A partir de la maleta, el silesio pasó laboriosamente a su contenido. El ingenio explosivo había quedado fijado mediante rellenos, caballeros, dijo el silesio. El primer relleno estaba integrado por periódicos viejos que, según los análisis, correspondían a las ediciones de Bonn impresas durante los últimos seis meses por Springer. Esto, a Alexis, le pareció muy congruente. El segundo relleno era una manta militar, de desecho, cortada a trozos, de la misma clase que la que me entregó mi colega, Fulano de Tal, de los laboratorios de análisis estatales. Mientras el atemorizado ayudante mostraba una gran manta gris para que todos la vieran, el silesio expuso orgullosamente sus restantes y maravillosas pistas. Alexis escuchó cansadamente el ya conocido recitado: restos de un detonador… partículas de explosivo que no estallaron, explosivo que era plástico ruso, conocido por los americanos como C4, por los ingleses como PE, y por los israelitas como fuera que le conocieran… el muelle de un reloj de pulsera barato… el chamuscado pero todavía identificable gancho de una percha doméstica. En una palabra, pensó Alexis, el clásico ingenio que pueda construir un recién licenciado de una escuela de fabricación de bombas caseras. No había materiales comprometedores, ni muestras de vanidad, ni adornos, con la salvedad de un circuito eléctrico, construido con materiales de juego infantil, que se encontraba adosado al ángulo interior de la tapa de la maleta. Sin embargo, Alexis pensó que con la clase de materiales destinados actualmente a juegos de niños, aquel circuito le inducía a uno a recordar con nostalgia a los buenos y anticuados terroristas de los años setenta.
El silesio parecía pensar lo mismo, pero, con macabro sentido del humor, exclaimó sonoramente:
- ¡La hemos llamado la bomba de Bikini! ¡Es el minimo! ¡No Lleva extras!
Alexis, temerariamente, apostilló:
- ¡Ni indicios para efectuar detenciones!
Y fue recompensado por Schulmann mediante una sonrisa de admiración y extraño reconocimiento.
Apartando bruscamente a su ayudante, el silesio metió la mano en la maleta y con airoso ademán extrajo de ella una pieza de madera sobre la que se había montado el circuito eléctrico, que tenia la apariencia de un autódromo de juguete, con hilo conductor cubierto de aislante, que terminaba en diez palitos de plástico gris. Mientras los profanos se arremolinaban alrededor de la mesa para ver mejor el ingenio, Alexis vio con sorpresa que Schulmann, con las manos en los bolsillos, se unía a los mirones. ¿Por qué?, se preguntó Alexis mirando descaradamente a Schulmann. ¿A santo de qué hoy pierdes tan tranquilamente el tiempo, cuando ayer ni siquiera lo tenías para mirar tu maltratado reloj? Abandonando sus esfuerzos para fingir indiferencia, Alexis se puso rápidamente al lado de Schulmann. El silesio indicaba que ésta era la manera en que se fabricaba una bomba, cuando se tiene una imaginación convencional y se desea volar judíos. Usted compra un reloj barato, como éste, no lo roba, sino que lo compra en unos grandes almacenes, en la hora punta, y, además compra un par de chucherías para que el dependiente no se acuerde de usted. Arranca la saeta que marca las horas. Hace un orificio en el vidrio, mete un alfiler de sastre en el orificio, une mediante soldadura el circuito eléctrico a la cabeza del alfiler. Ahora, pone la batería. Ahora pone la saeta a la distancia de la aguja que usted desee. Pero, por lo general, procure que tarde lo menos que sea posible en llegar al alfiler, para evitar dilaciones que puedan conducir al descubrimiento y desarme de la bomba. Ahora le da cuerda al reloj. Compruebe que la aguja de los minutos sigue funcionando. Si, funciona. En el instante en que esta saeta toca el alfiler se cierra el circuito eléctrico, y la bomba estalla.
Para hacer una demostración del funcionamiento de aquella maravilla, el silesio quitó el detonador y los diez palitos de explosivo de plástico, sustituyendo a éstos por una bombillita como las que llevan las linternas de pilas.
El silesio gritó:
- ¡Y ahora les voy a demostrar cómo funciona el circuito! Nadie dudaba duque aquello funcionaba, casi todos se sabían de memoria el ingenio en cuestión, pero a pesar de ello y durante unos instantes, Alexis tuvo la impresión de que los espectadores se estremecían involuntariamente, cuando la bombillita se encendió alegremente. Sólo Schulmann parecía indiferente. Alexis pensó: «Quizá ha visto demasiadas tragedias, y, al final, se ha quedado sin sentido de la piedad.» Si, ya que Schulmann no hacía el menor caso de la bombilla. Estaba inclinado sobre el circuito de alambre conductor, y lo contemplaba con el crítico interés de un entendido.
Un parlamentario deseoso de demostrar su sagacidad preguntó por qué la bomba no había estallado en el momento deseado. En suave y elegante inglés, el parlamentario dijo: