Natalia se dejó caer en el sofá, ahí a su lado, y se lo iba a comer a besos, pero él le dijo: Pues bien, mi amor, como decíamos ayer,
y vete tú a saber en qué momento nos alejamos de los mellizos y su padrón de descendientas heroicas, porque las pobres nietas o bisnietas, o lo que sea, del almirante, realmente van a tener que sacar a relucir todo el valor y la casta, toda la suprema elegancia y hasta el respeto por el enemigo, toda la grandeza, en fin, que caracterizó a don Miguel Grau, para tragarse sin que se note y sin indigestarse, y sin humillarlos, tampoco, todos los lugares comunes y las frases sublimes que este par de locos les van a soltar, una tras otras, sobre su glorioso antepasado, qué horror, qué ensalada de huachaferías, y cuántas mecas y cumbres y firmamentos estrellados, y cuántas veces no habrá de teñir el Pacífico de rojo con su sangre azul el Caballero de los Mares, a mala hora, a pésima hora se nos ocurrió pasar por la plaza Grau con tanta cerveza en el cuerpo. ¿Y a que no sabes la última, Natalia? Pues déjame contarte que el par de locos estos, para inflamarse más con la grandeza de nuestra historia y la gesta del almirante, y, además, como la calle de la Amargura no les queda nada lejos, se instalan en plena plaza y sacan su padrón y lo van corrigiendo y perfeccionando ante la mirada histórica de don Miguel, para que éste los ilumine con su ejemplo, y luego, cuando el trabajo esté terminado, es también el héroe quien les va a aconsejar cuáles son las descendientas que debo yo llamar por teléfono, sí, porque el de las llamadas soy yo, nuevamente, lo cual no deja de ser una prueba de confianza en mí y de desconfianza en sí mismos. Y por último te cuento que el héroe parece que el otro día tuvo una desavenencia con ellos, te lo juro, Natalia, me lo confesaron, en lo poco, muy poco, que hemos hablado del tema, pero resulta que el héroe los dejó turulatos cuando les dijo que, al elegir, no tomaran para nada en cuenta el dinero, que el desinterés por los bienes materiales de este mundo es fundamental cuando se quiere emprender grandes hazañas, que toda una vida de privaciones fortalece el alma y forja el carácter heroico, y que, paralelamente, los bienes espirituales y el ascetismo franciscano suelen resultar fundamentales para el cumplimiento de los más altos ideales…– Pero es que nosotros tenemos que pagarle con creces miles de cosas a nuestra santa madre, almirante…
– ¿Les ha pedido algo, acaso, vuestra santa madre, a cambio de sus desvelos?
– Bueno, la verdad es que, así, muy directamente, señor héroe, no, nunca, pero… -le argumentaba Arturo a la estatua.
– Pero es que uno quisiera, señor héroe… -metía su cuchara, también, Raúl, abundando en las razones tan metalizadas de su hermano.
– Señores, piénsenlo bien y sigamos conversando otra noche. Esta estatua está cansada y aún tiene que vigilar muchos siglos de historia en el horizonte patrio.
– ¡Viva Miguel Grau! -exclamó Raúl.
– ¡Eternamente! -lo secundó Arturo.
Pero después los mellizos pusieron en marcha el motor del cupé y para nada estuvieron de acuerdo con la austeridad del héroe y cada uno le abrió su alma al otro, que era como un juego de espejos cantando a dúo, además, y no, no podía ser, pues Arturo, que todo un señor héroe se contentara con un cupecito del 46 y no le pagara con creces a mamá, no, ni hablar, claro, pero bueno, tampoco tenemos que contárselo nunca, para qué, y en cambio al que sí tenemos que contárselo todo, ya, creo yo, es a Carlitos, para que, no bien tengamos a las finalistas del Miss Patriotismo, nos preste el Daimler y al Molina ese también y se venga también con nosotros algunas veces…
– ¿Y Natalia de Larrea, Arturo?
– Nadie le ha pedido a Carlitos Alegre que le saque la vuelta a tremendo hembrón, Raúl. De lo que se trata es de que nos sirva de director técnico y nada más.
Natalia de Larrea había pedido una copa de champán para brindar por la historia de Carlitos y olvidar sus lágrimas de hace un rato. Luego pidió una copa más, para brindar porque en algunos países la mayoría de edad era a los dieciocho años, y la tercera copa de champán la pidió para brindar por el pasaporte falso que no tardaban en utilizar para llegar a la alcoba de su amor y también por esta ciudad de Lima, cuyo príncipe y amante máximo era, indudablemente, un niño, pero qué niño, santo cielo, yo me lo como vivo…