- Charlie, esta pistola es un objeto sagrado para mí. Te lo digo porque amé a mi padre, amo a mi hermano y te amo a ti. Dentro de unos instantes te enseñaré a disparar con ella, pero antes te pido que beses la pistola.
Charlie miró a Joseph y luego la pistola. Pero la excitada expresión del rostro de Joseph no daba lugar a excusas. Cogiendo con la otra mano el brazo de Charlie, Joseph la puso de nuevo en pie.
- Somos amantes, ¿es que no te acuerdas? Somos camaradas, servidores de la revolución. Vivimos en íntima unión de mentes y cuerpos. Soy un apasionado árabe y me gustan las grandes palabras y los grandes gestos. Besa la pistola.
- Joseph, no puedo hacerlo.
Charlie se había dirigido a la personalidad de Joseph, y éste le contestó en cuanto a tal:
- Oye, Charlie: ¿imaginas que esto es una reunión entre ingleses para tomar el té? ¿Imaginas que Michel, por el hecho de ser un guapo muchacho, está jugando?
Tras una pausa, Joseph preguntó con buena lógica:
- ¿En dónde pudo Michel aprender a jugar cuando la pistola fue el único objeto que le dio la medida de su hombría?
Charlie volvió a mover negativamente la cabeza, sin dejar de mirar la pistola. Pero la resistencia de la muchacha no irritó a Joseph, quien dijo:
- Escucha, Charlie: anoche, mientras hacíamos el amor, me preguntaste: «¿Michel, dónde está el campo de batalla?» ¿Y sabes qué hice? Puse la mano sobre tu corazón y te dije: «Estamos librando una jehad y el campo de batalla está aquí.» Eres mi discípula, y tu sentido de misión jamás ha sido tan exaltado. ¿Sabes lo que es una jehad? Es la guerra santa.
Charlie dudó, y luego oprimió sus labios sobre el pavonado metal del cañón de la pistola. Alejándose al instante de Charlie, Joseph dijo:
- Y, a partir de ahora, esta pistola forma parte de nosotros dos. La pistola es nuestro honor y nuestra bandera. ¿Lo crees?
- Si, Joseph; lo creo. Si, Michel; lo creo. Y no me obligues a volver a hacer esto. - Involuntariamente, Charlie se pasó la muñeca por los labios, como si hubiera sangre en ellos. Se odiaba a sí misma, tal como odiaba a Joseph, y se sentía un poco loca.
Cuando Charlie volvió a oír a Joseph, éste le explicaba:
- Es una Walther PPK. No es pesada, pero recuerda que todas las armas cortas son el resultado de la búsqueda de eficiencia, posibilidad de ocultación y facilidad de llevarlas. Esta es la manera en que Michel te habla de las armas. Exactamente igual que su hermano le hablaba de ellas.
Joseph se puso detrás de Charlie, le colocó las manos en las caderas, dejándola frente al blanco, y con los pies separados. Después, Joseph cogió la mano de Charlie, enlazando sus dedos con los de la muchacha, manteniendo el brazo de la chica plenamente extendido, y el cañón de la pistola apuntando al suelo, justamente entre uno y otro pie de Charlie. Joseph dijo:
- El brazo izquierdo debe estar libre y tranquilo. -Cogió el brazo izquierdo y con un movimiento le dio soltura-. Con los ojos abiertos levantas la pistola despacio hasta que se encuentre alineada con el blanco. Mantén la pistola horizontal al suelo. Así. Cuando te diga «Fuego», disparas dos veces, bajas la pistola y esperas.
Charlie bajó la pistola hasta que volvió a apuntar al suelo. Joseph dio la orden, Charlie levantó rígidamente el brazo, tal como le había dicho Joseph, oprimió el gatillo y nada ocurrió. Joseph dijo:
- Ahora, sí.
Y bajó el seguro del arma.
Charlie repitió el movimiento, oprimió el gatillo, y la pistola dio un salto en su mano como si hubiera recibido un tiro. Charlie disparó por segunda vez, y su corazón quedó invadido por aquel mismo peligroso sentimiento de excitación que experimentó la primera vez que saltó a caballo o que nadó desnuda en el mar. Charlie bajó la pistola, Joseph le dio una nueva orden, Charlie volvió a levantar el arma, mucho más de prisa, y disparó dos veces, en rápida sucesión, y una tercera vez para asegurar la suerte. Luego repitió el movimiento sin que Joseph se lo ordenara, disparando cuanto quiso, hasta que el creciente sonido de los estampidos estremeció el aire a su alrededor, y las balas, al rebotar, silbaban en el aire del valle, y volaban hacia el mar. Charlie siguió disparando hasta que el cargador quedó vacío. Luego se quedó quieta, con el brazo caído al costado, sosteniendo el arma, alborotado el corazón, mientras a su olfato llegaba el olor a tomillo y a pólvora.
Volviéndose hacia Joseph le preguntó:
- ¿Qué tal me he portado?
- Compruébalo tú misma.
Apartándose de Joseph, Charlie fue corriendo hacia la lata de petróleo. Y se quedó mirando la lata, con expresión de incredulidad, debido a que la lata estaba intacta.
Indignada, Charlie exclamó:
- ¡No puede ser! ¡Algo ha fallado!
Cogiendo la pistola, Joseph dijo:
- Sencillamente, no has dado en el blanco.
- ¡Serían cartuchos de fogueo!
- No, ni hablar.
- Hice todo lo que me dijiste.
- Para comenzar, digamos que no puedes disparar con una sola mano. Es ridículo que una chica que pesa cincuenta kilos y que tiene muñecas como espárragos dispare con una sola mano.