Читаем El puente полностью

El castillo volante está sobre la ladera de una colina; aterrizamos aquí hace semanas, después de visitar el planeta donde dicen que hacen que la gente viva para siempre. Pero no consiguieron nada con nosotros (dijeron que no tienen experiencia con caballeros de la espada y los familiares). Yo quería ir a una de esas ciudades grandes de la Tierra y tomarme alguna de esas drogas mágicas que tienen en estos tiempos; unas semanitas de diversión quemándote como un tío joven, te limpias las tuberías rápido y fácil, y te lo pasas en grande en el proceso; pero el familiar no quería, y pilotó el castillo hasta aquí, en medio de la nada, en esta ladera con frío y viento, despidió a todos los guardas y sirvientes y eso, y también echó a dos bisnietos y regaló la mitad del equipamiento mágico que teníamos: bolas de cristal que dicen el futuro, submáquinas encantadas, misiles mágicos y todas esas cosas. Parecía que quería demostrar a todo el mundo que nos estábamos preparando para palmarla, pero no lo dio todo; se quedó con el castillo volante y guardó algunas cosas como chaquetas para volar, el traductor universal y varias toneladas de platino invisible en la bodega. Incluso encontró pilas nuevas para la daga. Se quedó sin pila hará un siglo más o menos y no era nada útil, pero me la quedé por razones sentimentales. El familiar se puso muy pesado porque decía que era una copia barata y que ya me había avisado, pero hace poco encontró pilas nuevas y la puso al mando de la seguridad en la puerta del castillo volante. A saber por qué coño lo hizo; a lo mejor el familiar se está volviendo excéntrico con la edad.

Sigo sin dejar de pensar en la esposa. La palmó hace casi medio siglo, pero todavía puedo ver su cara huesuda como si se hubiera muerto ayer. Resulta que no era tan joven como parecía; nunca descubrí su edad, pero el familiar dice que debía de tener unos mil años o así. Ni siquiera envejecía despacio como se supone que envejecen las brujas; se hizo magia y eso, y siempre parecía que era una adolescente, hasta que la diñó. Entonces le pilló todo de golpe y se convirtió en una estatua. Una escultura pequeña de madera marrón, dura y oscura y vieja. Dejó instrucciones de ser plantada en el bosque cercano a donde nació, y allí se convirtió en un arbolito poco después. El familiar dice que el arbolito que ahora es pequeño y marchito se convertirá en uno grande y más joven, y luego irá encogiendo como si fuera hacia atrás en el tiempo, hasta quedarse reducido a una semilla, y luego ni idea de lo que pasará. Parece triste mientras me cuenta todo eso, porque sabe que cuando yo me muera (bueno, los dos, porque no puede vivir sin mí), se desintegrará y se convertirá en polvo, y ni siquiera tendrá una existencia en el Inframundo. Es que seguramente no me dejarían ni entrar en el infierno desde lo que pasó la última vez que estuve allí, al pequeño familiar aún se le escapa la risa cuando hablamos de los viejos tiempos de cuando lo rescaté; parece que tuvieron que cambiar todo el sistema después de que el tal Caronte se convirtiera en piedra; un par de tíos llamados Virgilio y Dante se pusieron al mando por un tiempo y ahí siguen. A saber cómo coño me reciben cuando atraviese sus puertas, o lo que tengan ahora instalado. Seguramente me dejen entrar, pero tengan algo muy feo preparado. Me parece que queda claro por qué no tengo ningunas ganas de palmarla.

– Ajá.

– Ajá, ¿qué?

– Ya decía yo que debía usted mirar los monitores.

– Que sí, que sí, ¡un momento! ¿Quién coño es ese?

– Nadie que nos quiera bien, eso está claro.

– ¡Menuda mierda! -Bajando por la ladera de la montaña, hay un tío con el pelo rubio y una gran espada. Tiene los hombros muy anchos y unas cintas de metal en todo su cuerpo, unas botas enormes y una especie de casco con una cabeza de lobo, rugiendo. Me siento en la cama, asustado. Estos días están siendo muy duros (todo es duro menos lo que tendría que ponerse duro) y entre el reuma y eso, que me tiemblan las manos y que necesito gafas, no me veo yo enfrentándome a un guerrero joven con una gran espada-. ¿Qué coño ha pasado con la zona de exclusión total, eh? ¡Pensaba que la gente se quedaba frita cuando intentaban entrar en el castillo volante!

– Mmm… -dice el familiar-, debe de ser el casco que lleva; posiblemente lleve algún dispositivo de neuromonitorización. Veamos si el láser puede con nuestro intruso.

El tío cachas baja por la pendiente, mira el castillo con atención, con los músculos tensos y balanceando la espada. De pronto, pone cara de sorprendido y empieza a balancear la espada más rápido, y en la pantalla se ve borroso y luego sale un rayo de luz y la imagen desaparece y el monitor se queda muerto.

– ¡Oh, no! ¿Ahora qué pasa? -Intento salir de la cama, pero mis viejos músculos se ha convertido en gelatina o algo, y estoy sudando como un cerdo. El monitor resucita y muestra la puerta del castillo desde dentro.

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