Con la consiguiente sorpresa de Charlie, Rachel dejó el libro apoyado en su estomago y contestó la pregunta. Dijo que sus padres eran judíos ortodoxos de Pomerania. Después de la guerra se trasladaron a Macclesfield y ganaron mucho dinero en la industria textil. Tranquilamente, Rachel dijo:
- Si, con sucursales en toda Europa, y un lujoso piso en Jerusalén.
Habían querido que Rachel estudiara en Oxford y que luego pasara a trabajar en la empresa familiar, pero Rachel prefirió estudiar la Biblia y la historia de los judíos, en la Universidad Hebrea.
Cuando Charlie insistió para que Rachel le contara el paso siguiente, la muchacha se limitó a contestar:
- Sencillamente, ocurrió.
Charlie quiso saber el cómo y el porqué:
- ¿Quién te inició, qué te dijeron?
Rachel no quiso decirle el cómo ni el quién, aunque sí el porqué. Dijo que conocía bien Europa y conocía asimismo el antisemitismo. Y quería demostrar a aquellos engreídos sabra, pequeños héroes de guerra, que conoció en la universidad, que ella podía luchar por Israel tan bien como un muchacho.
Arriesgándose más, Charlie preguntó: -¿Y Rose?
- Rose era una muchacha complicada -repuso Rachel, como si ella no lo fuera. Rose había pertenecido a las juventudes sionistas en la República de Sudáfrica, y había ido a Israel sin saber exactamente si acaso no le hubiera valido más quedarse en Sudáfrica y luchar contra el apartheid.
Rachel explicó:
- Y Rose lucha con tanto más empeño por cuanto no sabe todavía qué hubiera debido hacer.
Y, a continuación, con un enérgico movimiento que indicaba que la conversación había terminado, volvió a sumirse en la lectura de Mayor of Casterbridge.
«Un empacho de ideales -pensó Charlie-. Y hace dos días yo no tenía ideal alguno.» Se preguntó si acaso ahora tenía algún ideal. Pensó que se lo volvería a preguntar mañana por la mañana. Durante un rato, adormilada, imaginó leer los siguientes titulares: «FAMOSA IMAGINATIVA ENCUENTRA LA REALIDAD», «JUANA DE ARCO QUEMA A UN ACTIVISTA PALESTINO». «Bueno, Charlie; pues sí: buenas noches.»
El dormitorio de Becker se hallaba un poco más allá, en el mismo pasillo, y tenía dos camas, lo cual era lo más que el hotel se acercaba a reconocer la posibilidad de que en el mundo hubiera personas no aparejadas. Becker yacía en una de las camas y contemplaba la otra, separada de la suya por la mesilla con teléfono. Faltaban diez minutos para la una y media, y la una y media era el momento señalado. El conserje de guardia nocturna había recibido su propina, prometiendo pasar la llamada. Becker estaba plenamente despierto, como a menudo le ocurría a aquella hora. Estaba habituado a pensar con gran rapidez y a dejar de pensar muy lentamente, a tenerlo todo en el primer plano de su mente y a olvidar lo que había detrás, o lo que no había detrás. El teléfono sonó a la hora convenida, y la voz de Kurtz saludó a Becker. Este se preguntó dónde diablos estaría Kurtz. Oyó música de altavoz al fondo, y aventuró correctamente que Kurtz se encontraba en un hotel. En Alemania, recordó, ya que sólo un hotel alemán es capaz de establecer comunicación con un hotel de Delfos. Kurtz hablaba en inglés, debido a que con ello llamaba menos la atención, y lo hacía en un tono tranquilo, para no alarmar a un posible escucha. Becker le dijo que sí, que todo se desarrollaba a pedir de boca. Las conversaciones se sostenían en un buen ambiente, y no esperaba que se produjeran dificultades, por el momento. Becker se preguntó por el último producto.
Y Kurtz, en el tono altisonante que solía emplear para lanzar al combate a sus tropas más rezagadas, repuso:
- Contamos con colaboraciones de primerísimo orden. Cuando quieras ven a visitar el almacén, y te aseguro que el producto no te defraudará. Y tengo que decirte otra cosa.