Por norma general, Becker rara vez terminaba sus conversaciones telefónicas con Kurtz, y lo mismo hacía éste en las conversaciones con el primero. Se daba la rara circunstancia de que cada uno de ellos hacía lo posible para ser el primero en dejar de hablar con el otro. Sin embargo, en esta ocasión, Kurtz escuchó hasta el final, y lo mismo hizo Becker. Pero éste, cuando colgó el teléfono vio sus atractivas facciones reflejadas en el espejo, y las estuvo contemplando un rato, con notable desagrado. Instantes hubo en que le parecieron las luces de un buque pirata, y sintió el morboso y avasallador deseo de apagarlas de una vez para siempre: o ¿Quien diablos eres? ¿Qué es lo que sientes?» Becker se acercó al espejo. «Siento lo mismo que sentiría si estuviera contemplando a un amigo muerto y alentara esperanzas de que resucitara. Siento lo mismo que si estuviera buscando mis viejas esperanzas en otra persona, y lo hiciera sin el menor éxito. Siento que soy un actor, tal como lo eres tú, rodeándome a mí mismo de versiones de mi propia identidad, debido a que, por razones ignoradas, el personaje original, se perdió en el camino. Aunque, en realidad, nada siento, debido a que los sentimientos verdaderos son subversivos y atentan contra la disciplina militar. En consecuencia, no siento, sin embargo lucho, luego existo.»
En la ciudad, Becker caminaba con impaciencia, a largos pasos, mirando fijamente al frente, como si caminar le aburriera, y como si la distancia, como siempre, fuera demasiado corta. Era una ciudad que esperaba ser atacada, y durante más de veinte años Becker había conocido muchas ciudades, demasiadas, en estas mismas circunstancias. Las gentes habían huido de las calles, a los oídos no llegaban voces de niños. Derriba las casas. Dispara contra todo lo que se mueva. Los coches y camionetas que se veían habían sido abandonados por sus dueños, y sólo Dios sabe cuándo dichos dueños volverían a echar la vista encima a sus vehículos. De vez en cuando, la rápida mirada de Becker penetraba deslizándose en un portal abierto o en una calleja sin luces, pero el acto de observar era habitual en el, y no por ello menguaba la velocidad de su paso. Al llegar a un cruce, Becker alzó la cabeza para leer en la placa el nombre de la calle, pero una vez mas siguió adelante a paso vivo, antes de penetrar muy deprisa en un solar en construcción. Allí había un minibús, aparcado entre montones de ladrillos. Palos destinados a sostener alambres para tender la ropa a secar se inclinaban en los alrededores del minibús, de manera que disimulaban la existencia de una antena de unos treinta pies. Del interior del mini-bus salía una música suave. Se abrió la puerta del vehículo, el cañón de una pistola apuntó a la cara de Becker, como un ojo que le escrutara, la pistola desapareció. Una voz respetuosa dijo:
- Shalom.
Becker entró en el minibus y cerró la puerta. La música no con-seguía superar el irregular parloteo de un pequeño teletipo. David el operador de la casa de Atenas, estaba agazapado junto al aparato. Le acompañaban dos de los chicos de Litvak. Limitándose a efectuar un movimiento de saludo con la cabeza, Becker se sentó en el banco con almohadillas, y comenzó a leer el montón de hojas de teletipo que habían sido arrancadas antes de su llegada.
Los muchachos le miraban con respeto. Becker tenía la impresión de que aquellos chicos contaban vorazmente las cintas de sus medallas, y que probablemente sabían sus actos de heroísmo mucho mejor que él mismo.
El más audaz de los dos muchachos osó decir:
- Es guapa la chica, Gadi.
Becker no le hizo caso. A veces, Becker subrayaba un párrafo, otras veces subrayaba una fecha. Cuando hubo terminado, entregó los papeles a los muchachos, y les ordenó que le formularan preguntas, hasta que quedó en la certeza de haberse aprendido bien cuanto debía aprenderse.
Al salir del minibús, Becker se detuvo, en contra de su voluntad. junto a una ventana, y oyó las alegres y juveniles voces que hablaban de él.
El más audaz de los dos muchachos dijo:
- Gavron le reserva un cargo de director general. Si, dirigir a una nueva fábrica textil cerca de Haifa.
El otro repuso:
- Excelente. En este caso lo que debemos hacer es retirarnos y dejar que Gavron nos convierta en millonarios.
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