- Bueno, pues me parece razonable.
- Muchas gracias.
- Y tú y Marty, habéis pensado que sería una buena idea que yo transportara esos explosivos hasta Austria, para hacer un favor a los palestinos.
Charlie inhaló aire brevemente, se levantó y, muy despacio, se acercó a la ventana. Dijo:
- ¿Quieres hacer el favor de abrazarme, Joseph? No, no intento seducirte. Es sólo un instante. Me siento un tanto sola.
Un brazo se posó sobre los hombros de Charlie, quien se estremeció violentamente. Oprimiendo su cuerpo contra el de Joseph, se puso de cara a él, y puso sus brazos alrededor de su cuerpo, que oprimió contra el suyo, y Charlie, con la consiguiente alegría, advirtió que el cuerpo de Joseph se relajaba y respondía a su presión. La mente de Charlie se centraba en todo género de temas, al igual que la vista que de repente se encuentra ante un vasto e inesperado paisaje. Pero con más claridad que cualquier otra cosa, más allá del inmediato riesgo del viaje, Charlie comenzó a ver, por fin, la larga aventura que se extendía ante ella, y, dentro de esta aventura, vio a los camaradas sin rostro del otro ejército, el ejército al que iba a alistarse. Charlie se preguntó: «¿Me dejará con ellos, o me conservará a su lado? No lo sabe. Se está despertando y se está durmiendo al mismo tiempo.» Los brazos de Joseph, oprimiendo todavía el cuerpo de Charlie, daban a ésta renovado valor. Hasta el presente momento, e influenciada por la decidida actitud de castidad de Joseph, Charlie había pensado, oscuramente, que su cuerpo dado a la promiscuidad no era apto para el de Joseph. Ahora, en méritos de razones que Charlie ignoraba, esta sensación de desprecio hacia sí misma se había desvanecido.
Sin soltar a Joseph, Charlie dijo:
- Sigue convenciéndome. Cumple con tu deber.
- ¿No te basta con que Michel te mande a este viaje y que, al mismo tiempo, no le guste que lo hagas?
Charlie no contestó. Joseph dijo:
- ¿Quieres que te cite aquellas palabras de Shelley: «La tempestuosa belleza del terror?» ¿Debo recordarte las muchas promesas que recíprocamente nos hicimos, y que estamos dispuestos a Matar debido a que estamos dispuestos a morir?
- Creo que las palabras, ahora, ya de nada sirven.
Charlie tenía la cara oprimida contra el pecho de Joseph, a quien dijo:
- Prometiste estar cerca de mí.
Charlie sintió que Joseph aflojaba la presión de sus brazos y que, al contestarle, su voz se endurecía:
- Te esperaré en Austria. Esto te lo promete Michel. Y también yo.
Charlie se echó hacia atrás, y cogió entre sus manos la cabeza de Joseph, tal como había hecho en la Acrópolis, y estudió críticamente su rostro a la luz procedente de la plaza. Tuvo la impresión de que aquella cara se había cerrado ante ella, como una puerta que no le permitiera entrar ni salir. Fría y excitada al mismo tiempo, Charlie anduvo hasta la cama y volvió a sentarse en ella. Cuando habló, la voz de Charlie mostraba una nueva confianza que la impresionó. Tenía la vista fija en el brazalete, al que daba vueltas, en la penumbra del cuarto. Preguntó:
- ¿Qué quieres que haga? ¿Tú, Joseph? ¿Charlie se queda y cumple la misión? ¿O Charlie coge el dinero y se larga? ¿Qué pasa en tu personal libreto?
- Sabes los peligros. Decide.
- También los sabes tú. Y mejor que yo. Los sabías desde el principio.
- Ya has escuchado todas las argumentaciones, expresadas por Marty y por mí.
Charlie abrió el cierre del brazalete, y se puso éste en la palma de la mano. Dijo:
- Salvamos vidas inocentes. En el supuesto de que yo transporte los explosivos. Ahora bien, también habrá personas, que desde luego son tontas de remate, que creerán que se salvarán más vidas por el medio de no transportar los explosivos. Estas personas están equivocadas, ¿verdad?
- A la larga, y si todo se desarrolla bien, estarán equivocadas.
Una vez más, Joseph daba la espalda a Charlie, y, a juzgar por todas las apariencias, volvía a examinar el panorama que se divisaba desde la ventana.
En tono meditativo, y mientras se ponía el brazalete en la otra muñeca, Charlie dijo:
- Si tú eres Michel, hablándome, es fácil. Me has elevado al séptimo cielo, me has hecho besar la pistola, yo estoy muriéndome de ganas de ir a las barricadas. Si no creemos esto, todos los esfuerzos que has hecho durante los últimos días han fracasado. Lo cual no es verdad. Este es el papel que me has confiado, y ésta es la manera en que me has convencido. Fin. Iré.
Vio que Joseph movía despacio la cabeza, en sentido afirmativo. Charlie dijo:
- Y si tú eres Joseph, hablándome, ¿qué importa? Si dijera que no, jamás volvería a verte. Volvería a la nada, con un puñado de oro.