Con respecto al grandioso sueño imperial sobre el que se construyó la Nueva España, sólo se alcanzó a mantener el mismo Protectorado de siempre. Con la llegada de la paz mundial, las tropas españolas se vieron obligadas a abandonar el Tánger que habían ocupado arbitrariamente cinco años atrás, como anticipo de un fastuoso paraíso colonial que jamás llegó. Cambiaron los altos comisarios, creció Tetuán y allí siguieron conviviendo los marroquíes y los españoles a su ritmo y en armonía, bajo la paternal tutela de España. En los primeros años de la década de los cincuenta, sin embargo, los movimientos anticolonialistas de la zona francesa comenzaron a revolverse. Las acciones armadas llegaron a ser tan violentas en aquel territorio que Francia se vio obligada a abrir conversaciones para negociar la cesión de la soberanía. El 2 de marzo de 1956, Francia concedió a Marruecos su independencia. España, entre tanto, pensó que eso no iba con ella. En la zona española no había existido jamás tensión: ellos habían apoyado a Mohamed V, se habían opuesto a los franceses y cobijado a los nacionalistas. Qué ingenuidad. Una vez libres de Francia, los marroquíes reclamaron inmediatamente la soberanía de la parte española. El 7 de abril de 1956, con prisa a la luz de las crecientes tensiones, el Protectorado llegaba a su fin. Y mientras se transfería la soberanía y los marroquíes reconquistaban su tierra, para decenas de miles de españoles comenzó el drama de la repatriación. Familias enteras de funcionarios y militares, de profesionales, empleados y dueños de negocios, desmantelaron sus casas y emprendieron rumbo a una España que muchos de ellos apenas conocían ya. Atrás dejaron sus calles, sus olores, memorias acumuladas y a sus muertos enterrados. Cruzaron el Estrecho con los muebles embalados y el corazón partido en trozos y, atenazados por la incertidumbre de no saber qué les depararía aquella nueva vida, se desparramaron por el mapa de la Península con la nostalgia de África siempre presente.
Éste fue el devenir de aquellos personajes y lugares que algo tuvieron que ver con la historia de esos tiempos turbulentos. Sus trajines, sus glorias y miserias constituyeron hechos objetivos que en su día llenaron los periódicos, las tertulias y los corrillos, y hoy pueden consultarse en las bibliotecas y en las memorias de los más viejos. Un tanto más difuso fue el futuro de todos los que supuestamente estuvimos junto a ellos a lo largo de esos años.