Читаем El puente полностью

El tramo rocoso de la carretera finalizó tras cruzar las colinas. Desde aquel punto, se veía South Queensferry, el puerto deportivo de Port Edgar, el cartel de la destilería de Vat 69, las luces de la fábrica de Hewlett Packard y el puente ferroviario, oscuro bajo el último resplandor del atardecer. Tras él, más iluminación, como la de la refinería de aceite con la que tenía un subcontrato, y más lejos, las luces de Leith. Los huesos vacíos del viejo puente ferroviario eran del color de la sangre seca.

Qué puta belleza, pensó… Qué estructura tan inmensa y majestuosa. Tan delicada desde la distancia, tan colosal y fuerte al aproximarse a ella. Elegante y soberbia; una forma perfecta. Un puente de gran calidad; soportes de granito, una buena plataforma de acero, y una indeleble pintura roja…

Echó un vistazo a la calzada del puente, y observó cómo ascendía suavemente hasta su cima suspendida. El suelo estaba algo húmedo, pero no había de qué preocuparse. Todo controlado. Tampoco conducía excesivamente rápido, se mantenía en el carril de la derecha, mirando el torrente de agua que se acercaba desde el puente ferroviario. Una luz parpadeaba al otro extremo de la isla situada debajo de la sección intermedia del puente.

Un día te habrás ido. No hay nada que dure para siempre. Tal vez eso es lo que quiero decirle. Tal vez quiero decir: no, por supuesto que no me importa, debes marcharte. No puedo envidiarle eso al otro hombre; habrías hecho lo mismo por mí, y yo por ti. Es una lástima, pero no hay más. Márchate, sobreviviremos. Tal vez algún…

Vio al camión que tenía delante adelantando en una maniobra brusca. Había un coche detenido, abandonado en su mismo carril. Tomó aliento, clavó los frenos, intentó esquivarlo; pero ya era demasiado tarde.

Hubo un instante en que su pie apretó el freno tan a fondo como pudo, y cuando hubo girado el volante al máximo en un solo movimiento, se dio cuenta de que no podía hacer más. No supo cuánto duró aquel instante, solo alcanzó a ver que el coche era un MG, aparentemente sin ocupantes (una ola de alivio en el maremoto del pánico) y que iba a colisionar con él, en un fuerte impacto. Llegó a vislumbrar brevemente la matrícula; VS algo. ¿No era un número de la costa oeste? El símbolo octogonal de MG del maletero del coche averiado raspó el morro del Jaguar mientras este se descontrolaba y empezaba a derrapar. Él intentó enderezar el coche y recuperar el dominio, pero con el pie clavado en el freno, no fue posible. Pensó: eres imbé…


El Jaguar blanco personalizado, matrícula 233 FS, colisionó contra la parte trasera del MG. El conductor del Jaguar salió despedido hacia delante cuando el vehículo empezó a dar vueltas de campana. El cinturón de seguridad lo mantuvo en su asiento, pero el volante deportivo se clavó en su pecho con la fuerza de un martillazo.


Colinas suaves bajo un cielo oscuro; las nubes escarlata parecen reflejar los contornos lisos de la tierra sobre ellas. El aire es pesado y denso; huele a sangre.

El suelo está encharcado, pero no de agua. La batalla que se ha librado aquí, sea cual sea, sobre estas colinas cuya extensión parece eterna, ha empapado la tierra de sangre. Hay cuerpos por todas partes, cadáveres de cada animal y de cada color y raza de ser humano. Al final, encuentro al hombre bajito, ocupándose de los cuerpos.

Sus ropas son harapos; la última vez que nos vimos fue en… ¿Mocea? (¿Occam? No sé, algo así), cuando golpeaba las olas con su látigo de acero. Ahora hace lo propio con los cuerpos. Cuerpos muertos que reciben cien latigazos cada uno, como si no estuvieran ya bastante destrozados. Lo observo durante un rato.

Su proceder es tranquilo, metódico; cien latigazos exactos a cada cuerpo antes de pasar al siguiente. No muestra preferencia alguna respecto a especie, sexo, tamaño o color; golpea a cada cadáver con el mismo vigor decidido, en la espalda si es posible, y si no, tal como lo encuentra. Solamente los toca si llevan armadura, para apartar la visera o desabrocharla.

– Hola -saluda. Me mantengo a una distancia prudencial, por si su cometido fuese dar latigazos a cualquier cuerpo que tuviera delante, tanto vivo como muerto.

– ¿Me recuerda? -le pregunto. Acaricia su látigo manchado de sangre.

– Lo cierto es que no -responde. Le hablo de la ciudad en ruinas junto al mar. Niega con la cabeza-. No; no era yo -asegura. Escarba entre sus harapos durante un segundo, y extrae una especie de tarjeta rectangular. La limpia con una tira de sus andrajosas ropas y me la extiende. Me acerco con cautela-. Tenga -añade-, me dijeron que se la diese.

La cojo y doy un paso atrás. Es un naipe; el tres de diamantes.

– ¿Para qué la quiero? -le pregunto. Se limita a encogerse de hombros y limpia el mayal con un jirón de su manga.

– No lo sé.

– ¿Quién se la dio? ¿Cómo sabían…?

– ¿Son todas esas preguntas realmente necesarias? -inquiere, moviendo la cabeza.

– Supongo que no -respondo, avergonzado, mientras sostengo la carta-. Gracias.

Перейти на страницу:

Похожие книги

Rogue Forces
Rogue Forces

The clash of civilizations will be won ... by thte highest bidderWhat happens when America's most lethal military contractor becomes uncontrollably powerful?His election promised a new day for America ... but dangerous storm clouds are on the horizon. The newly inaugurated president, Joseph Gardner, pledged to start pulling U.S. forces out of Iraq on his first day in office--no questions asked. Meanwhile, former president Kevin Martindale and retired Air Force lieutenant-general Patrick McLanahan have left government behind for the lucrative world of military contracting. Their private firm, Scion Aviation International, has been hired by the Pentagon to take over aerial patrols in northern Iraq as the U.S. military begins to downsize its presence there.Yet Iraq quickly reemerges as a hot zone: Kurdish nationalist attacks have led the Republic of Turkey to invade northern Iraq. The new American presi dent needs to regain control of the situation--immediately--but he's reluctant to send U.S. forces back into harm's way, leaving Scion the only credible force in the region capable of blunting the Turks' advances.But when Patrick McLanahan makes the decision to take the fight to the Turks, can the president rein him in? And just where does McLanahan's loyalty ultimately lie: with his country, his commander in chief, his fellow warriors ... or with his company's shareholders?In Rogue Forces, Dale Brown, the New York Times bestselling master of thrilling action, explores the frightening possibility that the corporations we now rely on to fight our battles are becoming too powerful for America's good.

Дейл Браун

Триллер