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Todo conducía a esta teoría. La introvertida y ansiosa esposa dedicada solamente a soñar en su hogar sagrado; el aterrador sentido de culpabilidad del agregado laboral; su absurdamente generosa recepción de la muchacha llamada Katrin, con la que se atribuyó, prácticamente, el papel de hermano por poderes, otorgados en ausencia de Elke; su curiosa confesión de que había entrado en el dormitorio de Elke, cosa que su esposa jamás hacía. Para Alexis, quien se había encontrado en situaciones parecidas, en pasados tiempos, y que ahora volvía a encontrarse en la misma situación -desgarrado por sentimientos de culpabilidad, y con los nervios sensibles a las más leves brisas sexuales-, los síntomas se encontraban escritos claramente en todo el expediente, y, en secreto, a Alexis, le gustaba que Schulmann también se hubiera dado cuenta de ello. Ahora bien, las autoridades de Colonia se cerraban de banda ante estos hechos, las autoridades de Bonn, por su parte, explotaban histéricamente las circunstancias. El agregado laboral era un héroe, padre de un hijo muerto, marido de una mujer mutilada. Era la víctima de una salvajada antisemítica cometida en tierra alemana, era un diplomático acreditado en Bonn, y, por definición, era el judío más respetable entre cuantos judíos hayan sido inventados. ¿Quiénes eran los alemanes, nada menos que los alemanes, se preguntaban a sí mismos, para denunciar a tal persona en concepto de infiel al vínculo matrimonial? Aquella misma noche, el desdichado agregado laboral acompañó al cadáver de su hijo a Israel, y el telediario de ámbito nacional inició el programa con la imagen de la ancha espalda del agregado subiendo la escalerilla, mientras el omnipresente Alexis, sombrero en mano, con pétreo respeto le contemplaba partir.

Algunas actividades de Schulmann no llegaron a oídos de Alexis hasta después de que el equipo israelita hubiera partido rumbo a Israel. Por ejemplo, descubrió casi por casualidad, aunque no del todo, que Schulrann y su sacasillas habían efectuado conjuntamente investigaciones acerca de Elke, con independencia de los investigadores alemanes, y que la habían convencido, a altas horas de la noche, de que demorase su provecto de regresar a Suecia, con el fin de que los tres pudieran gozar de una conversación privada totalmente voluntaria y bien pagada. Los dos israelitas pasaron una tarde entera interrogando a la muchacha en el dormitorio de un hotel, y, después, en contraste con la economía de que hacían gala en otras ocasiones sociales, los dos acompañaron a la muchacha en taxi hasta el aeropuerto. Alexis intuía que hicieron lo anterior con la finalidad de descubrir quiénes eran los verdaderos amigos de Elke, y a dónde iba Elke a divertirse cuando su novio quedaba a buen recaudo, en manos del ejército. Y en dónde compraba Elke la marijuana y las anfetaminas que encontraron entre los restos de su dormitorio. O para averiguar, lo cual era más probable, quién la obsequiaba con estos productos, y en los brazos de quién prefería abandonarse para hablar de sí misma y de la familia en la que trabajaba, cuando se sentía realmente a gusto y tranquila. Alexis dedujo todo lo anterior debido, en parte, a que sus propios hombres le entregaron un informe confidencial sobre Elke, y las preguntas que Alexis atribuía a Schulmann eran exactamente las mis-mas que él hubiera formulado a la muchacha, si Bonn no le hubiera amordazado, prohibiéndole esta clase de investigaciones.

Las autoridades de Bonn siempre decían que era preciso no jugar sucio, dejar, primero, que creciera la hierba sobre las ruinas. Y Alexis, que ahora estaba luchando por su supervivencia, comprendió estas insinuaciones y se calló, sí, debido a que de día en día el prestigio del silesio iba en alza, mientras el de Alexis iba en baja.

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