Era horroroso pensar que la enorme nave cósmica no se hubiera destruido casual sino intencionadamente. Precisamente después de que Guianeya fue desembarcada de ella.
¿Pero la otra mujer, la que fue madre de Guianeya, por qué se había quedado en la nave condenada?
Tomó con cuidado la mano de Guianeya. Ella no ofreció resistencia.
— ¿Dígame — su voz se entrecortaba de emoción — nació usted en esta nave?
Guianeya con asombro elevó sus ojos hacia él.
— ¿De dónde saca usted tan rara suposición? Si yo hubiera nacido durante el vuelo mi madre se encontraría ahora aquí, conmigo.
¡Estaba todo claro! Con estas palabras Guianeya confirmó su hipótesis. ¡La nave había sido destruida intencionadamente! Y, seguramente lo había hecho el mismo Riyagueya.
Se empezaba a aclarar el secreto de la aparición de Guianeya en Hermes.
— ¿Era usted la única mujer en la nave? — le preguntó Murátov, deseando convencerse definitivamente.
— ¿Qué importancia tiene esto para usted? — respondió Guianeya, retirando su mano que él todavía mantenía con la suya —. Sí, la única.
Murátov recordó de pronto otras palabras de Guianeya. Una vez ella dijo que había realizado el vuelo a la Tierra casi en contra de su voluntad. Por lo tanto no podía haber nacido en la nave como había pensado antes. Esta era una conjetura completamente errónea. Pero tampoco se llevan niños pequeños al cosmos. Entonces, ¿por qué no recuerda su patria?
¡Otra vez un enigma, todavía más incomprensible y enmarañado!
Allá, en Hermes, en el abismo negro del cosmos, tuvo lugar una tragedia. ¡Tragedia relacionada con el destino de las personas de la Tierra!
Una cosa está clara: Riyagueya destruyó la nave y la destruyó para impedir que se llevaran a cabo los planes orientados contra la Tierra. Obligó a Guianeya a abandonar la nave, la quería salvar porque era mujer, y a la que posiblemente amaba. «Yo estoy entre ustedes, en la Tierra, completamente en contra de mi voluntad», dijo ella una vez.
¡Esto ha tenido que ocurrir precisamente así!
Y sin pensar sus palabras, dejándose dominar sólo por el sentimiento, Murátov dijo:
— ¡Ha sido bella la muerte de Riyagueya!
Guianeya le miró algunos segundos con los ojos desorbitados en los que se reflejaba una completa turbación. Después se volvió bruscamente y salió corriendo de la sala.
Stone y Tókarev consideraron muy importante lo que les relató Murátov.
— La situación se aclara — dijo Stone —. Cada vez es más evidente la necesidad de destruir los satélites y su base lo antes posible. Por lo que se ve — dirigiéndose a Murátov — no es cierta su suposición de que Guianeya nos engañaba en algo. Al revés, es sincera. Contra nosotros se había planeado algo pérfido, y Guianeya, en realidad, nos quiere salvar.
— ¿De dónde deduce usted esto? — preguntó Tókarev.
— De lo que nos ha contado Murátov. Me parece que es cierta su suposición de que la catástrofe ha sido intencionada. Claro está, que es difícil decir lo que precisamente pasó en la astronave, pero con muchas probabilidades podemos considerar que fue destruido no por casualidad.
— ¿Usted supone que entre los compatriotas de Guianeya surgieron divergencias?
— Tenían que surgir. Yo me represento toda esta historia de la siguiente forma. Hace mucho tiempo, según nuestros cálculos, algunos siglos, fue compuesto un plan orientado contra la Tierra y sus habitantes. Lo que se pensó hacer no es tan importante. Está claro que ellos se equivocaron en sus planes: a nosotros no nos asusta ninguna amenaza y podemos salvar cualquier peligro. Pero no se trata de esto. El asunto es que la distancia entre la Tierra y su planeta es muy grande, y transcurre mucho tiempo de un vuelo a otro.
La sociedad de seres racionales, exista donde sea, no puede estancarse, se desarrolla, progresa. Esta es una ley de la vida. Lo que fue pensado, por lo visto poco humano, les pareció a algunos, a las personas más progresistas de su mundo, algo inconcebiblemente feroz. De las palabras de Guianeya se deduce que un tal Riyagueya, hombre progresivo, comprendió perfectamente que la humanidad de la Tierra había avanzado mucho, que ya no era la misma de los tiempos de su primer vuelo. Recordemos las palabras de Guianeya: «Las personas de la Tierra no se merecen la suerte que ellos les preparaban».