Con sorpresa, Charlie advirtió que Joseph había perdido todo interés en ella. Con los hombros alzados, Joseph exhaló un largo suspiro. Su cara siguió orientada hacia la ventana y su mirada fija en el horizonte. Joseph volvió a hablar, y Charlie pensó, al principio, que Joseph volvía a hurtarse al empuje, a la fuerza, de sus palabras, de lo que Charlie le había dicho. Pero, al cabo de unos momentos, Charlie se dio cuenta de que Joseph le explicaba las razones en cuyos méritos, en cuanto a él hacía referencia, no había habido verdadera libertad de elección para ninguno de los dos.
- Me parece que a Michel le gustaría esta ciudad. Hasta que comenzó la ocupación alemana, sesenta mil judíos vivían con relativa felicidad, ahí, en lo alto de esta colina. Eran funcionarios de correos, hombres de negocios, banqueros. Sefarditas. Llegaron aquí a través de los balcanes, procedentes de España. Cuando los alemanes se fueron, no quedaba ni uno. Los que no fueron exterminados pasaron a Israel.
Charlie se tumbó en la cama. Joseph seguía junto a la ventana contemplando cómo se iban apagando las luces de la plaza. Charlie se preguntaba si Joseph iría a su lado, aunque tenía el convencimiento de que no lo haría. Oyó un gemido, cuando Joseph se tumbó en el diván, con el cuerpo en posición paralela al de Charlie, aunque separado por la longitud de Yugoslavia. Charlie deseaba a Joseph más de lo que jamás hubiera deseado a cualquier hombre. Y el miedo a mañana intensificaba este deseo.
Charlie preguntó:
- ¿Tienes hermanos, Joseph?
- Un hermano.
- ¿Y a qué se dedica?
- Murió en la guerra del 67.
Charlie dijo:
- ¿La misma guerra que mandó a Michel a la otra orilla del Jordán?
Charlie jamás esperaba que Joseph diera respuestas veraces a sus preguntas, pero en este caso le constaba que había dicho la verdad. Charlie preguntó:
- ¿Y tú también participaste en esta guerra?
- Eso creo.
- ¿Y en la guerra anterior? No sé el año.
- Cincuenta y seis.
- ¿Si o no?
- Sí.
- ¿Y en la guerra siguiente? La del setenta y tres. -Probablemente.
- ¿Y por qué luchaste?
De nuevo Charlie tuvo que esperar. Oyó a Joseph:
- En la del 56 porque quería ser un héroe, en la del 67 por la paz y en la del 73…
Hizo una pausa como si se esforzara en recordar, y, por fin dijo: -Por Israel.
- ¿Y ahora? ¿Por qué luchas en esta ocasión?
Charlie pensó, porque hay lucha. Para salvar vidas. Porque me lo han pedido. Para que las gentes de los pueblecitos de Israel puedan bailar el dabke y escuchar las narraciones de los viajeros, junto al pozo.
- ¿Joseph?
- Si, Charlie.
- ¿Y cómo te causaron las heridas que te han dejado esas cicatrices tan atractivas?
En la oscuridad, las largas pausas de Joseph habían adquirido la fuerza narrativa de las historias contadas junto a la hoguera, en un campamento. Joseph dijo:
- Las quemaduras me las hicieron mientras estaba sentado dentro de un tanque. Y las cicatrices de bala, al salir del tanque.
- ¿Qué edad tenias, entonces?
- Veinte o veintiún años.
«A la edad de ocho años me alisté en el Ashbal -pensó Charlie-. A la edad de quince…»
Dispuesta a mantener en marcha la conversación, Charlie preguntó:
- ¿Y quién era tu padre?
- Un pionero. Uno de los primeros que se asentó en Israel.
- ¿De dónde procedía?
- Polonia.
- ¿Cuándo fue?
- En los años veinte. En la tercera aliyah, si es que sabes el significado de esta palabra.
Charlie no lo sabia, pero en aquellos momentos carecía de importancia.
- ¿A qué se dedicaba tu padre?
- Obrero de la construcción. Era un trabajador manual. Convirtió unas dunas de arena en una ciudad a la que llamó Tel Aviv. Socialista, de los de carácter práctico. No respetaba mucho a Dios. No bebía. Y jamás fue propietario de algo que pudiera valorarse en más que unos pocos dólares.
- ¿Te hubiera gustado ser así?
Charlie pensó que Joseph no contestaría esta pregunta. «Se ha dormido. No seas impertinente, Charlie.» Secamente, Joseph contestó:
- Elegí una más alta misión.
«O la misión te eligió a ti -pensó Charlie-, que es lo que suele ocurrir cuando se nace en el cautiverio.» Y Charlie, sin poder explicárselo, se durmió muy de prisa.