Читаем La chica del tambor полностью

- Y allí, supongo, la chica conoce a un secreto admirador suyo, persona que quizá la preparó un poco para cumplir la misión del día. Por ejemplo, le enseñó la manera de armar la bomba. De preparar el mecanismo de relojería, de disponer el detonador… También me atrevería a suponer que este mismo admirador ya había alquilado un dormitorio en algún hotel, y que, hallándose los dos bajo el estímulo de su reciente logro, se entregaron a hacer el amor de manera muy apasionada. En la mañana siguiente, mientras la parejita duerme, descansando de sus agotadores placeres, estalla la bomba. Estalla más tarde de lo previsto, pero ¿qué importa?

Alexis, en rápido movimiento, se inclinó al frente y, llevado por su excitación, preguntó casi en tono acusatorio:

- ¿Y el hermano, Marty? ¿El gran luchador que ya ha dado muerte a tantos y tantos israelíes? ¿Dónde estaba, mientras ocurría todo lo que acaba de decir? Imagino que en Bad Neuenahr, divirtiéndose un poco con la guapa muchachita que puso la bomba, ¿verdad?

Las facciones de Kurtz habían quedado heladas en rígida impasibilidad, impasibilidad que el entusiasmo del buen doctor parecía intensificar. Con aparente satisfacción, Kurtz replicó:

- El caso es que, esté donde esté, este hombre dirige una operación eficiente, con compartimientos bien delimitados, bien delegada, y con excelente información. El chico de la barba tenía la descripción de la chica, y nada más. Ni siquiera sabía en qué consistía la operación. La chica sabía la matrícula de la motocicleta. El conductor del automóvil conocía la casa a la que iba, pero no conocía al chico de la barba. Aquí hay una buena inteligencia en funcionamiento.

Después de decir estas palabras, Kurtz causó la impresión de haber quedado afectado por una seráfica sordera, por lo que Alexis, tras formular unas cuantas infructuosas preguntas, sintió la necesidad de pedir más whiskies. La verdad era que el doctor padecía cierta escasez de oxígeno. Era como si, hasta el presente momento, el doctor Alexis hubiera vivido en un muy bajo nivel de existencia, y, en los últimos tiempos, en un bajísimo nivel. Pero ahora, de repente, el gran Schulmann le había elevado a alturas en las que el buen doctor ni siquiera había soñado.

Con ánimo de provocar a Kurtz, Alexis le preguntó:

- ¿Y supongo que ha venido aquí para comunicar esta información a sus oficiales colegas alemanes?

Pero Kurtz se limitó a contestar con un largo y meditativo silencio, durante el cual causó la impresión de medir y pesar a Alexis, con su vista y sus pensamientos. Luego, Kurtz efectuó aquel ademán que Alexis tanto admiraba, el ademán de tirar de la camisa hacia atrás, levantar el antebrazo y mirar su reloj de pulsera. Y esto recordó a Alexis, una vez más, que mientras su tiempo se consumía aburridamente ante su propia vista, Kurtz parecía tener ante sí todo el tiempo del mundo. Insistente, Alexis dijo:

- Puede tener la seguridad de que los agentes de Colonia le quedarán muy agradecidos. Mi excelente sucesor, ¿se acuerda de él, Marty?, conseguirá un inmenso triunfo personal. Con la ayuda de los medios de difusión se convertirá en el más brillante y popular policía de Alemania Occidental. Y con razón, ¿verdad? Todo gracias a usted.

Con una ancha sonrisa, Kurtz reconoció que así sería. Tomó un sorbito de whisky y se secó los labios con un viejo pañuelo de color caqui. Luego apoyó la barbilla en la palma de una mano y emitió un suspiro, como queriendo significar que no había albergado la intención de decir lo anterior, pero que, puesto que Alexis había hecho mención de ello, lo había hecho. Kurtz confesó:

- La verdad es que Jerusalén ha pensado mucho en este asunto, Paul. Y no estamos tan seguros como usted parece estarlo de que su sucesor sea ese tipo de caballero cuyo progreso en la vida nosotros estamos interesados en promover.

Kurtz fingió meditar. Su cejo parecía decir: ¿y qué podemos hacer para evitarlo? Siguió:

- Sin embargo, se nos ocurrió que teníamos una alternativa, y que quizá pudiéramos estudiar con usted esta alternativa y saber cuáles son sus reacciones. Nos dijimos que tal vez el buen doctor Alexis nos haría el favor de transmitir nuestra información a Colonia, en representación de nosotros. De una forma privada. No oficial todavía, si es que comprende lo que pretendo decir. Sobre la base de su propia iniciativa personal y de su sabia dirección. Si; esto es algo que nos hemos estado preguntando. Nos dijimos que acaso fuera conveniente ir a ver a Paul, y decirle: «Mire, Paul: sabemos que usted es amigo de Israel. Tome esto y utilícelo, saque provecho de ello. Considere que es un regalo que le hacemos, y manténganos al margen del asunto.» Nos preguntamos a santo de qué íbamos a ayudar la promoción de un hombre que no nos gusta. ¿Por qué no promover al hombre más adecuado? ¿Por qué no tratar con amigos, lo cual siempre ha sido nuestro principio? ¿Promoverlos? ¿Recompensar su lealtad?

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