Читаем La chica del tambor полностью

- En consecuencia, Charlie, te conviertes de la Joan, la Juana de Arco, de Michel, en su gran amor, en su obsesión. Los empleados del motel ya se han ido, y estamos los dos solos en el comedor. Tu admirador sin máscara y tú. Ha pasado ya la medianoche y yo te he estado hablando durante demasiado tiempo, a pesar de que ni siquiera he comenzado a explicarte los sentimientos de mi corazón, ni a preguntar acerca de tu vida, a pesar de que te amo más que a nadie en mi vida, de que una experiencia semejante es totalmente nueva para mi, etcétera. El día siguiente es domingo, y tú estás libre, en tanto que yo he alquilado una habitación en el hotel. No hago el menor intento de persuadirte. No, no es éste mi estilo. Quizá sienta demasiado respeto hacia tu dignidad. O quizá mi orgullo me impida el intento de persuasión. O bien tú vienes a mí, como un verdadero compañero de armas, una amante libre, en una relación de soldado a soldado, o bien no te comportas de tal manera. ¿Cómo reaccionas? ¿Te muestras súbitamente impaciente por regresar al Astral Commercial Hotel, junto a la estación ferroviaria?

Charlie le miró fijamente y luego apartó la mirada. En la cabeza le bullían diez o doce respuestas cómicas, pero decidió prescindir de ellas. La figura del encapuchado en la sala de conferencias volvió a ser una abstracción. Era Joseph, y no un extraño, quien le había formulado la pregunta. ¿Y qué podía contestar Charlie, cuando en su imaginación ya estaban los dos juntos en cama, descansando Joseph su cabeza sobre el hombro de Charlie, teniendo Joseph su fuerte cuerpo con cicatrices junto al de Charlie, mientras ésta averiguaba la verdadera manera de ser de Joseph?

Joseph dijo:

- A fin de cuentas, Charlie, según tus propias declaraciones, te has acostado con hombres por mucho menos que esto.

Charlie, pareciendo de repente muy interesada en el salero de plástico, repuso:

- ¡Oh, sí, por muchísimo menos!

- Luces la costosa joya que te ha regalado. Te encuentras sola en una ciudad aburrida. Llueve. Ese hombre ha sabido halagar a la actriz, ha sabido despertar tus revolucionarios impulsos. ¿Cómo vas a rechazarle?

Charlie recordó a Joseph:

- Y también me ha dado de comer. A pesar de que yo estaba pasando una temporada vegetariana.

- Creo que ese hombre representa cuanto una aburrida muchacha occidental puede soñar.

Incapaz de mirarle siquiera, Charlie musitó:

- Joseph, por el amor de Dios!…

Mientras con una seña pedía que le entregaran la cuenta, Joseph dijo en tono decisorio:

- Muy bien. Felicidades. Por fin has encontrado tu alma gemela.

En los modales de Joseph había aparecido bruscamente una expresión de misteriosa brutalidad. Charlie tuvo la ridícula sensación de que su asentimiento había irritado a Joseph. Observó cómo pagaba la cuenta y cómo se guardaba el recibo en el bolsillo. Detrás de Joseph, Charlie salió al aire nocturno. Charlie pensó: «Soy una muchacha comprometida dos veces. Si amas a Joseph, dedícate a Michel. Como un alcahuete me ha vendido a su fantasma en el teatro de la realidad.»

Mientras entraban en el automóvil, Joseph dijo sin dar importancia a sus palabras:

- En la cama, te dice que su verdadero nombre es Salim, aunque ello constituye un gran secreto. Prefiere ser Michel. Ello se debe, en parte, a razones de seguridad, y, en parte, a que ya está levemente enamorado de la decadencia europea.

- Y a mí me gusta más Salim.

- Pero le llamas Michel.

«Lo que queráis», pensó Charlie. Pero la pasividad de Charlie era un engaño, incluso para ella misma, por cuanto sentía el nacimiento de la ira, que se iba alzando, muy lejos todavía, pero real.

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