Las enfermeras abandonan la habitación. Empieza a entrar gente en escena, acercándose a las otras dos camas ocupadas. Son personas normales; una pareja joven visita a un abuelo, y una mujer mayor habla con el otro anciano. Nadie acude a ver a mi hombre. Aunque él tampoco parece muy preocupado.
Entonces llega Andrea Cramond. La veo rara desde mi perspectiva superior, pero está claro que es ella. Lleva un traje de chaqueta blanco de seda natural, unos zapatos rojos de tacón alto y una blusa de seda roja. Deja cuidadosamente la chaqueta (¿no se la compré el año pasado en Jenner?) a los pies de la cama, se acerca al hombre y se inclina para besarlo en la frente, y después en los labios; acariciándole el pelo con la mano. Se sienta en una silla junto a la cama, y cruza las piernas, apoyando el codo en el muslo y la barbilla en la mano. Mira al hombre. Yo la miro a ella.
Hay más líneas de expresión en su rostro, sosegado a la vez que preocupado. Las arruguitas bajo los ojos siguen ahí, pero ahora están acompañadas de ligeras sombras oscuras. Tiene el cabello más largo de lo que recordaba. No puedo ver bien sus ojos, pero esos pómulos, esa elegante nariz, esas cejas oscuras, esa fuerte mandíbula y esa suave boca…, todo eso sí puedo verlo.
Se inclina hacia delante y toma su mano, sin dejar de mirarlo. ¿Por qué está aquí? ¿Por qué no está en París?
Perdona, nena, ¿vienes mucho por aquí y eso?
(¿Esto es el presente? ¿Es el pasado?)
Al cabo de un rato, durante el que no le ha soltado la mano ni ha dejado de contemplar su rostro pálido e inexpresivo, baja lentamente la cabeza hacia las sábanas y entierra la cara en esa blancura almidonada. Sus hombros se contraen; una vez, dos veces.
La pantalla se oscurece y las luces se apagan. Las lámparas de la habitación contigua siguen encendidas.
Mi subconsciente, sospecho, trata de decirme algo. Las sutilezas nunca fueron su fuerte. Suspiro, apoyo las manos en los brazos del sillón de piel, y me levanto despacio.
Me quito la ropa y la tiro al suelo, junto a la cama. Hay un camisón de hospital doblada sobre la almohada. Me la pongo, me meto en la cama, me duermo.
Coda
¡Tonto! ¡Imbécil! ¿Qué demonios crees que estás haciendo? ¡Eras feliz allí! Piensa en el control, la diversión, las posibilidades… ¿Adónde vas a regresar? Posiblemente a que te larguen de la empresa, te procesen por conducir borracho (se acabaron los coches durante un tiempo, tío), a ser cada vez más viejo y menos feliz; a perderla por culpa de otra enfermedad y junto a otra cama. Siempre hiciste lo que ella quiso; ella te utilizó, pero tú a ella no; era una inversión de roles y a ti te jodieron. Ella te rechazó, no lo olvides. Te rechazó y no dejó de hacerlo, y si muestras síntomas de recuperación se volverá a marchar. ¡No lo hagas, imbécil!
¿Qué puedo hacer, si no? Si no me han desconectado, sin duda es porque mi cerebro muestra signos de vida, con lo que deben de saber que no me encuentro en estado de muerte cerebral. Pero si permanezco aquí tumbado sin manifestar ningún otro síntoma de recuperación, tal vez decidan retirarme los sueros, desconectar las máquinas y dejarme morir.
Instinto de supervivencia, ¿no se supone que ese es el principio más importante?
De todas formas, no puedes dejarla así. No puedes hacerle eso. Ella no lo merece. Nadie lo merece. Tú no perteneces a ella, ni ella te pertenece a ti, pero ambos sois parte del otro; si ella se levantase ahora y se marchase, y nunca en vuestras vidas os volvierais a ver, o si vivierais una existencia anodina durante cincuenta años más, incluso en tu lecho de muerte seguirías sabiendo que ella formaba parte de ti.
Habéis dejado señales el uno en el otro, os habéis ayudado a daros forma; cada uno le ha dado al otro una nota de vida que nunca se perderá, pase lo que pase.
Tienes más atención suya que el otro, pero solo mientras estás más cerca de la muerte. Si te recuperas, tal vez ella volverá a su lado. Eh, oye, habías decidido no guardarle rencor a él por eso, ¿o simplemente, lo dijiste durante una borrachera?
No, no fue…
Más alto.
He dicho: no, no fue la bebida…
Todavía no te oigo. Habla más alto.
¡De acuerdo! Lo dije en serio. ¡Lo dije en serio!