Alemania se rindió el 8 de mayo de 1945. Horas después, su embajada en Madrid y el resto de sus dependencias fueron oficialmente clausuradas y entregadas a los ministerios de Gobernación y Exteriores. Sin embargo, los Aliados no tuvieron acceso a estos inmuebles hasta la firma del Acta de Rendición, el 5 de junio del mismo año. Cuando los funcionarios británicos y estadounidenses pudieron por fin acceder a los edificios desde los que los nazis habían actuado en España, no encontraron más que los restos de un saqueo laborioso: las paredes desnudas, los despachos sin muebles, los archivos quemados y las cajas de caudales abiertas y vacías. En su precipitado afán por no dejar ni rastro de lo que allí hubo, se llevaron hasta las lámparas. Y todo ello, ante los ojos consentidores de los agentes del Ministerio español de Gobernación encargados de su custodia. Con el tiempo, algunos bienes fueron localizados y embargados: alfombras, cuadros, tallas antiguas, porcelanas y objetos de plata. A muchos otros, sin embargo, se les perdió el rastro para siempre. Y de los documentos comprometedores que testimoniaban la íntima complicidad entre España y Alemania, no quedaron más que las cenizas. Sí parece, en cambio, que los Aliados consiguieron recuperar el botín más valioso de los nazis en España: dos toneladas de oro fundido en centenares de lingotes, sin cuño y sin inventariar, que durante un tiempo estuvieron tapados con mantas en el despacho del encargado de Política Económica del gobierno. En cuanto a los alemanes influyentes que tan activos se mantuvieron durante la guerra y cuyas esposas lucieron mi ropa en brillantes fiestas y recepciones, unos cuantos fueron deportados, otros evitaron la repatriación prestándose a colaborar, y muchos lograron esconderse, camuflarse, fugarse, nacionalizarse españoles, escurrirse como anguilas o reconvertirse misteriosamente en ciudadanos honrados con el pasado limpio como una patena. A pesar de la insistencia de los Aliados y de la presión para que España se adhiriera a las resoluciones internacionales, el régimen mostró escaso interés en participar activamente y mantuvo protegidos a bastantes de los colaboradores que integraban las listas negras.