Читаем La chica del tambor полностью

- Bueno: el caso es que Nottingham pertenece al pasado, lo mismo que York, Bristol y Londres. Hoy es hoy, el tercer día de nuestra gran luna de miel en Grecia. Estamos en el lugar en que estamos, hicimos el amor durante toda la noche, nos levantamos temprano, y Michel te ha dado una memorable conferencia sobre la cuna de nuestra civilización. Tú has conducido el automóvil y yo he tenido ocasión de comprobar lo que ya me habían dicho de ti, que te gusta conducir y que conduces bien en la medida en que puede hacerlo una mujer. Y ahora te he traído aquí, a la cumbre de esta colina, sin que tú sepas por qué. Ya has advertido que hoy me comporto con cierto retraimiento. Estoy pensativo, quizá sopesando una gran decisión. Tus intentos de sacarme de mi abstracción me irritan. ¿Qué le pasa?, te preguntas. ¿Sigue adelante nuestro amor? ¿O acaso tú has hecho algo que me ha desagradado? Y si nuestro amor sigue, ¿de qué manera sigue? Te hago sentar aquí, a mi lado, y saco la pistola.

Charlie contempló fascinada cómo Joseph extraía fácilmente la pistola y la empuñaba de tal manera que el arma parecía una prolongación de su mano.

- Como si se tratara de un privilegio inmenso y exclusivo, voy a contarte la historia de esta arma, y, por primera vez… -Joseph hizo una pausa, y, al seguir hablando, lo hizo muy lentamente para dar más énfasis a sus palabras-: Si., por primera vez haré mención de mi gran hermano, de este hermano cuya existencia constituye un secreto militar que sólo los más leales, que son poquísimos, pueden saber. Te lo digo porque te amo y porque…

Joseph dudó: «Y porque a Michel le gusta compartir secretos», pensó Charlie. Pero por nada del mundo estaba Charlie dispuesta a estropear la representación de Joseph, quien dijo:

- Y porque hoy me propongo dar el primer paso a fin de iniciarte en cuanto a camarada combatiente de nuestro ejército secreto. Cuántas y cuántas veces en tus cartas y en tus momentos de pasión amorosa has suplicado que te permitan demostrar tu lealtad mediante la acción… Y hoy vamos a dar el primer paso en este sentido.

Una vez más, Charlie se dio cuenta de la facilidad con que Joseph adoptaba modales de árabe. Lo mismo que anoche en la taberna, en aquellos instantes en que Charlie apenas podía distinguir cuál de los conflictivos espíritus de Joseph era el que le hablaba, ahora escuchaba pasmada la manera en que Joseph adoptaba el colorido estilo narrativo propio de los árabes.

- Durante toda mi vida de nómada, víctima de los usurpadores sionistas, mi gran hermano mayor brilló ante mi vista como una estrella celestial. Así fue en Jordania, en nuestro primer campamento, donde la escuela era una choza de latas llena de moscas. En Siria, a donde huimos cuando las tropas jordanas nos echaron con sus tanques. En el Líbano, donde los sionistas nos bombardearon con cañones navales y con aviones, ayudados por los chiítas. Y en medio de tantos sufrimientos, yo siempre me acordaba del gran héroe ausente, mi hermano, cuyas hazañas, que me contaba en susurros mi muy querida hermana Fatmeh, deseo ardientemente emular.

Ahora, Joseph ya no preguntaba a Charlie si le prestaba atención.

- Veo a mi hermano muy de vez en cuando, y con sumo secreto. Ya en Damasco, ya en Ammán… Una llamada: iVen! Y, entonces, paso una noche bebiendo literalmente sus palabras, la nobleza de su corazón, sus claros pensamientos de jefe, su valentía. Una noche me ordena que vaya a Beirut. Mi hermano acaba de regresar de una misión extremadamente osada, de la que yo nada puedo saber, salvo que constituyó una formidable victoria sobre los fascistas. Con él voy a escuchar a un gran orador político, libio, hombre de maravillosa retórica y de una gran capacidad de persuasión. Es el discurso más bello que he oído en mi vida. Incluso ahora te lo podría recitar. Todos los pueblos oprimidos del mundo debieran oír a ese gran libio.

Joseph sostenía el arma en la palma de la mano. La ofrecía a Charlie, como si quisiera que ésta cubriera la pistola con su mano.

- Con nuestros corazones henchidos de excitación regresamos a Beirut al alba, después del discurso. Íbamos cogidos del brazo, al modo árabe. Tengo los ojos llorosos. Llevado por un impulso, mi hermano se detiene y me abraza en plena calle. Siento su rostro sabio oprimido contra el mío. Extrae de su bolsillo esta pistola y me la entrega. Así…

Joseph cogió la mano de Charlie y puso en ella el arma, aunque mantuvo la mano sobre la de Charlie, de manera que la pistola apuntaba hacia el muro de la cantera.

- Mi hermano me dijo: «Es un regalo, para vengar nuestro pueblo, para darle la libertad, un regalo que un luchador hace a otro luchador, y recuerda que con esta arma hice mi juramento sobre la tumba de mi padre.» Me quedé mudo.

La fría mano de Joseph estaba aún sobre la de Charlie, quien sentía cómo su propia mano temblaba como un ser con vida independiente.

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