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el daño que nos recela,


y como fiel centinela


el bien del reino procura.


Sale FLORES, herido


FLORES: Católico rey Fernando,


a quien el cielo concede


la corona de Castilla,


como a varón excelente:


oye la mayor crueldad


que se ha visto entre las gentes


desde donde nace el sol


hasta donde se oscurece.


REY: Repórtate.


FLORES: Rey supremo,


mis heridas no consienten


dilatar el triste caso,


por ser mi vida tan breve.


De Fuenteovejuna vengo,


donde, con pecho inclemente,


los vecinos de la villa


a su señor dieron muerte,


Muerto Fernán Gómez queda


por sus súbditos aleves;


que vasallos indignados


con leve cause se atreven.


En título de tirano


le acumula todo el plebe,


y a la fuerza de esta voz


el hecho fiero acometen;


y quebrantando su casa,


no atendiendo a que se ofrece


por la fe de caballero


a que pagará a quien debe,


no sólo no le escucharon,


pero con furia impaciente


rompen el cruzado pecho


con mil heridas crüeles,


y por las altas ventanas


le hacen que al suelo vuele,


adonde en picas y espadas


le recogen las mujeres.


Llévanle a una casa muerto


y a porfía, quien más puede


mesa su barba u cabello


y apriesa su rostro hieren.


En efecto fue la furia


tan grande que en ellos crece,


que las mayores tajadas


las orejas a ser vienen.


Sus armas borran con picas


y a voces dicen que quieren


tus reales armas fijar,


porque aquéllas le ofenden.


Saqueáronle la casa,


cual si de enemigos fuese,


y gozosos entre todos


han repartido sus bienes.


Lo dicho he visto escondido,


porque mi infelice suerte


en tal trance no permite


que mi vida se perdiese;


y así estuve todo el día


hasta que la noche viene,


y salir pude escondido


para que cuenta te diese.


Haz, señor, pues eres justo


que la justa pena lleven


de tan riguroso caso


los bárbaros delincuentes;


mira que su sangre a voces


pide que tu rigor prueben.


REY: Estar puedes confïado


que sin castigo no queden.


El triste suceso ha sido


tal, que admirado me tiene,


y que vaya luego un juez


que lo averigüe conviene


y castigue los culpados


para ejemplo de las gentes.


Vaya un capitán con él


por que seguridad lleve;


que tan grande atrevimiento


castigo ejemplar requiere;


y curad a ese soldado


de las heridas que tiene.


Vanse todos. Salen los labradores y las labradoras


con la cabeza de FERNÁN GÓMEZ en una lanza.


Cantan


MUSICOS: "¡Muchos años vivan


Isabel y Fernando,


y mueran los tiranos!"


BARRILDO: Diga su copla Frondoso.


FRONDOSO: Ya va mi copla, a la fe;


si le faltare algún pie,


enmiéndelos el más curioso.


"¡Vivan la bella Isabel,


y Fernando de Aragón,


pues que para en uno son,


él con ella, ella con él!


A los cielos San Miguel


lleve a los dos de las manos.


¡Vivan muchos años,


y mueran los tiranos!"


LAURENCIA: Diga Barrildo.


BARRILDO: Ya va;


que a fe que la he pensado.


PASCUALA: Si la dices con cuidado,


buena y rebuena será.


BARRILDO: "¡Vivan los reyes famosos


muchos años, pues que tienen


la victoria, y a ser vienen


nuestros dueños venturosos!


Salgan siempre victoriosos


de gigantes y de enanos


y ¡mueran los tiranos!"


Cantan


MUSICOS: "Muchos años vivan


Isabel y Fernando,


y mueran los tiranos!"


LAURENCIA: Diga Mengo.


FRONDOSO: Mengo diga.


MENGO: Yo soy poeta donado.


PASCUALA: Mejor dirás lastimado


el envés de la barriga.


MENGO: "Una mañana en domingo


me mandó azotar aquél,


de manera que el rabel


daba espantoso respingo;


pero agora que los pringo


¡vivan los reyes cristiánigos,


y mueran los tiránigos!"


MUSICOS: "¡Vivan muchos años!


Isabel y Fernando,


y mueran los tiranos!"


ESTEBAN: Quita la cabeza allá.


MENGO: Cara tiene de ahorcado.


Saca un escudo JUAN ROJO con las armas reales


REGIDOR: Ya las armas han llegado


ESTEBAN: Mostrad las armas acá.


JUAN ROJO: ¿Adónde se han de poner?


REGIDOR: Aquí, en el ayuntamiento.


ESTEBAN: ¡Bravo escudo!


BARRILDO: ¡Qué contento!


FRONDOSO: Ya comienza a amanecer,


con este sol, nuestro día.


ESTEBAN: ¡Vivan Castilla y León,


y las barras de Aragón,


y muera la tiranía!


Advertid, Fuenteovejuna,


a las palabras de un viejo;


que el admitir su consejo


no ha dañado vez ninguna.


Los reyes han de querer


averiguar este caso,


y más tan cerca del paso


y jornada que han de hacer.


Concertaos todos a una


en lo que habéis de decir.


FRONDOSO: ¿Qué es tu consejo?


ESTEBAN: Morir


diciendo "Fuenteovejuna,"


y a nadie saquen de aquí.


FRONDOSO: Es el camino derecho.


Fuenteovejuna lo ha hecho.


ESTEBAN: ¿Queréis responder así?


TODOS: Sí.


ESTEBAN: Agora pues, yo quiero ser


agora el pesquisidor,


para ensayarnos mejor


en lo que habemos de hacer.


Sea Mengo el que esté puesto


en el tormento.


MENGO: ¿No hallaste


otro más flaco?


ESTEBAN: ¿Pensaste


que era de veras?


MENGO: Di presto.


ESTEBAN: ¿Quién mató al comendador?


MENGO: Fuenteovejuna lo hizo.


ESTEBAN: Perro, ¿si te martirizo?


MENGO: Aunque me matéis, señor.


ESTEBAN: Confiesa, ladrón.


MENGO: Confieso.


ESTEBAN: Pues, ¿quién fue?


MENGO: Fuenteovejuna.


ESTEBAN: Dadle otra vuelta.


MENGO: ¡Es ninguna!


ESTEBAN: ¡Cagajón para el proceso!


Sale el REGIDOR


REGIDOR: ¿Qué hacéis de esta suerte aquí?


FRONDOSO: ¿Qué ha sucedido, Cuadrado?


REGIDOR Pesquisidor ha llegado.


ESTEBAN: Echad todos por ahí.


REGIDOR: Con él viene un capitán.


ESTEBAN: ¡Venga el diablo! Ya sabéis


lo que responder tenéis.


REGIDOR: El pueblo prendiendo van,


sin dejar alma ninguna.


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