, o se creció, o, lo que es más aún, se agigantó y la contuvo con una presencia de ánimo que ya habría querido ella poseer en momentos como aquél. Pero Natalia, que podía ser tremenda, era también una mujer tremendamente herida y el amante niño a veces era capaz de juguetear con tan poderosa e importante dama como una fiera con su cachorrita.
– La mayoría de edad a los dieciocho años ya existe en otros países, Natalia, y además quiero que sepas que estoy dispuesto a canjear mi carné estudiantil por un pasaporte falso. Y cuanto más falso, mejor, para que veas que tampoco pierdo mi sentido del humor y del amor, dicho sea de paso…