Y ahora pasemos un poco a lo largo de esta fila de cuerpos sucios y ensangrentados, tumbados hombro con hombro a la espera de la hora del embarque, algunos de ojos aún abiertos, desorbitados hacia el cielo, otros que con los párpados entornados parecen reprimir unas ganas enormes de reírse, es un muestrario de llagas, de heridas abiertas que las moscas devoran, no se sabe quiénes son o fueron estos hombres, sólo los amigos de más cerca conocen sus nombres, o porque de los mismos lugares vinieron o porque juntos se encontraron en un mismo peligro, Murieron por la patria, diría el rey si aquí viniera a rendir a los héroes el último homenaje, pero Don Afonso Henriques tiene en su propio campamento sus propios muertos, no precisa venir desde tan lejos, el discurso, si lo hace, deberá ser entendido como contemplando en partes iguales a cuantos más o menos a esta hora esperan despacho, mientras se están discutiendo cuestiones importantes para saber quién va de tripulante en las barcas o estará de fajina en el cementerio abriendo fosas. El ejército no tendrá que avisar a las familias por telegrama, En el cumplimiento de su deber cayó en el campo del honor, manera sin duda más elegante para explicar por lo claro, Murió con la cabeza aplastada por una piedra que un moro hijoputa le tiró desde allá arriba, y es que estos ejércitos no tienen aún catastro, y los generales, cuando mucho, y muy por encima, saben que al principio traían doce mil hombres y de ahora en adelante lo que tienen que hacer es ir descontando todos los días unos cuantos, soldado en el frente no precisa nombre, Oye tú, bestia, como retrocedas un paso te meto un tiro en los cuernos, y él no retrocedió, y cayó la piedra, y lo mató. Le llamaban Galindo, es éste, en estado tal que ni la madre que lo parió lo reconocería, aplastada la cabeza de un lado, el resto cubierto de sangre seca, y tiene a la derecha a Remigio, de flechas traspasado, dos de lado a lado, que los dos moros que al mismo tiempo lo eligieron como blanco tenían ojo de halcón y brazo de sansón, pero no van a tener que esperar mucho, que dentro de unos días les va a tocar la vez a ellos, y quedarán, como éstos, expuestos al sol, a la espera de sepultura, dentro de la ciudad, que estando cercada ya no se puede llegar al cementerio, donde los gallegos cometieron las más nefandas profanaciones. A su favor, si tal se pudiese decir, sólo tienen los moros las despedidas de la familia, el alarido de las mujeres, pero eso, quién sabe, hasta será peor para la moral de las tropas, sujetos a un espectáculo de lágrimas de dolor y sufrimiento, de lutos sin consolación, Hijo mío, hijo mío, mientras en el campamento cristiano todo pasa entre hombres, que las mujeres, si allí están, es para otros motivos y por otros fines, abrirse de piernas a quien venga, soldado muerto, soldado puesto, las diferencias de altura y grosor, con el hábito, ni se notan, salvo casos excepcionales. Galindo y Remigio van a atravesar por última vez el estuario, si es que ya lo habían atravesado en este sentido, que estando el cerco aún en sus inicios no faltan aquí hombres que no han llegado todavía a aliviar sus humores secretos y entraron en la muerte llenos de una vida que no aprovechó a nadie. Con ellos, tendidos en el fondo de la barca, unos sobre otros, comprimidos por la estrechez del espacio, irán también Diogo, Gonzalo, Fernán, Martinho, Mendo, García, Lourenço, Pêro, Sancho, Álvaro, Moço, Godinho, Fuas, Arnaldo, Soeiro, y los que aún faltan para la cuenta, algunos que tienen el mismo nombre, pero aquí no mencionados para que no se nos pueda protestar, De ése ya ha hablado, y no sería verdad, que bien podría ser que escribiéramos, Va en la barca Bernardo, y ser treinta los muertos con un nombre solo, nunca nos cansaremos de repetir, Un nombre no es nada, la prueba podemos encontrarla en Alá que, a pesar de los noventa y nueve que tiene, no ha conseguido ser más que Dios.