Mientras seguía a Price, las piernas le dolían tanto que pensaba que le fallarían y que iba a caerse de un momento a otro, pero eso le traía sin cuidado. Ya veía otra vez, y el turno había terminado. Pronto estaría en casa y podría tumbarse a descansar.
Llegaron al fondo del pozo vertical y se metieron en la jaula con un grupo de mineros con el rostro tiznado. Tommy Griffiths no estaba entre ellos, pero el Seboso Hewitt, sí. Mientras aguardaban la señal desde arriba, Billy advirtió que todos lo miraban de reojo, esbozando sonrisas maliciosas.
– Dinos, ¿cómo te ha ido en tu primer día, Billy Doble?
– Bien, gracias – contestó.
La expresión de Hewitt era rencorosa; sin duda recordaba que Billy lo había llamado «pedazo de imbécil».
– ¿No has tenido ningún problema? – preguntó.
Billy vaciló antes de contestar; saltaba a la vista que sabían algo, pero quería que viesen que no había sucumbido al miedo.
– Se me ha apagado la lámpara – dijo, consiguiendo que no le temblara la voz. Miró a Price, pero decidió que era más propio de un hombre hecho y derecho no acusarlo -. Me ha costado mucho trabajar así, en la oscuridad, con la pala todo el día – explicó. Se había quedado bastante corto con aquella explicación, porque podían pensar que en realidad no había sido para tanto, pero eso era mejor que reconocer ante ellos todo el miedo que había pasado.
Entonces habló uno de los hombres mayores. Era John Jones el Tendero, a quien llamaban así porque su esposa regentaba una pequeña tienda en la parte trasera de su casa.
– ¿Todo el día? – inquirió.
– Sí – contestó Billy.
John Jones miró a Price y dijo: – Maldito hijo de perra, se supone que solo tenía que durar una hora…
Las sospechas de Billy se vieron confirmadas. Todos estaban al tanto de lo ocurrido y, por lo visto, debían de hacerles algo parecido a los nuevos, pero Price había sido más duro con él que de costumbre.
El Seboso Hewitt sonreía de oreja a oreja.
– ¿Y no tenías miedo, Billy, tú solo ahí abajo, en la oscuridad?
El muchacho meditó antes de responder. Todos estaban mirándolo, esperando a oír lo que iba a decir, ya sin ningún rastro de las sonrisas maliciosas, y todos parecían un poco avergonzados. Decidió decir la verdad.
– He pasado miedo, sí, pero no estaba solo.
Hewitt se quedó estupefacto.
– ¿Que no estabas solo?
– No, claro que no – dijo Billy -. Jesús estaba conmigo.
Hewitt estalló en carcajadas, pero fue el único. Su risa retumbó en el silencio y cesó de repente.
El silencio se prolongó durante varios minutos. Luego se oyó un ruido metálico, seguido de una sacudida, y la jaula emprendió su ascenso. Harry se dio media vuelta.
A partir de entonces, empezaron a llamarlo Billy de Jesús.
PRIMERA PARTE. El cielo amenazador
Capítulo 2
Enero de 1914
El conde Fitzherbert, de veintiocho años de edad, conocido por su familia y amigos como Fitz, era el noveno hombre más rico de toda Gran Bretaña.
No había hecho nada en absoluto para ganar sus cuantiosos ingresos, sino que sencillamente, se había limitado a heredar miles de hectáreas de tierra en Gales y en Yorkshire. Las granjas no producían muchos beneficios, pero debajo de ellas había grandes cantidades de carbón, y el abuelo de Fitz se había hecho inmensamente rico otorgando las concesiones para la explotación del mineral.
Estaba claro que era la voluntad de Dios que los Fitzherbert gobernasen a sus semejantes y que viviesen de manera acorde a su condición, pero Fitz pensaba que no había hecho nada que justificase la fe que Dios había depositado en él.
Su padre, el anterior conde, había sido un caso distinto. Oficial de la Armada, había sido nombrado almirante tras el bombardeo de Alejandría en 1882, se había convertido en embajador británico en San Petersburgo y, finalmente, había sido ministro en el gabinete de lord Salisbury. Los conservadores perdieron las elecciones generales de 1906 y el padre de Fitz murió escasas semanas más tarde, una muerte precipitada – de eso Fitz estaba seguro – por el hecho de ver a liberales irresponsables como David Lloyd George y Winston Churchill hacerse cargo del gobierno de Su Majestad.
Fitz ocupó su escaño en la Cámara de los Lores, la cámara legislativa superior del Parlamento británico, como par conservador. Hablaba un francés muy correcto y se defendía en ruso, y su sueño era llegar a convertirse algún día en jefe del Foreign Office. Por desgracia, los liberales no dejaban de ganar las elecciones continuamente, de modo que aún no había tenido ocasión de ser ministro del gobierno.
Su carrera militar había sido igual de mediocre. Había asistido a la academia de entrenamiento de oficiales del ejército de Sandhurst, y pasó tres años con el regimiento de los Fusileros Galeses para convertirse en capitán. Tras su matrimonio abandonó la carrera militar, pero pasó a ser coronel honorífico de los Territorials de Gales del Sur. Lamentablemente, los coroneles honoríficos nunca ganaban medallas.