María Sara pasó la noche en casa de Raimundo Silva. Después de haberle pedido que encendiera la luz, y asegurarse, con todos los sentidos, de la verdad de estar allí, desnuda y con este hombre desnudo al lado, mirándolo y tocándolo, y sin resguardo ofreciéndose a sus ojos y a sus manos, dijo, entre dos besos, Voy a llamar a mi cuñada. Se enrolló en la colcha blanca y corrió descalza al despacho, desde el dormitorio Raimundo Silva oyó marcar el número, e inmediatamente, Soy yo, luego hubo un silencio, probablemente la cuñada estaría manifestándole extrañeza por la tardanza, preguntando, por ejemplo, Hay alguna novedad, y María Sara, que precisamente de grandes y numerosas novedades estaba habilitada para hablar, respondió, No, sólo quería avisar de que no voy a ir a casa, lo que, a decir verdad, era una novedad absoluta, teniendo en cuenta que ocurría por primera vez desde que se fue a vivir a casa del hermano, después del divorcio. Otro silencio, la sorpresa discreta de la cuñada, inmediatamente cómplice, las palabras que dijo, María Sara se echó a reír, Luego te lo cuento y dile a mi hermano que no se ponga así, en plan de protector de viudas y doncellas, que mi caso no es de ésos. Del otro lado, la cuñada habría expresado una preocupación familiar razonable, Espero que sepas lo que estás haciendo, es lo mínimo que se puede decir en situaciones como ésta, y María Sara respondió, De momento me basta saber que es verdad, y después de una pausa, dijo simplemente, Sí, no precisó de más Raimundo Silva para entender que la cuñada de María Sara había preguntado, Es el corrector, y María Sara respondió, Sí. Después de haber colgado, ella se quedó allí unos momentos, súbitamente todo había adquirido un aire de irrealidad, estos muebles, estos libros, y dentro, en el dormitorio, estaba un hombre acostado, por la parte interna de los muslos sintió que se deslizaba una caricia fría, y pensó, Es de él, se estremeció y se enrolló más en la colcha, pero el gesto le hizo cobrar conciencia de la desnudez completa de su cuerpo, y ahora luchaba en ella el recuerdo de las recientes sensaciones con un pensamiento irritante que no quería dejarla, Si él se hubiera quedado desnudo encima de la cama, el pensamiento se interrumpía allí, o era ella que se negaba a seguir hasta el fin, pero se comprendía claramente que se trataba de una amenaza, de una decisión tomada, incluso sin estar el destinatario formalmente explícito. Le sorprendió que él no la llamara, la campanilla del teléfono dio señal del fin de la comunicación, parecía que el silencio se apoderaba de la casa como si fuese un enemigo furtivo e inquietante, y después pensó que había hallado el motivo, él no sabría cómo llamarla, sí, diría María Sara, pero la cuestión no estaba en las palabras, estaba en el tono con que fuesen dichas, cómo elegir entre el tono imperativo de quien cree ser ya el propietario de un cuerpo y la expresión de una dulzura sentimental que no diríamos fingida, pero en la que seguramente habría una parte de deliberación demasiado consciente para ser natural. Volvió al cuarto, pensando, mientras iba por el corredor, Él está cubierto, él está cubierto, tan ansiosamente como si de eso fuera a depender todo el futuro de las palabras y obras que aquí habían sido dichas y hechas, Raimundo Silva estaba cubierto hasta los hombros.