Читаем La chica del tambor полностью

Hasta el presente momento, el día había tenido para ellos su propia coreografía, y Charlie había dejado que Joseph la guiara a través del baile, con su habitual energía. Charlie se despertó pronto y encontró a Rachel inclinada sobre ella, diciéndole que, por favor, debía ponerse el otro vestido azul, el vestido con mangas largas. Charlie se duchó rápidamente v regresó al dormitorio totalmente desnuda, pero no encontró allí a Rachel, sino a Joseph, que estaba sentado ante una bandeja con desayuno para dos, y escuchando un boletín de noticias, en griego, que difundía su pequeña radio, a Joseph que, ante todos, había sido el hombre que había pasado la noche con ella. Charlie se refugió velozmente en el cuarto de baño, y Joseph le entregó el vestido por el estrecho espacio de la puerta entornada, alargando el brazo. Desayunaron de prisa y en casi total silencio. En conserjería, Joseph pagó la factura y se guardó el recibo. Cuando se acercaron al Mercedes, juntamente con el equipaje, encontraron a Raoul, el muchacho hippy, tumbado en el suelo, a menos de dos metros del parachoques trasero, ocupado en arreglar el motor de una motocicleta supercargada, y a Rose, reclinada en el césped, sobre una cadera, comiendo un panecillo. Charlie se preguntó cuánto tiempo llevarían allí aquel par, y a santo de qué tenían que vigilar el automóvil. Joseph condujo el automóvil descendiendo por la carretera durante una milla, hasta llegar a unas ruinas, y allí lo aparcó, mucho antes de que los restantes mortales comenzaran a hacer cola. Entraron por una puerta lateral, y Joseph obsequió a Charlie con una nueva vista, con explicaciones suyas, el centro del universo. Le mostró el templo de Apolo y el muro dórico con sus himnos de alabanza en él inscritos, y la piedra que había señalado el ombligo del mundo. Le mostró los Tesoros y le habló de las muchas guerras que se habían librado para estar en posesión del oráculo. Sin embargo, Joseph no se comportó con la ligereza con que lo había hecho en la Acrópolis. Charlie le imaginó leyendo una lista grabada en su memoria y poniendo una marca en cada tema explicado, mientras iban con prisas de un lado a otro.

Al regresar al automóvil, Joseph le entregó la llave, y Charlie preguntó:

- ¿Conduzco yo?

- ¿Por qué no? Creía que tu debilidad eran los buenos automóviles.

Se dirigieron hacia el norte siguiendo sinuosas carreteras desiertas y, al principio, Joseph poco hizo como no fuera valorar la manera de conducir de Charlie, de una forma muy parecida a la que se usa para la obtención del carnet de primera, pero no consiguió ponerla nerviosa, y, al parecer, tampoco Charlie puso nervioso a Joseph, ya que éste poco tardó en abrir el mapa sobre sus rodillas y a estudiarlo. El automóvil se conducía como en un sueño, y la carretera pasaba de tener trechos asfaltados a tener trechos con grava. En cada curva cerrada se alzaba una nube de polvo que, iluminada por el claro sol, se perdía confundiéndose con el maravilloso paisaje. Bruscamente, Joseph dobló el mapa y volvió a guardarlo en el bolsillo en la portezuela. Joseph preguntó:

- Bueno, Charlie: ¿estás dispuesta?

Lo hizo tan bruscamente como si Charlie le hubiera obligado a esperar. Acto seguido, Joseph reanudó su relato.

Al principio, los dos seguían en Nottingham, llevados los dos por una culminante oleada de frenético amor. Habían pasado dos noches y un día en el motel, y así constaba en el libro de registro. Joseph dijo:

- Los empleados del motel, en el caso de que se les exija, recordarán a una pareja de enamorados con nuestro aspecto físico. Nuestro dormitorio se encontraba en el extremo oeste del complejo, con ventanas que daban a un jardincillo. A su debido tiempo te llevarán allá y podrás ver cómo es.

Dijo que pasaron casi todo el tiempo en cama, hablando de política, hablando de su vivir y haciendo el amor. Al parecer, las únicas interrupciones fueron un par de salidas al campo, en los alrededores de Nottingham, pero fueron cortas, ya que pronto quedaron de nuevo embargados por sus sentimientos amorosos, y regresaron corriendo al hotel.

En un intento de arrancar a Joseph de su negro estado de ánimo, Charlie le dijo:

- ¿Y por qué no lo hicimos en el automóvil? Me encantan estos actos de amor improvisados.

- Respeto tus gustos, pero, por desdicha, Michel es un hombre un tanto tímido en esta materia y prefiere la intimidad del hotel. Animada por el mismo propósito, Charlie preguntó:

- ¿Y qué puntuación tiene Michel en estos asuntos? Joseph también intentó contestar esta pregunta:

- Según los informes de las más solventes fuentes, le falta un poco de imaginación, pero tiene un entusiasmo sin límites y su virilidad es impresionante.

Gravemente, Charlie dijo:

- Muchas gracias.

Joseph prosiguió. El lunes por la mañana, a primera hora, Michel regresó a Londres, pero Charlie, que no tenía ensayo hasta la tarde, se quedó, con el corazón roto, en el motel. Joseph describió rápidamente el penoso día de Charlie.

Перейти на страницу:

Похожие книги