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las obras no hay quien las crea.


COMENDADOR: ¡Qué cansado villanaje!


¡Ah! Bien hayan las ciudades,


que a hombres de calidades


no hay quien sus gustos ataje;


allá se precian casados


que visiten sus mujeres.


ESTEBAN: No harán; que con esto quieres


que vivamos descuidados.


En las ciudades hay Dios


y más presto quien castiga.


COMENDADOR: Levantaos de aquí.


ESTEBAN: ¿Qué diga


lo que escucháis por los dos?


COMENDADOR: Salid de la plaza luego;


no quede ninguno aquí.


ESTEBAN: Ya nos vamos.


COMENDADOR: Pues no así.


FLORES: Que te reportes te ruego.


COMENDADOR: Querrían hacer corrillo


los villanos en mi ausencia.


ORTUÑO: Ten un poco de paciencia.


COMENDADOR: De tanta me maravillo.


Cada uno de por sí


se vayan hasta sus casas.


LEONELO: ¡Cielo! ¿Qué por esto pasas?


ESTEBAN: Ya yo me voy por aquí.


Vanse los LABRADORES


COMENDADOR: ¿Qué os parece de esta gente?


ORTUÑO: No sabes disimular,


que no quieres escuchar


el disgusto que se siente.


COMENDADOR: Éstos ¿se igualan conmigo?


FLORES: Que no es aqueso igualarse.


COMENDADOR: Y el villano, ¿ha de quedarse


con ballesta y sin castigo?


FLORES: Anoche pensé que estaba


a la puerta de Laurencia,


y a otro, que su presencia


y su capilla imitaba,


de oreja a oreja le di


un beneficio famoso.


COMENDADOR: ¿Dónde estará aquel Frondoso?


FLORES: Dicen que anda por ahí.


COMENDADOR: ¡Por ahí se atreve a andar


hombre que matarme quiso!


FLORES: Como el ave sin aviso,


o como el pez, viene a dar


al reclamo o al anzuelo.


COMENDADOR: ¡Que a un capitán cuya espada


tiemblan Córdoba y Granada,


un labrador, un mozuelo


ponga una ballesta al pecho!


El mundo se acaba, Flores.


FLORES: Como eso pueden amores.


ORTUÑO: Y pues que vive, sospecho


que grande amistad le debes.


COMENDADOR: Yo he disimulado, Ortuño;


que si no, de punta a puño,


antes de dos horas breves,


pasara todo el lugar;


que hasta que llegue ocasión


al freno de la razón


hago la venganza estar.


¿Qué hay de Pascuala?


FLORES: Responde


que anda agora por casarse.


COMENDADOR: ¿Hasta allí quiere fïarse?


FLORES: En fin, te remite donde


te pagarán de contado.


COMENDADOR: ¿Qué hay de Olalla?


ORTU˜O: Una graciosa


respuesta.


COMENDADOR: Es moza brïosa.


¿Cómo?


ORTUÑO: Que su desposado


anda tras ella estos días


celoso de mis recados


y de que con tus crïados


a visitarla venías;


pero que si se descuida


entrarás como primero.


COMENDADOR: ¡Bueno, a fe de caballero!


Pero el villanejo cuida…


ORTUÑO: Cuida, y anda por los aires.


COMENDADOR: ¿Qué hay de Inés?


FLORES: ¿Cuál?


COMENDADOR: La de Antón.


FLORES: Para cualquier ocasión


ya ha ofrecido sus donaires.


Habléla por el corral,


por donde has de entrar si quieres.


COMENDADOR: A las fáciles mujeres


quiero bien y pago mal.


Si éstas supiesen, ¡oh, Flores!,


estimarse en lo que valen…


FLORES: No hay disgustos que se igualen


a contrastar sus favores.


Rendirse presto desdice


de la esperanza del bien;


mas hay mujeres también,


porque el filósofo dice,


que apetecen a los hombres


como la forma desea


la materia; y que esto sea


así, no hay de qué te asombres.


COMENDADOR: Un hombre de amores loco


huélgase que a su accidente


se le rindan fácilmente,


mas después las tiene en poco,


y el camino de olvidar,


al hombre más obligado


es haber poco costado


lo que pudo desear.


Sale CIMBRANOS, soldado


CIMBRANOS: ¿Está aquí el comendador?


ORTUÑO: ¿No le ves en tu presencia?


CIMBRANO: ¡Oh, gallardo Fernán Gómez!


Trueca la verde montera


en el blanco morrión


y el gabán en armas nuevas;


que el maestre de Santiago


y el conde de Cabra cercan


a don Rodrigo Girón,


por la castellana reina,


en Ciudad Real; de suerte


que no es mucho que se pierda


lo que en Calatrava sabes


que tanta sangre le cuesta.


Ya divisan con las luces,


desde las altas almenas


los castillo y leones


y barras aragonesas.


Y aunque el rey de Portugal


honrar a Girón quisiera,


no hará poco en que el maestre


a Almagro con vida vuelva.


Ponte a caballo, señor;


que sólo con que te vean


se volverán a Castilla.


COMENDADOR: No prosigas; tente, espera.


Haz, Ortuño, que en la plaza


toquen luego una trompeta.


¿Qué soldados tengo aquí?


ORTUÑO: Pienso que tienes cincuenta.


COMENDADOR: Pónganse a caballo todos.


CIMBRANOS: Si no caminas apriesa,


Ciudad Real es del rey.


COMENDADOR: No hayas miedo que lo sea.


Vanse TODOS. Salen MENGO, LAURENCIA y PASCUALA,


huyendo


PASCUALA: No te apartes de nosotras.


MENGO: Pues, ¿a qué tenéis temor?


LAURENCIA: Mengo, a la villa es mejor


que vamos unas con otras,


pues que no hay hombre ninguno,


porque no demos con él.


MENGO: ¡Que este demonio crüel


nos sea tan importuno!


LAURENCIA: No nos deja a sol ni a sombra.


MENGO: ¡Oh! Rayo del cielo baje


que sus locuras ataje.


LAURENCIA: Sangrienta fiera le nombra;


arsénico y pestilencia


del lugar.


MENGO: Hanme contado


que Frondoso, aquí en el prado,


para librarte, Laurencia,


le puso al pecho una jara.


LAURENCIA: Los hombres aborrecía,


Mengo; mas desde aquel día


los miro con otra cara.


¡Gran valor tuvo Frondoso!


Pienso que le ha de costar


la vida.


MENGO: Que del lugar


se vaya, será forzoso.


LAURENCIA: Aunque ya le quiero bien,


eso mismo le aconsejo;


mas recibe mi consejo


con ira, rabia y desdén;


y jura el comendador


que le ha de colgar de un pie.


PASCUALA: ¡Mal garrotillo le dé!


MENGO: Mala pedrada es mejor!


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