Qué coño, todo el mundo lo hace en esta época del año. Si conduzco mejor borracho de lo que muchos lo hacen sobrios. Solo tienes que tomártelo con calma, no es tan difícil. Te conoces el camino. En ciudad vas con más cuidado por si algún crío cruza corriendo la calle y tus reflejos no están en su momento óptimo, y en la autopista vas tranquilo, respetas estrictamente el límite de velocidad, o incluso conduces ligeramente por debajo, sin dejarte intimidar por ningún jovencito que provoca con su Capri y sin dar sorpresas a cualquier conductor de BMW con cristales tintados; no te dejes provocar, mantén la concentración y no pienses en tiburones rojos o ballenas blancas, en probar la suspensión sobre el asfalto ni en la conducción deportiva en las curvas. Solo tómatelo con calma y escucha la música. Quizá Auntie Joanie. Algo suave pero no soporífero, rítmico pero no excitante, melodías homogéneas pero no enervantes; nada de eso…
Intentó telefonear una última vez. Se acercó a ver a Stewart, que dormía plácidamente y se dio la vuelta ante el resplandor de la luz del distribuidor. Le escribió una nota y se la dejó junto al despertador. Cogió la chaqueta y el pañuelo bordado y salió del apartamento.
Le llevó un rato llegar a la autopista. Había caído un chaparrón y las calles estaban mojadas. Steeltown de Big Country sonaba en el equipo de sonido mientras el Jaguar se abría paso entre el tráfico. Él todavía se sentía bien. Sabía que no debía conducir, e incluso se atrevió a calcular su tasa de alcoholemia aproximada en caso de tener que soplar, pero una parte (sobria) de él mismo observaba y evaluaba su conducción; lo estaba haciendo bien, lo lograría, siempre que no perdiese concentración y que la suerte lo acompañase. Nunca más lo haría, se dijo a sí mismo, cuando finalmente encontró una calle desierta que llevaba a la autopista. Solo aquella vez. Era importante, al fin y al cabo.
Y tendré mucho cuidado.
Como era una calzada con dos carriles, dejó que el coche se lanzase hacia delante, sonriendo mientras su espalda se clavaba en el asiento. «Me encanta el rugido del motor», murmuró para sí mismo. Sacó la cinta de Big Country del casete, frunciendo el ceño a modo de reprobación por exceder el límite de velocidad. Aminoró la marcha.
Música no demasiado estridente, pero que estimule el nivel de adrenalina para aproximarse al gran puente gris y atravesarlo. ¿Bridge over troubled water?, se preguntó con una irónica sonrisa. Hace siglos que esa canción no está en el coche. En la otra cara de la cinta estaban Lone Justice y Los Lobos. La volvió a coger y le echó un rápido vistazo mientras se acercaba a la autopista. No, no estaba dispuesto a esperar a que se rebobinase. Mejor escucharía a los Pogues. Rum Sodomy & The Lash; un disco con canciones ideales para conducir. Tampoco pasa nada por un poco de estrépito. Es mejor para mantenerse despierto. No es necesario seguir el ritmo de la música todo el tiempo. Allá vamos…
Entró en la M 90, dirección sur. El cielo era azul oscuro al otro lado de las espesas nubes. Un anochecer suave, apenas frío. La carretera seguía mojada. Cantó junto a los Pogues mientras intentaba no conducir demasiado rápido. Tenía sed; normalmente llevaba alguna lata de Coca-Cola o Irn Bru en el coche, pero había olvidado reponer la última. Aquellos días estaba muy despistado. Encendió las luces del coche después de que varios vehículos se lo advirtieran con ráfagas.
La autopista recorría la cresta de una colina entre Inverkeithing y Rosyth, desde donde se veían las luces del puente-carretera, repentinos destellos sobre las agujas de las dos inmensas torres. Una vergüenza, por cierto; él prefería las antiguas luces rojas. Se apartó al carril de la derecha para dejar pasar a un Sierra, y contempló cómo se alejaba frente a él en la oscuridad, pensando: en circunstancias normales, no me adelantarías con tanta facilidad, amigo. Se acomodó en el asiento y se puso a dar toques en el volante con los dedos al ritmo de la música. La carretera atravesaba una escarpada ladera rocosa que formaba la pequeña península; la señal de North Queensferry apareció iluminada. Podría haber descendido por allí y haberse detenido una vez más bajo el puente ferroviario, pero prolongar aquel trayecto no tenía sentido; hubiera implicado tentar al destino, o al menos, a la ironía.
¿Por qué estoy haciendo esto?, pensó. ¿Acaso supondrá alguna diferencia? Odio con todas mis fuerzas a los conductores borrachos, ¿por qué demonios hago yo lo mismo que ellos? Pensó en dar media vuelta y en tomar la carretera hasta North Queensferry. Allí había una estación; podía aparcar y tomar el tren (en cualquier dirección)…, pero pasó de largo la última salida antes del puente. Mierda. Tal vez podía detenerse al otro lado, en Dalmeny, y aparcar allí en lugar de arriesgar la pintura de la carrocería en el torrente de tráfico prenavideño de Edimburgo. Podía volver por la mañana a recoger el coche, sin olvidar ponerle antes todas las alarmas.