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labradores honrados, os pregunta,


¿qué obsequias debe hacer toda esa gente


a su patria sin honra, ya perdida?


Y si se llaman honras justamente,


¿cómo se harán, si no hay entre nosotros


hombre a quien este bárbaro no afrente?


Respondedme: ¿Hay alguno de vosotros


que no esté lastimado en honra y vida?


¿No os lamentáis los unos de los otros?


Pues si ya la tenéis todos perdida,


¿a qué aguardáis? ¿Qué desventura es ésta?


JUAN ROJO: La mayor que en el mundo fue sufrida.


Mas pues ya se publica y manifiesta


que en paz tienen los reyes a Castilla


y su venida a Córdoba se apresta,


vayan dos regidores a la villa


y echándose a sus pies pidan remedio.


BARRILDO: En tanto que Fernando, aquél que humilla


a tantos enemigos, otro medio


será mejor, pues no podrá, ocupado


hacernos bien, con tanta guerra en medio.


REGIDOR: Si mi voto de vos fuera escuchado,


desamparar la villa doy por voto.


JUAN ROJO: ¿Cómo es posible en tiempo limitado?


MENGO: A la fe, que si entiende el alboroto,


que ha de costar la junta alguna vida.


REGIDOR: Ya, todo el árbol de paciencia roto,


corre la nave de temor perdida.


La hija quitan con tan gran fiereza


a un hombre honrado, de quien es regida


la patria en que vivís, y en la cabeza


la vara quiebran tan injustamente.


¿Qué esclavo se trató con más bajeza?


JUAN ROJO: ¿Qué es lo que quieres tú que el pueblo intente?


REGIDOR: Morir, o dar la muerte a los tiranos,


pues somos muchos, y ellos poca gente.


BARRILDO: ¡Contra el señor las armas en las manos!


ESTEBAN: El rey sólo es señor después del cielo,


y no bárbaros hombres inhumanos.


Si Dios ayuda nuestro justo celo,


¿qué nos ha de costar?


MENGO: Mirad, señores,


que vais en estas cosas con recelo.


Puesto que por los simples labradores


estoy aquí que más injurias pasan,


más cuerdo represento sus temores.


JUAN ROJO: Si nuestras desventuras se compasan,


para perder las vidas, ¿qué aguardamos?


Las casas y las viñas nos abrasan,


¡tiranos son! ¡A la venganza vamos!


Sale LAURENCIA, desmelenada


LAURENCIA: Dejadme entrar, que bien puedo,


en consejo de los hombres;


que bien puede una mujer,


si no a dar voto, a dar voces.


¿Conocéisme?


ESTEBAN: ¡Santo cielo!


¿No es mi hija?


JUAN ROJO: ¿No conoces


a Laurencia?


LAURENCIA: Vengo tal,


que mi diferencia os pone


en contingencia quién soy.


ESTEBAN: ¡Hija mía!


LAURENCIA: No me nombres


tu hija.


ESTEBAN: ¿Por qué, mis ojos?


¿Por qué?


LAURENCIA: Por muchas razones,


y sean las principales:


porque dejas que me roben


tiranos sin que me vengues,


traidores sin que me cobres.


Aún no era yo de Frondoso,


para que digas que tome,


como marido, venganza;


que aquí por tu cuenta corre;


que en tanto que de las bodas


no haya llegado la noche,


del padre, y no del marido,


la obligación presupone;


que en tanto que no me entregan


una joya, aunque la compren,


no ha de correr por mi cuenta


las guardas ni los ladrones.


Llevóme de vuestros ojos


a su casa Fernán Gómez;


la oveja al lobo dejáis


como cobardes pastores.


¿Qué dagas no vi en mi pecho?


¿Qué desatinos enormes,


qué palabras, qué amenazas,


y qué delitos atroces,


por rendir mi castidad


a sus apetitos torpes?


Mis cabellos ¿no lo dicen?


¿No se ven aquí los golpes


de la sangre y las señales?


¿Vosotros sois hombres nobles?


¿Vosotros padres y deudos?


¿Vosotros, que no se os rompen


las entrañas de dolor,


de verme en tantos dolores?


Ovejas sois, bien lo dice


de Fuenteovejuna el hombre.


Dadme unas armas a mí


pues sois piedras, pues sois tigres…


– Tigres no, porque feroces


siguen quien roba sus hijos,


matando los cazadores


antes que entren por el mar


y pos sus ondas se arrojen.


Liebres cobardes nacistes;


bárbaros sois, no españoles.


Gallinas, ¡vuestras mujeres


sufrís que otros hombres gocen!


Poneos ruecas en la cinta.


¿Para qué os ceñís estoques?


¡Vive Dios, que he de trazar


que solas mujeres cobren


la honra de estos tiranos,


la sangre de estos traidores,


y que os han de tirar piedras,


hilanderas, maricones,


amujerados, cobardes,


y que mañana os adornen


nuestras tocas y basquiñas,


solimanes y colores!


A Frondoso quiere ya,


sin sentencia, sin pregones,


colgar el comendador


del almena de una torre;


de todos hará lo mismo;


y yo me huelgo, medio-hombres,


por que quede sin mujeres


esta villa honrada, y torne


aquel siglo de amazonas,


eterno espanto del orbe.


ESTEBAN: Yo, hija, no soy de aquellos


que permiten que los nombres


con esos títulos viles.


Iré solo, si se pone


todo el mundo contra mí.


JUAN ROJO: Y yo, por más que me asombre


la grandeza del contrario.


REGIDOR: ¡Muramos todos!


BARRILDO: Descoge


un lienzo al viento en un palo,


y mueran estos enormes.


JUAN ROJO: ¿Qué orden pensáis tener?


MENGO: Ir a matarle sin orden.


Juntad el pueblo a una voz;


que todos están conformes


en que los tiranos mueran.


ESTEBAN: Tomad espadas, lanzones,


ballestas, chuzos y palos.


MENGO: ¡Los reyes nuestros señores


vivan!


TODOS: ¡Vivan muchos años!


MENGO: ¡Mueran tiranos traidores!


TODOS: ¡Tiranos traidores, mueran!


Vanse todos


LAURENCIA: Caminad, que el cielo os oye.


¡Ah, mujeres de la villa!


¡Acudid, por que se cobre


vuestro honor, acudid, todas!


Salen PASCUALA, JACINTA y otras mujeres


PASCUALA: ¿Qué es esto? ¿De qué das voces?


LAURENCIA: ¿No veis cómo todos van


a matar a Fernán Gómez,


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