Se decía que los autores del texto eran dos monjes dominicos, Jakob Sprenger, que era por entonces rector de la Universidad de Colonia, y Heinrich Kramer, profesor de Teología en la Universidad de Salzburgo y que había sido nombrado
También se mencionaban algunos experimentos que hizo el papa en la vejez para evitar su propia muerte, bebiendo leche de los pechos de mujeres o haciéndose cambiar la sangre. Aquello no le aseguró la perpetuación de su vida, sino que le llevó a la muerte treinta años antes de lo debido, por anemia.
Þóra vio que el libro había alcanzado enseguida una gran difusión con la llegada de la imprenta y porque sus autores eran clérigos conocidos y respetados. Los católicos, y también sus contrincantes, se apoyaron en él para su lucha contra las brujas. Algunas partes del libro se asentaron en las leyes del Sacro Imperio Romano Germánico, es decir, los territorios que son actualmente Alemania, Austria, Chequia, Suiza, Francia oriental, los Países Bajos y parte de Italia. se quedó de piedra al comprobar que el libro aún se seguía editando regularmente.
Dejó los papeles. Se trataba de un libro ciertamente interesante, pero escrito hacía seiscientos años y que seguramente no arrojaría luz alguna sobre el asesinato de Harald Guntlieb. Miró el reloj y vio que ya sólo disponía de una hora. Juntó las hojas, las puso a un lado y volvió a coger la carpeta con la compilación sobre Harald. Pasó al sexto capítulo, el de la investigación policial.
A primera vista, la compilación no era suficientemente grande como para poder abarcar los informes en su totalidad. A lo mejor Matthew no había podido conseguir más que una parte; en realidad a Þóra ya le parecía un logro haber logrado todo aquello sin una solicitud formal. Hojeó el contenido, que parecía consistir en fotocopias de los interrogatorios de la policía, con sello de entrada de hacía quince días. Allí se encontraba en terreno conocido. Todo estaba islandés y quizá fuera aquél el motivo por el que la familia Guntlieb había decidido acudir a un islandés. Las hojas estaban muy manoseadas, era evidente que Matthew había hecho todo lo posible para leerlas. Entre otras cosas, Matthew había escrito, en la esquina superior derecha de la mayor parte de los documentos, breves indicaciones señalando la persona interrogada en cada ocasión y la naturaleza de su relación con Harald. La mayoría de los documentos eran interrogatorios a Hugi Þórisson, que seguía en prisión provisional a la espera de una acusación formal. A Þóra le pareció curioso que desde los primeros interrogatorios tuviera la consideración de sospechoso, no de testigo: desde el primer momento debió de haber existido algo que le acusara. De este modo, y de acuerdo con las leyes, no se suponía que pudiese declarar sobre el caso «con verdad y rectitud», como se afirma de los testigos. Podía decir lo que quisiera, pero no le serviría de nada a la hora del juicio: los jueces tenían por costumbre poner muy mala cara cuando los acusados decían que habían estado cenando con el Pato Donald, o cualquier otra cosa de parecida verosimilitud, precisamente a la misma hora en que se había cometido el crimen.