El motel parecía un bloque de una fábrica, de poca altura. Al principio no encontraron espacio donde aparcar, pero después, un minibús Volkswagen, blanco, salió y dejó espacio para ellos. Charlie vio la figura de Dimitri al volante del minibús. Con las orquídeas en la mano, tal como Joseph le había dicho, Charlie esperó a que Joseph se pusiera el blazer rojo, y luego le siguió por el aparcamiento hasta la puerta de entrada. Joseph llevaba la bolsa de viaje de Charlie, así como su propia elegante cartera negra de hombre de negocios. Charlie le siguió a cierta distancia, con desgana. En el vestíbulo, mirando de soslayo, vio a Raoul y a Rachel en pie, bajo la deficiente luz, leyendo los programas de excursiones para el día siguiente. Charlie les dirigió una furiosa mirada. Joseph fue a recepción, y Charlie se puso junto a él, para ver cómo firmaba en el libro de registro, a pesar de que Joseph le había dado estrictas instrucciones de que no lo hiciera. El nombre era árabe, la nacionalidad libanesa, y las señas, las de un apartamiento en Beirut. Los modales de Joseph eran desdeñosos, los propios de un hombre de alta posición, que muy pronto se sentía ofendido. Charlie se dijo: «Sabes hacerlo bien.» Pero se lo dijo, en su fuero interno, con desgana, y esforzándose en odiarle. Joseph fue parco en sus ademanes, aunque con mucho estilo en ellos, identificándose con el papel que representaba. El aburrido recepcionista en servicio nocturno lanzó una lujuriosa mirada a Charlie, pero no dio muestra alguna de aquella falta de respeto a que Charlie estaba acostumbrada. Un empleado cargaba su equipaje en una enorme carretilla de hospital. «Visto un caftán azul, luzco un brazalete de oro, llevo ropa interior de Persephone, de Munich, y morderé al primer palurdo que me trate de fulana.» Joseph la tomó del brazo, y la mano de Joseph quemaba en el brazo de Charlie. La muchacha apartó el brazo de un tirón. «¡No sobes!» A los sones de gregoriano canto plano, difundido por ocultos altavoces, siguieron la carretilla con el equipaje a lo largo de un túnel gris, con puertas pintadas en tonalidades pastel. Su dormitorio era de la categoría grande luxe, lo cual significaba que tenía un aspecto tan estéril como un quirófano, y una cama de matrimonio.
Con furiosa hostilidad, Charlie exclamó:
- ¡Cristo! -Y miró furiosa a su alrededor.
El mozo del motel le dirigió una sorprendida mirada, pero Charlie hizo caso omiso de él. La muchacha vio un cuenco con fruta, un cubo con hielo, dos vasos y una botella de vodka esperando junto a la cama. También había un jarrón para las orquídeas. Charlie arrojó las orquídeas al jarrón. Joseph dio una propina al mozo, la carretilla emitió un gemido de despedida, y, de repente, los dos se encontraron solos, ante una cama del tamaño de un campo de fútbol, en tanto que dos minotauros, al carboncillo, y debidamente enmarcados, suministraban un ambiente de erotismo de buen tono, mientras que un balcón proporcionaba una perfecta vista del aparcamiento. Charlie sacó la botella de vodka del cubo de hielo, se sirvió un buen trago y se dejó caer desmadejadamente en el borde de la cama. Dijo:
- Salud, muchacho.
Joseph se hallaba de pie, contemplando sin expresión en el rostro a Charlie, y repuso, a pesar de que no tenía el vaso en la mano:
- Salud.
- Y ahora, ¿qué hacemos? ¿Nos dedicamos a hacer una partid¡ta de naipes? ¿O es ésta la gran escena para la que hemos comprado las entradas?
Alzando la voz, Charlie prosiguió:
- Quiero decir, ¿quién diablos somos en este caso concreto? Lo quiero saber sólo a título informativo. ¿Quiénes somos? ¿Lo entiendes? ¿Quiénes?
- Sabes muy bien quiénes somos, Charlie. Somos dos enamorados gozando de nuestra luna de miel en Grecia.
- Pues yo pensaba que estábamos en un motel de Nottingham.
- Estamos interpretando los dos papeles al mismo tiempo. Pensaba que lo habías comprendido. Estamos construyendo el pasado y el presente.
- Debido a que tenemos muy poco tiempo a nuestra disposición.
- Digamos que se debe a que hay vidas humanas en peligro.
Charlie tomó otro trago de vodka, y observó que tenía la mano firme como una roca, ya que así se le ponía la mano cuando Charlie se malhumoraba seriamente. Charlie corrigió a Joseph:
- Vidas judías, querrás decir.
- ¿Es que son diferentes de las otras vidas?
- ¡Pues sí, si, señor! ¡Santo cielo! Quiero decir que Kissinger puede bombardear a los camboyanos hasta hartarse, y nadie pestañea siquiera. Los Israelíes pueden despedazar palestinos a placer. Pero si alguien mata a un par de conejos en Frankfurt o cualquier otro sitio, ello es un desastre internacional de primera división especial, ¿no es así?