Y, por último, Alexis hizo una apasionante predicción, predicción que Kurtz le había dictado palabra por palabra, y que Alexis tuvo que leérsela, mientras Kurtz escuchaba con suma atención. La predicción era tan imprecisa que resultaba prácticamente inútil, pero, al mismo tiempo, era lo suficientemente precisa para que resultase impresionante una vez se hubiera cumplido. Informes no confirmados afirmaban que una gran partida de explosivos había sido recientemente suministrada por los extremistas islámicos turcos, en Istambul, con la finalidad de que fuera utilizada en acciones antisionistas en Europa occidental. Cabía esperar, dentro de los próximos días, un nuevo atentado. Según los rumores, el lugar en que el atentado tendría lugar se hallaba en el sur de Alemania. Era preciso poner en alerta a todos los puestos fronterizos, así como a la policía de dicha zona. No se podían facilitar más detalles. Aquella misma tarde, Alexis fue llamado por sus superiores, y, por la noche, tuvo una larga y clandestina conversación telefónica con su gran amigo Schulmann, durante la cual Alexis recibió las felicitaciones de éste, así como palabras de estímulo, y nuevas instrucciones.
Muy excitado, Alexis gritó en inglés:
- ¡Han picado, Marty! ¡Son como corderitos! ¡Los tenemos completamente en nuestras manos!
«Alexis ha picado -dijo Kurtz a Litvak, en Munich-; pero Alexis va a necesitar mucha dirección y mucha ayuda.»
Después de una pausa, y mientras contemplaba pensativo su reloj, Kurtz musitó:
- ¿Y por qué Gadi no se da prisa con esa chica, y termina ya de una vez para siempre?
Con un júbilo que no podía ocultar, Litvak gritó:
- ¡Pues porque a Gadi ha dejado de gustarle actuar! ¿Cree que no me doy cuenta? Y usted también se da cuenta de ello. Kurtz le dijo que se callara.
12
En lo alto de la colina se olía a tomillo y era, para Joseph, un punto especial. Lo había buscado en el mapa y había llevado allá a Charlie, dando a la excursión un aire de indudable importancia. Primero viajaron en automóvil, y ahora avanzaban a pie, ascendiendo constantemente, pasando junto a colmenas, cipreses, pedregosos campos con flores amarillas. El sol no había llegado aún al punto más alto de su trayectoria. Tierra adentro se alzaban cadenas montañosas, una tras otra, de color castaño. Al este, Charlie divisó las plateadas llanuras del Egeo, hasta que la neblina las transformó en cielo. El aire olía a resina y a miel, y lo estremecía el vibrar de los cencerros de los machos cabríos. Una fresca brisa daba en un lado de la cara de Charlie y le pegaba al cuerpo su vestido de tela ligera. Tenía cogido por el brazo a Joseph, pero éste estaba con la atención tan concentrada que no parecía darse cuenta. En una ocasión, Charlie creyó ver a Dimitri sentado en unas piedras, pero cuando exclamó el nombre del muchacho, Joseph le ordenó secamente que no le saludara. En otra ocasión creyó ver la silueta de Rose, en lo alto, recortada contra el cielo, pero cuando Charlie volvió a mirar allá, nada vio.