Antes del receso para el almuerzo, el oficial de guardia Zhvakun colocó en el pasillo una lista de los zeks que el Mayor Myshin deseaba ver en su oficina durante el intervalo. Se sabía que esos zeks eran llamados para recibir cartas y ser notificados, de órdenes de pago depositadas en sus cuentas personales.
El procedimiento de entregar cartas al zek se llevaba a cabo en secreto en las prisiones especiales. Por supuesto, no podía hacerse en una forma rutinaria como cuando se está en libertad —confiando la carta a cualquier cartero vagabundo. El "policía", que ya había leído la carta y decidido que no era criminal ni incendiaria, se la daba al prisionero detrás de una gruesa puerta, acompañando la acción con un sermón. Se entregaba la carta sin intentar ocultar el hecho de que había sido abierta, destruyendo con ello el último vestigio de intimidad entre dos personas que se aman. Para entonces la carta había pasado por varias manos, algunos pasajes habían sido extractados y luego incluidos en el prontuario del prisionero, había sido sellada con el sello negro y sucio del censor, y había perdido hasta el menor significado personal y adquirido la importancia más grande de documento de estado. En verdad, en algunas
De manera que se colocó la lista, y los zeks esperaban en fila sus cartas. Aquellos que deseaban enviar sus propias cartas del mes de diciembre estaban en la misma fila; las cartas que salían también tenían que ser sometidas personalmente al "policía". Esta operación le daba al Mayor Myshin la oportunidad de hablar libremente con sus informantes, y de llamarlos a su oficina fuera de sus horarios regulares. Pero para proteger la identidad de cualquier informante que pasaba mucho tiempo con él, el "policía" también retenía en su oficina a zeks honestos.
En consecuencia, los zeks puesto en fila sospechaban uno de otro. Algunas veces sabían con exactitud cuál de ellos tenía su vida en sus manos, pero, a pesar de ello, les sonreían tratando de congraciarse a fin de no despertar su antagonismo.
Cuando sonó la campana del almuerzo, los zeks salieron corriendo del sótano hasta el patio, cruzándolo sin chaquetas ni gorras contra el viento húmedo y entraron como unas flechas por la puerta de la jefatura de la prisión. A causa de las nuevas normas sobre correspondencia que habían sido promulgadas está mañana, la fila era particularmente larga... Cuarenta hombres. No había bastante lugar en el corredor para todos. El ayudante del oficial de guardia, un oficioso Sargento Mayor, con celo, consagraba todas sus fuerzas a impartir órdenes. Contó veinticinco hombres y ordenó al resto que saliera a caminar y volviera durante el intervalo de la cena. Colocó a aquellos que habían sido admitidos en el corredor, contra la pared, a cierta distancia de la oficina del jefe, y se pasaba de un extremo a otro encargándose de que se cumplieran las reglamentaciones. El zek a quien le había llegado el turno pasaba por varias puertas, golpeaba la de la oficina de Myshin, y, al recibir permiso, entraba. Cuando se marchaba, se admitía al siguiente. Durante todo el intervalo del almuerzo, al fastidioso Sargento Mayor dirigió el tráfico.
A pesar de que Spiridon había insistido toda la mañana para que le dieran su carta, Mhysin le había dicho con firmeza que no se la entregaría antes del intervalo, cuando todo el resto las recibieran. Pero media hora antes del almuerzo el Mayor Shikin llamó a Spiridon para interrogarlo. Si Spiridon hubiera dado la evidencia que le exigían, si hubiera admitido todo, probablemente le hubieran entregado la carta. Pero negó todo, fue terco, y el Mayor Shikin no podía dejarlo marchar en un estado tan impenitente. En consecuencia, sacrificando su propio intervalo del almuerzo (aun cuando para evitar los empujones, nunca iba al comedor de los empleados libres, por lo menos a esa hora), Shikin continuó interrogando a Spiridon.