Charlie sintió en ella la mirada de Joseph, y se preguntó si aquel hombre era consciente del interior retraímiento del espíritu de Charlie, y si el hombre había tomado la decisión de hacer caso omiso de ello. Sólo después, Charlie pensó que Joseph provocaba voluntariamente tal retraímiento, con la finalidad de que se pasara al campo opuesto.
- Durante casi veinte años, a partir de la Catástrofe, mi padre se mantuvo arraigado en los restos de mi pueblo. Algunos le tildaban de colaboracionista. Esa gente no sabía nada de nada. Esa gente no había sentido la bota del sionista en el cuello. En los alrededores de mi pueblo, en las regiones contiguas, la gente era expulsada, golpeada y detenida. Los sionistas confiscaban sus tierras, arrasaban sus casas con los tractores, y fundaban asentamientos sobre el terreno devastado, y en estos asentamientos prohibían que morasen árabes. Pero mi padre era pacífico y sabio, lo que le permitió, durante cierto tiempo, mantener a los sionistas alejados de nosotros.
Una vez más, Charlie sintió deseos de preguntarle: «¿Y eso es verdad?» Pero tampoco en esta ocasión tuvo tiempo para ello.
- Pero en la guerra del 67, cuando vimos que los tanques se acercaban a nuestro pueblo, también nosotros emprendimos la huida. Con lágrimas en los ojos, nuestro padre nos reunió, y nos dijo que juntáramos todo lo que teníamos. Nos dijo: «Ahora, comenzarán los pogroms.» Yo era el más joven y no sabía nada de nada, por lo que le pregunté: «Padre, ¿qué es un pogrom?» Y me contestó: «Es lo que los occidentales hicieron a los judíos, y precisamente por esto es lo que ahora los sionistas nos hacen a nosotros; los sionistas han conseguido una gran victoria y podrían ser generosos; pero en su política no hay virtudes.» Hasta el fin de mis días recordaré cómo mi altivo padre penetró en la miserable choza que entonces era nuestro hogar. Durante largo rato estuvo quieto ante la entrada de la choza, reuniendo el valor preciso para entrar. No lloró, pero se pasó varios días sentado en una caja de madera que contenía sus libros, y nada comió. Creo que mi padre, en el curso de aquellos días, se avejentó veinte años. Dijo: «He penetrado en mi tumba; esta choza es mi tumba.» Desde el momento en que entramos en Jordania nos convertimos en apátridas, sin documentación, sin derechos, sin futuro, sin trabajo. ¿La escuela a la que me mandaron? Era una barraca hecha con latas, llena de moscas y de niños mal alimentados. Recibo enseñanzas de Al Fatah. Son muchas las cosas que tengo que aprender. Me enseñan el manejo de las armas de fuego. Me enseñan a luchar contra los agresores sionistas.
Hizo una pausa y Charlie, al principio, pensó que le sonreía, pero en su rostro no había alegría. Con voz tranquila, dijo a Charlie:
- Lucho, luego existo. ¿Sabes quién dijo estas palabras, Charlie? Un sionista. Un sionista patriota, amante de la paz, idealista, que ha matado a muchos ingleses y a muchos palestinos, mediante métodos terroristas; ahora bien, debido a que es un sionista, no es un terrorista, sino un héroe y un patriota. ¿Sabes quién era este sionista cuando pronunció estas palabras, este sionista civilizado y amante de la paz? Era el primer ministro de un país llamado Israel. Procedente de Polonia. Tú, que eres una inglesa bien educada, ¿puedes decirme a mí, que soy un campesino apátrida, de qué manera un polaco llegó a ser el jefe político de mi patria, Palestina, un polaco que sólo existe debido a que lucha? ¿Puedes explicarme, por favor, en méritos de qué principio de la justicia inglesa, de la inglesa imparcialidad y del juego limpio inglés, este hombre gobierna mi país? ¿Y nos llama terroristas?
La pregunta resbaló de la mente de Charlie, antes de que pudiera analizarla. Charlie no estimó que la pregunta constituyera un reto, sino que ello quedó de relieve por sí mismo, gracias al caos que su interlocutor estaba creando en ella. Charlie le preguntó:
- ¿Y tú puedes decírmelo?
No contestó; sin embargo, no se comportó como si no hubiera oído la pregunta. La recibió. Charlie tuvo una pasajera impresión de que la había estado esperando. Luego, el interlocutor de Charlie se irguió, en un movimiento poco agradable, soltó una carcajada, cogió el vaso y lo levantó en brindis a Charlie, a quien ordenó:
- Brinda conmigo. Vamos: levanta tu vaso. Son los vencedores quienes escriben la historia. ¿Habías olvidado un hecho tan simple como éste? ¡Bebe conmigo!
Obediente, Charlie levantó el vaso.
El hombre dijo:
- Brindo por el menudo y valeroso Israel, por su increíble capacidad de supervivencia, gracias al subsidio norteamericano de siete millones de dólares diarios, y gracias a todo el poder del Pentágono bailando al son de Israel.
Sin beber, dejó el vaso en la mesa. Charlie hizo lo mismo. Con este gesto, con el consiguiente alivio de Charlie, pareció que el melodrama terminara, por el momento.