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Þóra creyó descubrir cómo había logrado Matthew conseguir todos aquellos papeles. El abogado defensor del sospechoso tiene derecho a acceder a las investigaciones de la policía. El abogado de Hugi Þórisson, en consecuencia, era quien había tenido acceso a todo aquello. Þóra pasó deprisa las páginas de los informes en busca de alguien que hubiese estado con Hugi en algún interrogatorio, para saber de qué abogado se trataba. En los primeros interrogatorios Hugi estaba solo. Era lo más habitual, en general los acusados prefieren que no haya ningún abogado presente al principio de la investigación, probablemente porque consideran que con ello incrementan las sospechas. Pero en cambio, cuando se dan cuenta de que las cosas vienen mal dadas empiezan las dudas, y lo más habitual es que al final se nieguen a declarar si no disponen de alguien de confianza que les asista. Es lo que había pasado con Hugi, evidentemente, porque casi al final de la investigación tuvo el buen juicio de pedir un defensor. Le asignaron a Finnur Bogason. Þóra conocía el nombre. Este Finnur era uno de los abogados que atienden casos asignados de oficio. En otras palabras, los que nadie busca voluntariamente. Þóra estaba convencida de que le debía de haber entregado los papeles a Matthew antes de lo debido. Satisfecha con su capacidad deductiva, empezó a leer los interrogatorios.

Las actas no estaban ordenadas cronológicamente, sino que se agrupaban según las personas interrogadas. Algunos testigos sólo fueron interrogados una vez. Entre ellos estaban el conserje de la universidad, las limpiadoras, el casero de Harald, el conductor del taxi que había llevado a éste y a Hugi en la noche del crimen, así como algunos compañeros de estudios y varios profesores. En cambio, el decano de la Facultad de Historia, el que encontró el cadáver, fue interrogado dos veces, porque la primera se encontraba en tal estado de turbación psicológica que no pudo obtenerse de él nada que tuviera sentido. Þóra compadecía al pobre hombre; aquello tuvo que ser una terrible experiencia para él, y el terror que se apoderó de él al caerle el cadáver en los brazos se traslucía en cada frase del segundo interrogatorio.

Luego venían aquellos a quienes se habían dirigido las sospechas, al menos temporalmente. Entre ellos estaba, naturalmente, Hugi Þórisson, que mantuvo firme y constantemente su inocencia. Þóra se apresuró a leer el texto de sus interrogatorios. Hugi dijo que se había encontrado con Harald la noche de autos en una fiesta en Skerjafjörður, se marcharon y luego se fueron cada uno por su lado, pues Harald quiso volver a la fiesta mientras Hugi quería bajar al centro. En los primeros interrogatorios, Hugi dio pocos datos de adonde habían ido los dos, recordaba muy vagamente un paseo a pie por el cementerio. En el último, cuando se dio cuenta de que le iban a acusar de asesinato, dijo que habían ido a su casa, en Hringbraut, para buscar droga que Harald quería comprarle. Juró por todo lo habido y por haber que no había vuelto a ver a Harald después de aquello, no había vuelto a salir, se había quedado en casa. Nunca pudo dar una cronología más precisa de aquellos sucesos, lo que justificaba como consecuencia del alcohol y las drogas que había consumido en la noche de autos. Dijo que pensaba que Harald quería volver a la fiesta. A la luz de las numerosas veces que preguntaron a Hugi si podía explicar más detalladamente dónde se encontraba hacia la una de la mañana de la noche de los hechos, el 30 de octubre, Þóra pensó que, seguramente, la autopsia habría puesto de manifiesto que aquella era la hora probable del deceso. Insistieron una y otra vez por qué le había arrancado Hugi los ojos a Harald y dónde los había puesto. Hugi respondía una y otra vez que no había puesto los ojos en ningún sitio, que no tenía ojos; aparte de los suyos, naturalmente. Þóra no podía más que compadecer al tipejo si estaba diciendo la verdad. Empezó a sospechar que era así. Aunque había repasado el caso a toda velocidad, se le había ido instalando la sensación de que sería más que dudoso que un individuo tan poco inteligente como parecía ser el tal Hugi hubiera podido mantener cualquier cosa que no fuera la verdad en medio de la presión a la que estaba sometido y de los duros interrogatorios que padeció.

Los amigos y conocidos de Harald que estuvieron en la fiesta de Skerjafjörður estuvieron bajo sospecha al principio, pero luego fueron interrogados como testigos. Eran en total diez personas, entre ellas cuatro de los cinco jóvenes de la lista que Þóra había encontrado antes en la carpeta. El único nombre que faltaba era el del estudiante de medicina, Halldór Kristinsson.

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