Y ella lo buscó. Guadarranque. Al sur del sur. En la bahía de Algeciras, frente al Estrecho, con vistas a África y Gibraltar. Compró casa y terreno, volvió a Inglaterra a cerrar asuntos, ver a su hijo y cambiar de coche. Su intención era regresar a España en dos semanas, recoger a Juan Luis y emprender rumbo a una nueva vida. Al décimo día de su estancia en Londres, un cable desde España le anunció que él había muerto. Lo sintió ella con un desgarro en el alma, tanto que para hacer pervivir su memoria decidió instalarse sola en el hogar que habían ansiado compartir. Y allí siguió viviendo hasta los noventa y tres años, sin abandonar jamás aquella capacidad suya para mil veces caer y otras mil levantarse, sacudiéndose el polvo del vestido y echando a andar de nuevo con paso resuelto, como si nada hubiera pasado. Por muy duros que fueran los tiempos, jamás se fue de su lado el optimismo con el que apuntaló todos los golpes y al que se acogió para ver siempre el mundo desde el lado por el que el sol luce con más claridad.
Tal vez se estén también preguntando qué acabó siendo de Serrano Suñer, déjenme que se lo cuente. Los alemanes invadieron Rusia en junio del 42 y él, dispuesto a seguir apoyando con todo su fervor a los buenos amigos del Tercer Reich, se encaramó al balcón de la Secretaría General del Movimiento en la calle Alcalá y, con su inmaculada sahariana blanca y la apariencia de un galán de cine, gritó feroz aquello de «¡Rusia es culpable!». Montó entonces esa caravana de voluntarios desgraciados que fue la División Azul, engalanó la Estación del Norte con banderas nazis, y mandó a miles de españoles amontonados en trenes a morir de frío o a jugarse la vida del lado del Eje en una guerra que no era la suya y para la que nadie le había pedido ayuda.
No sobrevivió políticamente, sin embargo, para ver cómo Alemania perdía la guerra. El 3 de septiembre de 1942, veintidós meses y diecisiete días más tarde que Beigbeder y exactamente con las mismas palabras, el Boletín Oficial del Estado anunció su cese en todos sus cargos.
La razón de la caída del cuñadísimo fue, supuestamente, un violento incidente en el que estuvieron mezclados carlistas, ejército y miembros de Falange. Hubo una bomba, decenas de heridos y dos bajas: la del falangista que la lanzó -que fue ejecutado- y la de Serrano, depuesto por ser el presidente de la Junta Política de Falange. Bajo cuerda, sin embargo, circularon otras historias.