Читаем La chica del tambor полностью

Las placas de matrícula de Munich ya habían sido colocadas. Una polvorienta «D» de Alemania había sustituido la pegatina del cuerpo diplomático. El coche había sido limpiado de todo género de restos y desechos. Con meticuloso cuidado, Becker comenzó a distribuir elocuentes souvenirs, tales como una muy usada guía de la Acrópolis, olvidada en la bolsa de una puerta, semillas de uva en el cenicero, fragmentadas pieles de naranja en el suelo, palos de helados griegos, porciones de papel para envolver chocolate, dos billetes para visitar los antiguos restos de Delfos, un mapa de carreteras de la ESSO en el que se veía la ruta desde Delfos a Tesalónica, mapa marcado con un rotulador, y en el que asimismo constaban dos anotaciones marginales, en arábigo, escritas por Michel, en aquel punto de la montaña en que Charlie había disparado la pistola con una sola mano y no había dado en el blanco, un peine con unos cuantos cabellos negros entre las púas, y oliendo a la penetrante loción capilar alemana utilizada por Michel, un par de guantes de cuero, para conducir, levemente perfumados con el masaje utilizado por Michel, un estuche para gafas, de Frey, de Munich, que era el correspondiente a las gafas de sol que fueron involuntariamente rotas cuando su propietario intentó recoger a Rachel, en la carretera.

Por fin, Becker sometió a Charlie a una inspección igualmente minuciosa que abarcó toda la superficie de su cuerpo vestido, desde los zapatos hasta la cabeza, y de la cabeza a los zapatos, pasando por el brazalete, antes de pasar a prestar su atención -con desgana, según le pareció a Charlie- a la mesilla plegable en donde se encontraba el revisado contenido del bolso de Charlie.

Por fin, y después de haber trazado otra crucecita en la lista, Becker dijo a Charlie:

- Mételo todo dentro del bolso.

Observó como Charlie lo guardaba todo, a su manera: pañuelo, lápiz para los labios, carnet de conducir, monedas, billetero, recuerdos, llaves, y todos los meticulosamente elegidos chismes que, debidamente examinados, serían el testimonio de las complejas ficciones de las diversas vidas de la muchacha.

Charlie preguntó:

- ¿Y las cartas?

Joseph hizo una de sus características pausas, que Charlie aprovechó para decir:

- Si me hubiera escrito esas cartas tan ardientes, yo las llevaría conmigo a todas partes, ¿no crees?

Joseph, por fin, dijo:

- Michel no te lo permite. Te ha dado estrictas instrucciones de guardar esas cartas en un lugar seguro de tu casa, y, sobre todo, de jamás pasar una frontera llevando contigo las cartas en cuestión.

Del bolsillo lateral de la chaqueta, Joseph extrajo una pequeña agenda, apta para llevar un diario en ella, protegida con plástico, encuadernada en tela, y con un lápiz en el lomo, diciendo:

- Sin embargo, como sea que tú no tienes la costumbre de llevar un diario, nosotros decidimos llevarlo por ti.

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