–¿Te acuerdas de Servanda, Dolores? Cómo nos espiaba, cómo nos seguía para después ir con el cuento a mi madre. – Soltó de pronto una carcajada, ronca, breve, amarga-. ¿Recuerdas cuando nos pilló encerrados en el cuarto de la plancha? Y fíjate tú ahora, qué ironía al cabo de los años: mi madre pudriéndose en el cementerio, y yo aquí con Servanda, la única que se ocupa de mí, qué destino más patético. Debería haberla despedido cuando ella murió, pero adónde iba a ir ya entonces la pobre mujer, vieja, sorda y sin familia. Y además, probablemente no tuviera más remedio que hacer lo que mi madre le mandaba: no era cosa de perder un trabajo así como así, aunque doña Carlota tuviese un carácter insoportable y llevara al servicio por la calle de la amargura. En fin, si no queréis tomar nada, yo tampoco. Prosigamos entonces.
Permanecía sentado en el borde del sillón, sin reclinarse, con sus manos grandes apoyadas sobre el montón de cosas que había traído desde el escritorio. Papeles, paquetes, estuches. Del bolsillo interior de la chaqueta sacó entonces unas gafas de montura de metal y las ajustó ante sus ojos,
–Bueno, vayamos a los asuntos prácticos. A ver, por partes.
Cogió primero un paquete que en realidad eran dos sobres grandes, abultados y unidos por una banda elástica atravesada en su parte central.
–Esto es para ti, Sira, para que te abras camino en la vida. No es la tercera parte de mi capital como en justicia debería corresponderte por ser una de mis tres descendientes, pero es todo lo que ahora mismo puedo dañe en efectivo. Apenas he conseguido vender nada, corren malos tiempos para las transacciones de cualquier tipo. Tampoco estoy en disposición de dejarte propiedades: no estás legalmente reconocida como hija mía y los derechos reales te comerían, además de tenerte que enzarzar en pleitos eternos con mis otros hijos. Pero, en fin, aquí tienes casi ciento cincuenta mil pesetas. Pareces lista como tu madre; seguro que sabrás invertirlas bien. Con este dinero quiero también que te ocupes de ella, que te encargues de que no le falte nada y la mantengas si algún día lo llegara a necesitar. En realidad habría preferido repartir el dinero en dos partes, una para cada una de vosotras, pero como sé que Dolores nunca lo aceptaría, te dejo a ti a cargo de todo.