Читаем La chica del tambor полностью

En vistas a su prohibida pero crucial reunión con el buen doctor Alexis, Kurtz había adoptado un aire de fraternal afinidad entre dos profesionales, no sin matices de estar fraguada por una muy vieja amistad. A propuesta de Kurtz, no se reunieron en Weisbaden, sino en Frankfurt, donde las multitudes son más densas y móviles, en un amplio y destartalado hotel, especializado en convenciones, donde aquellos días se celebraba una conferencia para alumnos de la artesanía de muñecos de trapo. Alexis había propuesto que se reunieran en su casa, pero Kurtz declinó esta invitación mediante una insinuación que Alexis comprendió de inmediato. Se reunieron a las diez de la noche, y los alumnos de la industria antes mentada habíanse esparcido por la ciudad en busca de otra clase de muñecas. El bar estaba vacío en sus tres cuartas partes, y aquel par parecía, a primera vista, formado por dos comerciantes más dedicados a solucionar los problemas mundiales, ante un jarrón con flores de plástico. Lo cual, hasta cierto punto, era verdad. Sonaba música por los altavoces, pero el barman escuchaba un recital de música de Bach, al través de un transistor.

Desde la última vez que se habían reunido, Alexis había experimentado un cambio, ya que había dejado de tener la expresión propia de un enanito travieso. Sí, esta faceta de Alexis parecía adormecida para siempre. Se advertían en él las primeras sombras del fracaso, como los síntomas precoces de una enfermedad, y su sonrisa televisiva tenía ciertos desagradables matices de modestia. Kurtz, que se estaba preparando para el asalto final, advirtió con satisfacción lo anterior. Alexis también se daba cuenta todos los días, cuando en la intimidad del cuarto de baño, todas las mañanas, con los dedos echaba hacia atrás la piel alrededor de los ojos y recuperaba momentáneamente los últimos vestigios de su moribunda juventud. Kurtz le dio recuerdos de la gente de Jerusalén, y, a modo de testimonio de amistad, le entregó una botella de agua turbia extraída del Jordán. Le habían dicho que la nueva señora Alexis esperaba un hijo, y sugirió que quizá aquella agua les fuera útil. Este gesto conmovió a Alexis, y le divirtió un poco más que la ocasión en cuyo mérito se hizo el obsequio.

Después de haber contemplado la botella, con expresión de cortés pasmo, Alexis dijo:

- Parece que usted se enteró antes que yo. Ni siquiera lo he comunicado a mis jefes.

Y estas palabras eran verdad. El silencio de Alexis había sido algo parecido a un último intento de evitar la concepción. Kurtz, no sin malicia, dijo:

- Lo mejor será que se lo diga cuando todo haya ya pasado, y que además les pida disculpas.

Tranquilamente, en silencio, como es propio de hombres que no se tratan con cumplidos, brindaron. Brindaron por la vida y por un futuro mejor para el hijo nonato del doctor Alexis.

Con una maligna chispa en los ojos, Kurtz dijo:

- Me han dicho que en la actualidad es usted coordinador. Con grave acento, Alexis dijo:

- Brindemos por todos los coordinadores.

Y una vez más, los dos bebieron un sorbito simbólico. Acordaron tratarse por el nombre de pila, a pesar de lo cual Kurtz siguió utilizando el respetuoso Sie, en vez del Du. No quería que su ascendencia sobre Alexis quedara socavada.

Kurtz dijo:

- ¿Y puedo preguntarle qué es lo que usted coordina, Paul? Haciendo una deliberada parodia del tono oficial empleado en Bonn, Alexis recitó:

- Herr Schulmann, me veo en el caso de comunicarle que las funciones de enlace con servicios extranjeros amigos han dejado de formar parte de mis atribuciones oficiales.

Y Alexis esperó a que Kurtz insistiera más. Pero Kurtz prefirió aventurar una hipótesis que no era tal hipótesis:

- El coordinador tiene responsabilidades de carácter administrativo en materias tan importantes como transportes, formación, reclutamiento y contabilidad de las secciones de operaciones. Y también en materia de intercambio de información entre organismos estatales y federales.

Alexis, tan divertido como horrorizado, una vez más, por la precisión de las informaciones de Kurtz, dijo:

- Se ha olvidado de las vacaciones oficiales. Si desea más vacaciones venga a Wiesbaden y se las daré. Tenemos un comité poderosísimo, en lo tocante a vacaciones oficiales.

Kurtz prometió que así lo haría, confesando que ya era hora de que se tomase un descanso. La referencia al excesivo trabajo trajo a la memoria de Alexis sus tiempos pasados en los campos de operaciones, y, haciendo un paréntesis en la conversación, Alexis contó a Kurtz un caso en el que no había dormido, literalmente hablando, sin siquiera tumbarse, durante tres días seguidos. Kurtz le escuchó con respetuosa comprensión. Kurtz sabía escuchar, y esto era algo que Alexis rara vez encontraba en Wiesbaden.

Después de un agradable intercambio de frases intrascendentes, al estilo de las narradas, Kurtz dijo:

- No sé si sabe, Paul, que yo también fui coordinador, en cierta ocasión.

Esbozando una triste sonrisa de complicidad, Kurtz prosiguió:

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