Cuando las barcas regresan a la otra orilla, mucho más ligeras, no irá Mogueime en ellas. No porque haya decidido desertar, tal idea no le pasaría por la cabeza, mucho menos a una persona con su reputación y con lugar ya asegurado en la Gran Historia de Portugal, no son cosas que se pierdan por liviandad, una locura, él es Mogueime y estuvo en la toma de Santarem, y basta. Su motivo reservado, que ni a Galindo confiaría, es ir desde aquí, por caminos que quedaron explicados cuando el ejército se desplazó desde el Monte de San Francisco al Monte da Graça, hasta el campamento del rey, donde sabe que separadamente están las tiendas de los cruzados, a ver si por feliz acaso, al doblar una esquina, encuentra a la concubina del alemán. Ouroana se llama, en quien no para de pensar, aunque no tenga ilusiones en cuanto a ser ella bocado para su diente, pues un soldado sin graduación no puede aspirar más que a putas de todo el mundo, barraganas exclusivas es placer y derecho de señores, cuando mucho, cambiadas, y eso entre iguales. En el fondo, no cree que vaya a tener la suerte de verla, pero bien que le gustaría volver a oír aquel golpe en la boca del estómago por dos veces experimentado, pese a todo no se puede quejar, que en medio de tanto macho exasperado de celo, las hembras están en general guardadas, y más aún si salen a tomar el aire, la prueba es que llevaba Ouroana de acompañante a un criado del caballero Enrique, armado como para el combate, no obstante pertenecer al servicio interno.