Pero esta vacilación dio a Charlie una seguridad de la que jamás había gozado hallándose en compañía de Joseph. Charlie insistió:
- He preguntado que por qué no conduce él mismo, y todavía no he obtenido la respuesta.
Una vez más, Joseph reaccionó con excesiva vehemencia:
- ¡Charlie! ¡Soy un activista palestino! Soy un conocido luchador en pro de mi causa. Viajo con pasaporte falso, lo cual puede descubrirse en cualquier instante. Pero tú eres una atractiva muchacha inglesa, con buen aspecto, sin antecedentes, de rápido ingenio, encantadora, y, como es natural, no corres peligro alguno. ¡Creo que con esto tienes más que suficiente!
- Pero hace unos instantes has dicho que había peligro.
- ¡Tonterías! Michel te asegura que no corres el menor riesgo. Para él, quizá. Para ti, ninguno. Y te digo: «Hazlo por mí. Hazlo y enorgullécete de haberlo hecho. Hazlo por nuestro amor y por la revolución. Hazlo por todo aquello que nos hemos jurado. Hazlo por mi gran hermano. ¿Acaso tus juramentos carecen de valor? ¿Quizá sólo has dicho hipocresías occidentales, cuando te declarabas revolucionaria?» -Hizo una pausa y añadió-: Hazlo porque, si no lo haces, tu vida será todavía más vacía de lo que era cuando te conocí en la playa.
Charlie le corrigió:
- En el teatro querrás decir.
Apenas le hizo caso. Se quedó de pie, de espaldas a Charlie, fija la vista en el Mercedes. Volvía a ser Joseph, una vez más, el Joseph de la pronunciación medida y las frases cautelosas, el Joseph de la misión que salvaría vidas inocentes. Dijo.
- Bueno ahí estás. Ante tu Rubicón. ¿Sabes lo que es el Rubicón? Puedes dejarlo, si quieres. Irte a casa, recibir algún dinero, olvidarte de la revolución, de Palestina, de Michel, de todo.
- ¿O?
- Conducir el automóvil. Será el primer acto que efectúes en beneficio de la causa. Lo harás sola. ¿Qué eliges?
- ¿Y dónde estarás tú?
La calma de Joseph volvía a ser, ahora, inalterable, y una vez más se refugió en la personalidad de Michel:
- Mi espíritu estará junto a ti, pero en nada podré ayudarte. Nadie podrá ayudarte. Estarás sola, llevando a cabo un acto delictivo en defensa de lo que el mundo denomina todavía una pandilla de terroristas.
Después de una pausa volvió a hablar, pero en esta ocasión era Joseph:
- Algunos de nuestros muchachos te escoltarán, pero no podrán ayudarte si algo sale mal, como no sea por el medio de informarnos de ello a Marty y a mí. Yugoslavia no es muy amiga de Israel.
Charlie guardó silencio, a la espera. Todos sus instintos de su-pervivencia le decían que esto era lo que debía hacer. Vio que Joseph volvía a ponerse de cara a ella, y sostuvo la negra mirada de Joseph, sabedora que la cara de éste no era claramente visible, y la suya sí. Charlie pensó: «¿Contra quién luchas, Joseph? ¿Contra ti o contra mí? ¿A qué se debe que eres el enemigo en ambos campos? Charlie recordó a su interlocutor:
- No hemos terminado la interpretación de la escena. Yo os pregunto, y lo pregunto a los dos, qué hay en el interior del automóvil. Y si tú me pides que conduzca el automóvil, sea quien sea el que me lo pida, tú o él, él o tú, necesito saber qué hay en el automóvil. Y necesito saberlo ahora.
Charlie pensó que tendría que esperar. Esperaba que tuviera que aguardar durante aquellos segundos con los que Joseph a menudo precedía sus palabras, mientras Joseph analizaba las opciones y estructuraba sus meditadas frases de contestación. Pero Charlie se equivocaba. Joseph, con su más impersonal voz, repuso:
- Explosivos. Doscientas libras de plástico explosivo ruso, divididas en porciones de media libra. Es un material nuevo, bien acondicionado, capaz de aguantar temperaturas extremas, tanto de calor como de frío, y razonablemente plástico en cualquier temperatura.
Luchando para dominar sus sensaciones, Charlie repuso alegre-mente:
- ¡Vaya, me alegro de que esté bien acondicionado! ¿Y en qué parte del automóvil está escondido?
- En la tapicería, en el techo, en los asientos. Se trata de un modelo antiguo que facilita esconder cosas en él.
- ¿Y en qué se usará el explosivo?
- En nuestra lucha.
- ¿Y por qué has tenido que venir a Grecia a buscar este material, cuando hubieras podido recogerlo en la propia Europa?
- Mi hermano guarda cierta clase de secretos, y espera que yo los respete y obedezca. El círculo de personas en las que confía es muy pequeño, y no está dispuesto a ampliarlo. Esencialmente, mi hermano no confía en los europeos ni en los árabes. Lo que hacemos solos, únicamente nosotros podemos traicionarlo.
En el mismo tono inocente y de suma tranquilidad, Charlie preguntó:
- ¿Y, en este caso concreto, qué forma reviste, exactamente, nuestra lucha?
Una vez más, contestó sin dudar:
- Matar a los judíos de la diáspora. De la misma forma que ellos han dispersado al pueblo de Palestina, nosotros les castigamos en su diáspora, y expresamos nuestros sufrimientos ante la vista y los oídos del mundo.
Hizo una pausa, y, con menos seguridad, añadió:
- Y por este medio también despertamos la conciencia del proletariado.