Читаем El puente полностью

Entonces, veo a un hombre que aparece en la cima de una duna. Es alto y musculoso, y lleva una especie de armadura ligera, que deja al descubierto sus piernas y brazos dorados. Lleva una enorme espada y un casco ornado, que sostiene bajo una de sus axilas. Parece transparente e insustancial para su voluminosa complexión. Puedo ver a través de su cuerpo: tal vez es un fantasma. La espada centellea bajo los rayos del sol, pero con un brillo apagado. El tipo se balancea allí de pie; no me ha visto. Apoya una mano en su ojo; parece que está hablando con el casco que lleva bajo el brazo. Medio camina, medio se tambalea; sumerge sus musculosas piernas en la arena. Parece que todavía no ha reparado en mí. Su pelo rubio se ha desteñido con el sol, y la piel de su cara, sus brazos y sus piernas está quemada. Arrastra la espada tras de sí y va dibujando un surco en la arena. Se detiene cuando llega a mis pies, mirando a lo lejos, balanceando su cuerpo. ¿Acaso ha venido para matarme con su enorme espada? Bueno, al menos, será rápido.

Sigue de pie, sin dejar de tambalearse, con los ojos clavados en la difusa lejanía. Juraría que está demasiado cerca de mí, demasiado cerca de mis pies; como si sus propios pies se hubiesen fusionado de alguna forma con los míos. Permanezco tumbado, esperando. Él lucha por mantenerse en pie, y extiende un brazo de pronto mientras intenta equilibrarse. El casco que lleva bajo el brazo se cae sobre la arena. El ornamento, una cabeza de lobo, profiere un grito.

Los ojos del guerrero se quedan en blanco. Se precipita sobre mí, y yo cierro los ojos, preparado para que me caiga encima.

No siento nada. Tampoco oigo nada. El guerrero no cae sobre la arena junto a mí, y cuando abro los ojos, no hay ni rastro del hombre o de su casco. Vuelvo a mirar al cielo, a la doble espiral de aves que vuelan el círculo y presagian la muerte.


Utilicé mis últimas reservas de fuerza para desabrocharme el abrigo y la chaqueta, y dejar mi pecho al desnudo frente a la columna giratoria invisible del cielo. Me quedé tumbado con los brazos abiertos durante un rato; y dos de los pájaros se posaron sobre la arena, junto a mí. No me moví.

Uno de ellos me golpeó la mano con su afilado pico, y luego se apartó. Seguí tumbado, inmóvil, esperando.

Cuando se dispusieron a atacarme en los ojos, los agarré por el cuello. Su sangre era densa y salada, pero, para mí, aquel era el sabor de la vida.


Veo el puente. De entrada, estoy seguro de que se trata de una alucinación. Después pienso que puede ser un espejismo, algo parecido a un puente que se refleja en el aire y (para mis ojos resecos y obsesivos) va tomando su forma. Me acerco a él, a través del calor y de las dunas de arena. Llevo el pañuelo en la cabeza para protegerme del sol. El puente brilla a lo lejos, y forma una línea indefinida de cumbres.

Voy acercándome lentamente a lo largo del día, descansando solo durante un breve lapso de tiempo en el que el sol se encuentra a su máxima altura. En ocasiones, trepo hasta las cimas de las dunas, para asegurarme de que el puente está realmente ahí. Me encuentro a unos tres kilómetros de distancia cuando mis confusos ojos reconocen la verdad; el puente está en ruinas.

Las secciones principales están prácticamente intactas, aunque algo deterioradas, pero los enlaces, las plataformas y los pequeños puentes dentro de otros puentes han sido destruidos, y muchas zonas de los extremos de la sección han desaparecido con ellos. El puente ya no parece una sucesión de hexágonos extendidos, sino más bien una línea de octógonos aislados. Todavía tiene pies y huesos, pero sus brazos, sus conexiones, se han esfumado.

No veo movimiento alguno, ni destellos de luz repentina. El viento suspira arena sobre las dunas, pero no se oye ningún sonido procedente del gran esqueleto ocre del puente. Sigue erguido, pálido, demacrado, enclavado en la arena, con las suaves olas doradas lamiendo sus pedestales de granito.

Finalmente, me introduzco bajo su sombra, con un tremendo sentimiento de gratitud. El viento ardiente gime entre las grandes vigas. Encuentro una escalera de caracol y empiezo a subir. Hace mucho calor y vuelvo a tener sed.

Reconozco este lugar. Sé dónde estoy.


Todo está desierto. No veo esqueletos, pero tampoco encuentro supervivientes. Sobre la plataforma del tren yacen algunos viejos vagones y locomotoras, oxidados como los raíles sobre los que reposan; finalmente fusionados con el propio puente. La arena ha llegado también hasta aquí, tiñendo de dorado las vías y las máquinas.


Mi viejo refugio, al fin. Encuentro el Dissy Pitton's. Apenas reconocible. Las cuerdas y los cables que sostenían las sillas y las mesas están cortados; los sofás y las butacas están tirados en el suelo polvoriento, como cuerpos de la antigüedad. Algunas piezas de mobiliario todavía cuelgan en una esquina, chirriando en el tétrico entorno. Me dirijo al salón con vistas al mar.

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