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MENGO: No hay risa con melecinas;


que aunque es cosa saludable…


yo me quiero morir luego.


FRONDOSO: Vaya la copla, te ruego,


si es la copla razonable.


MENGO: "Vivan muchos años juntos


los novios, ruego a los cielos,


y por envidia ni celos


ni riñan ni anden en puntos.


Llevan a entrambos difuntos,


de puro vivir cansados.


¡Vivan muchos años!"


FRONDOSO: ¡Maldiga el cielo el poeta,


que tal coplón arrojó!


BARRILDO: Fue muy presto.


MENGO: Pienso yo


una cosa de esta seta.


¿No habéis visto un buñolero


en el aceite abrasando


pedazos de masa echando


hasta llenarse el caldero?


¿Que unos le salen hinchados,


otros tuertos y mal hechos,


ya zurdos y ya derechos,


ya fritos y ya quemados?


Pues así imagino yo


un poeta componiendo,


la materia previniendo,


que es quien la masa le dio.


Va arrojando verso aprisa


al caldero del papel,


confïado en que la miel


cubrirá la burla y risa.


Mas poniéndolo en el pecho,


apenas hay quien los tome;


tanto que sólo los come


el mismo que los ha hecho.


BARRILDO: Déjate ya de locuras;


deja los novios hablar.


LAURENCIA: Las manos nos da a besar.


JUAN ROJO: Hija, ¿mi mano procuras?


Pídela a tu padre luego


para ti y para Frondoso.


ESTEBAN: Rojo, a ella y a su esposo


que se la dé el cielo ruego,


con su larga bendición.


FRONDOSO: Los dos a los dos la echad.


JUAN ROJO: Ea, tañed y cantad,


pues que para en uno son.


Cantan


MUSICOS: "Al val de Fuenteovejuna


la niña en cabellos baja;


el caballero la sigue


de la cruz de Calatrava.


Entre las ramas se esconde,


de vergonzosa y turbada;


fingiendo que no le ha visto,


pone delante las ramas.


– ¿Para qué te escondes,


niña gallarda?


Que mis linces deseos


paredes pasan.-


Acercóse el caballero,


y ella, confusa y turbada,


hacer quiso celosías


de las intricadas ramas;


mas como quien tiene amor


los mares y las montañas


atraviesa fácilmente,


la dice tales palabras:


– ¿Para qué te escondes,


niña gallarda?


Que mis linces deseos


paredes pasan-."


Sale el COMENDADOR, FLORES, ORTUÑO y


CIMBRANOS


COMENDADOR: Estése la boda queda


y no se alborote nadie.


JUAN ROJO: No es juego aqueste, señor,


y basta que tú lo mandes.


¿Quieres lugar? ¿Cómo vienes


con tu belicoso alarde?


¿Venciste? Mas, ¿qué pregunto?


FRONDOSO: ¡Muerto soy! ¡Cielos, libradme!


LAURENCIA: Huye por aquí, Frondoso.


COMENDADOR: Eso no; prendedle, atadle.


JUAN ROJO: Date, muchacho, a prisión.


FRONDOSO: Pues ¿quieres tú que me maten?


JUAN ROJO: ¿Por qué?


COMENDADOR: No soy hombre yo


que mato sin culpa a nadie;


que si lo fuera, le hubieran


pasado de parte a parte


esos soldados que traigo.


Llevarlo mando a la cárcel,


donde la culpa que tiene


sentencie su mismo padre.


PASCUALA: Señor, mirad que se casa.


COMENDADOR: ¿Qué me obliga que se case?


¿No hay otra gente en el pueblo?


PASCUALA: Si os ofendió, perdonadle,


por ser vos quien sois.


COMENDADOR: No es cosa,


Pascuala, en que yo soy parte.


Es esto contra el maestre


Téllez Girón, que Dios guarde;


es contra toda su orden,


es su honor, y es importante


para el ejemplo, el castigo;


que habrá otro día quien trate


de alzar pendón contra él,


pues ya sabéis que una tarde


al comendador mayor,


– ¡qué vasallos tan leales!-


puso una ballesta al pecho.


ESTEBAN: Supuesto que el disculparle


ya puede tocar a un suegro,


no es mucho que en causas tales


se descomponga con vos


un hombre, en efecto, amante;


porque si vos pretendéis


su propia mujer quitarle,


¿qué mucho que la defienda?


COMENDADOR: Majadero sois, alcalde.


ESTEBAN: Por vuestra virtud, señor,…


COMENDADOR: Nunca yo quise quitarle


su mujer, pues no lo era.


ESTEBAN: Sí quisistes… Y esto baste;


que reyes hay en Castilla,


que nuevas órdenes hacen,


con que desórdenes quitan.


Y harán mal, cuando descansen


de las guerras, en sufrir


en sus villas y lugares


a hombres tan poderosos


por traer cruces tan grandes;


póngasela el rey al pecho,


que para pechos reales


es esa insignia y no más.


COMENDADOR: ¡Hola!, la vara quitadle.


ESTEBAN: Tomad, señor, norabuena.


COMENDADOR: Pues con ella quiero darle


como a caballo brïoso.


ESTEBAN: Por señor os sufro. Dadme.


PASCUALA: ¿A un viejo de palos das?


LAURENCIA: Si le das porque es mi padre,


¿qué vengas en él de mí?


COMENDADOR: Llevadla, y haced que guarden


su persona diez soldados.


Vase el COMENDADOR y los suyos


ESTEBAN: Justicia del cielo baje.


Vase


PASCUALA: Volvióse en luto la boda.


Vase


BARRILDO: ¿No hay aquí un hombre que hable?


MENGO: Yo tengo ya mis azotes,


que aún se ven los cardenales


sin que un hombre vaya a Roma.


Prueben otros a enojarle.


JUAN ROJO: hablemos todos.


MENGO: Señores,


aquí todo el mundo calle.


Como ruedas de salmón


me puso los atabales.


FIN DEL ACTO SEGUNDO

ACTO TERCERO

Salen ESTEBAN, ALONSO y BARRILDO


ESTEBAN: ¿No han venido a la junta?


BARRILDO: No han venido.


ESTEBAN: Pues más a priesa nuestro daño corre.


BARRILDO: Ya está lo más del pueblo prevenido.


ESTEBAN: Frondoso con prisiones en la torre,


y mi hija Laurencia en tanto aprieto,


si la piedad de Dios no los socorre…


Salen JUAN ROJO y el REGIDOR


JUAN ROJO: ¿De qué dais voces, cuando importa tanto


a nuestro bien, Esteban, el secreto?


ESTEBAN: Que doy tan pocas es mayor espanto.


Sale MENGO


MENGO: También vengo yo a hallarme en esta junta.


ESTEBAN: Un hombre cuyas canas baña el llanto,


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