Читаем La chica del tambor полностью

- En términos prácticos, ¿de qué manera te conviertes en mi soldadito? Este es el tema de la conversación de esta noche. Aquí. En esta cama en la que estás sentada. En la última noche de nuestra luna de miel en Grecia. Quizá en nuestra última noche para siempre, ya que no puedes tener la seguridad de volver a verme.

Dio media vuelta para quedar frente a Charlie. Lo hizo despacio. Parecía que Joseph hubiera puesto a su cuerpo los mismos cuidadosos frenos que ponía a sus palabras. Observó:

- Lloras mucho. Sí, imagino que esta noche lloras. Abrazada a mí. Diciéndome que me amarás eternamente. Tú lloras, y mientras lloras te digo: «Ha llegado el momento.» Mañana tendrás tu ocasión. Mañana por la mañana cumplirás el juramento que hiciste por la pistola del gran El Jalil.

Despacio, casi majestuosamente, Joseph regresó a la ventana mirador y dijo:

- Te ordeno, te pido, que lleves el Mercedes a Yugoslavia y que, siguiendo hacia el norte, llegues a Aastria. Allí, otras personas se harán cargo del automóvil. Lo harás tú sola. ¿De acuerdo? ¿Qué dices?

En la superficie, Charlie nada sentía, salvo ciertos deseos de comportarse con la misma aparente carencia de sentimientos con que se comportaba Joseph. No sentía miedo, ni sensación de peligro, ni sorpresa. Mediante un brusco acto de voluntad había eliminado estos sentimientos. Es ahora -pensó-. Charlie, ahora te pones en funcionamiento. Todo consiste en conducir un automóvil. ¡En marcha!» Charlie miraba fijamente a Joseph, firme la mandíbula, tal como solía mirar a la gente cuando mentía. En un levísimo tono de burla, Joseph dijo:

- Bueno: ¿cómo reaccionas ante la petición de Michel? -Le recordó-: Irás sola. La distancia no es corta. Son unos mil doscientos kilómetros en territorio yugoslavo. No es poca cosa, por tratarse de una primera misión. ¿Qué dices?

Charlie preguntó:

- ¿De qué se trata?

Charlie no pudo determinar si la actitud de Joseph fue deliberada al no comprender el sentido de su pregunta. Joseph dijo:

- Dinero: Tu presentación en el teatro de la realidad. Todo lo que Marty te prometió.

Para Charlie, la mente de Joseph era algo tan cerrado como quizá lo fuera para el propio Joseph, quien había hablado en voz baja y como pidiendo excusas. Charlie dijo:

- Yo quería decir, ¿qué hay dentro del automóvil?

Joseph observó el habitual silencio previo a su contestación, y, acto seguido, su voz habló con autoridad:

- ¿Y qué importa lo que haya en el automóvil? Quizá un mensaje militar. Papeles. ¿Imaginas que puedes saber todos los secretos de nuestro gran movimiento desde el primer día?

Hizo una pausa, pero Charlie no contestó. Joseph insistió: -¿Conducirás el automóvil o no? Esto es lo único importante. Charlie no quería la respuesta de Michel, sino que quería la de Joseph:

- ¿Y por qué no conduce él mismo?

- Charlie, tu tarea en concepto de nuevo recluta no consiste precisamente en discutir las órdenes.

¿Quién era aquel hombre? Charlie tuvo la impresión de que la máscara de su interlocutor comenzaba a resbalar. Siguió hablando:

- Si de repente sospechas, dentro de la ficción, que has sido manipulada por ese hombre, que toda su adoración hacia ti, su encanto, sus declaraciones de amor eterno…

Una vez más pareció perder pie. ¿Sería solamente una falsa impresión de Charlie, estimulada por sus deseos, o acaso Charlie osaba suponer que, en la penumbra del cuarto, cierto sentimiento se había apoderado de él, sin que se diera cuenta, sentimiento que hubiera preferido contener?

La voz recobró su fuerza:

- Sólo quiero decir que, si en esta etapa, las escamas comienzan a caerte de los ojos, o te falla el valor, debes decirlo, como es lógico y natural.

- Yo sólo he formulado una pregunta. ¿Por qué no conduces tú, Michel?

Joseph dio bruscamente media vuelta sobre sí mismo, quedando de nuevo dando frente a la ventana, y Charlie tuvo la impresión de que aquel hombre tenía qué reprimir demasiadas reacciones, antes de contestar. Haciendo un esfuerzo para dominarse, Joseph contestó:

- Michel te dice esto y nada más. Sea lo que fuere lo que haya en el interior del automóvil… -Joseph podía ver el automóvil aparcado abajo, en la plaza y vigilado por el minibús. Mirándolo prosiguió-: Sea lo que fuera, decía, es de vital importancia para nuestra gran lucha y, al mismo tiempo, muy peligroso. Y aquella persona que fuese atrapada conduciendo este automóvil a lo largo de dicho trayecto, tanto si el coche transporta propaganda subversiva o cualquier otra clase de material, como mensajes, por ejemplo, se tendría que enfrentar con una gravísima acusación penal. Y nada, ni las más fuertes influencias, ni las presiones diplomáticas, ni los mejores abogados, podrían evitar que esta persona lo pasara mal, muy mal. Si estás pensando en tu propia piel, no te equivocas, porque te juegas la piel. -Y, con una voz en manera alguna parecida a la de Michel, añadió-: A fin de cuentas, tu vida es exclusivamente tuya. Tú no eres uno de los nuestros.

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