En las pantallas circulares panorámicas (en los todoterreno no había ventanas), que daban la impresión de aberturas transparentes, se podía ver de una forma completamente real todos los pormenores de los lugares circundantes.
Ante el sillón de Stone se encontraba la gran pantalla infrarroja. La luz corriente, visible, no se reflejaba en ella, y los paisajes lunares parecían una combinación fantástica de manchas blanquinegras, que sólo las podía descifrar un ojo experimentado.
Stone no tenía excesiva confianza en esta pantalla. Eran mayores sus esperanzas en la visión infrarroja, «viva», de Guianeya. Momentos antes de la salida le preguntó por intermedio de García ¿si estaba segura de que podría ver la base?
— Por lo que yo sé — fue la respuesta — está situada a cielo abierto. ¿Por qué no podré verla? No podría solamente que se encuentre a una distancia considerable.
Hablaba en un tono de indiferencia, pero Stone tenía fe en sus palabras. Además, recordaba que Guianeya ve bien a una distancia a la que sólo el hombre de la Tierra puede ver con prismáticos.
Estaba sentada al lado de Stone y con aire aburrido examinaba las rocas. Los dos miraban hacia adelante. Un lugar más adelante ocupaba García que examinaba la parte septentrional. La oriental fue encargada a Véresov y la meridional a Tókarev y Murátov.
Solamente Guianeya podía ver a simple vista la base, pero nadie se esforzaba por verla inmediatamente. Buscaron los lugares favorables para la base, aquellos en que ellos mismos la hubieran instalado si estuvieran en lugar de los compatriotas de Guianeya.
Consideraron lo más probable que si la base se encontraba aquí, estaría ubicada al pie de las rocas, en la parte norte.
Las máquinas marchaban lentamente a una velocidad de quince a veinte kilómetros por hora.
El interior de los todoterreno era espacioso, estaba fresco e incluso había comodidad.
La fuerza de gravedad, seis veces menor que la de la Tierra, creaba la impresión de ligereza de movimientos, de que una fuerza extraordinaria llenara todos los músculos del cuerpo.
A Murátov le gustaba esta sensación. El sillón en que estaba sentado, no muy blando al tacto, parecía como si fuera de pluma. Ningún almohadón de la Tierra podía ser tan blando, ya que su cuerpo pasaba aquí seis veces menos que en su planeta.
Miraba atentamente la llanura inundada por la luz solar, lo que no le quitaba el aspecto tenebroso. La llanura parecía cavada por un arado gigantesco. Comprendía que a él y a Tókarev les habían encargado precisamente esta parte porque aquí había menos probabilidades de encontrar la base. Los dos eran los observadores menos experimentados, y por esto era poco probable que vieran un lugar conveniente.
Era una pena que no se viera la Tierra en el cielo negro, sembrado espesamente de estrellas. Stone iba muy pegado a las montañas. Murátov tenía grandes deseos de contemplar el aspecto del planeta natal. Lo había visto desde la astronave, pero durante poco tiempo, y no se había saciado de esta visión insólita.
Después de hora y media de tensa atención, ésta se debilitó un poco y Murátov empezó a pensar en otras cosas. Sus pensamientos volvieron otra vez hacia Guianeya y las causas de su cólera.
Para él estaba claro que no había ninguna causa.
«Puede ser, pensó, que me equivoque, y que Guianeya no se haya enfadado conmigo, sino que tema que le haga más preguntas, y huya de mí sólo porque no quiere contestarme».
Esta idea era agradable para él, ya que la hostilidad inesperada de Guianeya apenaba a Murátov.
¿Con qué y cómo corregir la situación?...
Transcurrió una hora más. Los todoterreno se encontraban ya a más de cincuenta kilómetros de la estación. Poco a poco empezó a dominar el aburrimiento a todos los miembros de la expedición.
Stone se percató de esto.
Mandó detener a su todoterreno y tras él las otras máquinas.
— Propongo que desayunemos — dijo alegremente Stone —. Descansemos y después iremos más adelante.
— ¿A qué distancia piensa usted alejarse hoy? — preguntó Tókarev.
— No más de setenta kilómetros. Si creemos en lo que ha dicho Guianeya, es inútil buscar más adelante, ya que entonces se verá perfectamente la Tierra. Guianeya ha dicho que la base está ubicada en un lugar desde el que no se ve la Tierra. Es posible que podamos hoy mirar también la parte oriental.
— Esto será agotador.
— No es gran cosa. No podemos demorarnos Veo, que ustedes, habitantes de la Luna, se han apoltronado aquí — dijo en broma Stone —. Les obligaremos a trabajar a lo terrestre.
— Como si en la Tierra se trabajaran los días enteros — replicó Tókarev.
— Si es necesario, sí — contestó serio Stone.
Todos se negaron a desayunar, y después de unos diez minutos de parada las máquinas marcharon otra vez hacia adelante.
— Camaradas — dijo Stone dirigiendo sus palabras no sólo al equipo de su máquina sino también a todos los restantes —. Miren atentamente. Aquí no volveremos por segunda vez.