- La función del muchacho en esta operación es sólo la de despistar. Es lo único que el muchacho hace. Interrumpe el circuito. Se reúne con la muchacha, se cerciora de que nadie la sigue, le da un paseo en moto y la lleva a una casa franca, en la que la chica recibirá instrucciones.
Kurtz hizo una pausa y siguió:
- Cerca de Mehlem hay una casa propiedad de un agente de cambio y bolsa. Esta casa se llama «Haus Sommer». Al final del sendero sur hay un granero transformado en aceptable vivienda. El sendero lleva a una carretera que va a desembocar en la autopista. Debajo de lo que pudiéramos llamar dormitorio del granero hay un garaje, y en el garaje hay un Opel, registrado en Siegburg, con el chófer ya al volante.
En esta ocasión, con el consiguiente placer y diversión de Kurtz, Alexis pudo proseguir la historia. En voz baja, Alexis dijo:
- Achmann. El publicista Achmann, de Dusseldorf. ¿Cómo es que nadie pensó en ese hombre? ¿Acaso somos tontos?
Dando la razón a su discípulo, Kurtz dijo:
- Exactamente, Achmann. «Haus Sommer» es propiedad del doctor Achmann, de Dusseldorf, cuya distinguida familia es propietaria de una próspera industria de madera, algunos semanarios, y una importante cadena de tiendas de pornografía. A modo de distracción, Achmann también publica calendarios con románticas imágenes de la campiña alemana. El granero transformado pertenece a la hija de Achmann, llamada Inge, y ha sido el lugar en que han tenido lugar muy distinguidas reuniones a las que han asistido principalmente opulentos y desencantados exploradores del alma humana. En los días de que estamos hablando. Inge había alquilado la casa a un amigo que la necesitaba; o sea, a un amiguito que tenía una amiguita…
Alexis terminó magistralmente la frase de Kurtz:
- Si, ya que cuando se disipa el humo, aparece más humo. El fuego nunca deja de arder. Esta es la manera en que esa gente trabaja. Y siempre ha trabajado así.
«Desde las cuevas del valle del. Jordán -pensó Alexis excitado-. Con un ovillo de hilo conductor sobrante. Con bombas que se pueden fabricar en la cocina.»
Mientras Kurtz hablaba, la cara y la figura de Alexis habían experimentado un cambio, como una tranquilización, que Kurtz no dejó de advertir. Las arrugas de preocupación y de humana debilidad que tanto le afectaban habían desaparecido. Estaba bien reclinado en la silla, había cruzado cómodamente sus cortos brazos sobre el pecho, en su rostro bailaba una juvenil sonrisa, y su cabeza de tonalidades arenosas se había inclinado al frente en armoniosa sumisión a la gran actuación de su mentor.
Con un poco convincente intento de escepticismo, Alexis dijo:
- ¿Y puedo preguntar en qué basa usted tan interesantes teorías?
Kurtz fingió meditar, a pesar de que la información que le había dado Yanuka estaba tan fresca en su memoria como si en los presentes momentos todavía estuviera sentado ante Yanuka, en la celda acolchada de Munich, sosteniéndole la cabeza, mientras Yanuka hipaba y lloraba. Kurtz confesó:
- Bueno, Paul: la verdad es que tenemos la matrícula del Opel y la fotocopia del contrato de alquiler del automóvil, y también contamos con una declaración firmada por uno de los participantes.
Y Kurtz, con la modesta esperanza de que tan endebles pistas pudieran pasar por una sólida base, por el momento, prosiguió su relato:
- El muchacho con la barba deja a la chica en el granero, y desaparece sin dejar rastro. La muchacha se pone su lindo vestidito azul, se coloca una peluca y se maquilla bien, pero lo que se dice bien, con la calculada intención de agradar al crédulo y excesivamente cariñoso agregado laboral. La chica entra en el Opel y es transportada a la casa objeto del atentado por un segundo muchacho. Durante el trayecto, hacen un alto para disponer la bomba, o sea, armarla. ¿De acuerdo?
Muy interesado, Alexis preguntó:
- ¿Y en cuanto a ese segundo muchacho? ¿La chica le conoce o es para ella un total enigma?
Negándose en absoluto a explicar con más pormenores el papel de Yanuka, Kurtz no contestó la pregunta, limitándose a sonreír, pero este evasivo comportamiento no resultó ofensivo. Alexis, ahora, ansiaba saber todos los detalles, y no podía esperar que le llenasen el plato en cada instante. Además, tampoco era deseable.
- Cumplida la misión, el mismo conductor cambia las placas de la matrícula y los papeles, y lleva a la guapa muchachita al spa de Bad Neuenahr, en Renania, lugar en el que la deja.
- ¿Y luego?
Kurtz habló muy despacio, como si cada una de sus palabras constituyera un peligro para sus complejos planes: